MUSICA › YELLOWJACKETS Y MIKE STERN ENCENDIERON EL GRAN REX
El grupo y el guitarrista presentaron Lifecycle, la primera colaboración discográfica entre ellos, trabajo que está nominado a un Premio Grammy a “Mejor álbum de jazz contemporáneo”. Y el público pidió música con excitación de estadio.
› Por Santiago Giordano
YELLOWJACKETS Y MIKE STERN
Músicos: Mike Stern (guitarra), Jimmy Haslip (bajo eléctrico), Russell Ferrante (piano y teclados), Marcus Baylor y Bob Franceschini (saxo tenor).
Público: 1600 personas.
Duración: 110 minutos.
Teatro Gran Rex, 7 de octubre.
Tanto Yellowjackets como Mike Stern tienen un largo camino recorrido en esa idea que, a partir de los arrimes eléctricos entre jazz y rock, se dio en llamar “fusión”. Más aún, en la dinámica de un rótulo que en cuatro décadas de impulsos supo ensanchar sus fronteras sonoras hasta casi disolver el concepto de “extraño” –para hacer del jazz una metáfora de lo posible–, no sería aventurado afirmar que Stern y Yellowjackets son tradicionales: sus raíces están en las fusiones de la primera hora, en ese anteojo que miraba al rock con cristales de blues y armazón de jazz.
Mucho de eso quedó sentado el miércoles, en el Teatro Gran Rex, oportunidad en la que el guitarrista y el cuarteto integrado por Jimmy Haslip (bajo eléctrico), Russell Ferrante (piano y teclados), Marcus Baylor y el saxofonista tenor Bob Franceschini –músico del cuarteto de Stern que en esta gira sudamericana reemplaza a Bob Mintzer en Yellowjackets–, presentaron Lifecycle, la primera colaboración discográfica entre ellos, trabajo que entre otras cosas está nominado a un Premio Grammy a “Mejor álbum de jazz contemporáneo”.
Ante una platea encendida, que pedía música con excitación de estadio, el inicio del show resultó arrebatador. En el vértigo bop de “Statue of Liberty” –tema del disco Mint Jam (2001) de Yellowjackets–, llegaron los primeros solos, largos y potentes. El inicial fue de Stern y el segundo de Franceschini que, sin necesidad de ser Mintzer, quemó con fuego propio. La oportunidad de extender los espacios para la improvisación –la individualidad– que naturalmente proporciona la situación de show en vivo, hizo que en cierto modo la idea de grupo se diluyera para que el concepto de encuentro se desarrolle alternando la distribución solista-acompañamiento. Si para gran parte del público, que por sobre todo esperaba los fraseos de la guitarra de Stern, este dato podría resultar irrelevante, el hecho de que en casi dos horas de música no se hayan producido muchos momentos de alta exposición grupal atentó contra la dinámica del show, aun si el groove que sostenían teclados, bajo y batería resultó excelente. En este contexto prevalecieron las individualidades, afirmando eso de que antes que nada un músico es su propio sonido.
Como siempre, el sonido de Stern impresionó por su calidez y su plasticidad. Sobre su guitarra “Pacífica”, un modelo con su nombre de la casa Yamaha, usó la pedalera de efectos con criterio y mesura: un poco de chorus y un toque de delay son la base cosmética de un color en el que conviven clásicos y modernos. El guitarrista trabajó sus fraseos y yeites con numerosos recursos técnicos; pero cuando agregaba unas líneas de distortion a ese sonido, se ponía contento como un chico, el flequillo le caía sobre los ojos, su fraseo cambiaba y se trasladaba, desbordante, a las alturas del diapasón con pura energía y gesto rockeros.
Por su parte, Franceschini mostró en sus extensos solos el sonido ácido y caliente de los tenores de la fusión, con sobreagudos notables, puestos con sentido de la construcción y el equilibrio. Pudo también endulzarlo cuando una balada como “Dreams Go” –que tuvo una conmovedora introducción en solo de Stern– lo exigió. El halo ochentoso que caracteriza el sonido de Yellowjackets llegaba desde los teclados: Ferrante acomodaba tapetes con distintos timbres –Hammond y Rhodes, entre otros– y con el piano se sumaba al ritmo de la base. En sus breves solos alternó momentos de expansión melódica con otros de vigor rítmico. Haslip, en el bajo, fue monolítico en el compás y elástico a la hora de sus solos. Mostró un sonido seco y nítido que, sin dejar de parecer eléctrico –toca sin púa en la mano derecha–, tenía mucho cuerpo.
En ese crisol de individualidades, lo mejor de la noche fue Marcus Baylor, uno de esos bateristas que no sólo dividen el tiempo, sino que además van coloreando y comentando maravillosamente lo que sucede en los espacios que van delimitando esas divisiones. Ligero sobre los platos, sutil con los tambores, implacable en el hi-hat y el bombo, increíble con las escobillas, Baylor no solamente brilló en los tres solos que desarrolló a lo largo del concierto, sino que con numerosos recursos y variedad de toques fue el depósito de variedades de la banda.
Hacia el final, después de temas del Lifecycle, como “I Wonder” o una versión de “Chromazone”, de Stern, el final llegó con “Revelation”, un tema con energía gospel, para movilizar al público, que seguía entusiasta.
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