MUSICA › EL PLANETA TERRA, CON IGGY & THE STOOGES Y SONIC YOUTH
Por los dos escenarios montados en un parque de diversiones de San Pablo pasó un puñado de artistas que no siguieron su camino hacia Buenos Aires. La vuelta de la banda de Iggy Pop, después de 35 años, dejó más dudas que certezas.
› Por Roque Casciero
Desde San Pablo
“Esta canción es para Ron Asheton”, anuncia un Iggy Pop al que, apropiadamente, el juego de luces y sombras del escenario convierten por momento en una suerte de mutante que se pone a ladrar de repente. Suena “I Wanna Be Your Dog” y el homenaje al compañero fallecido a principios de año electrifica el ambiente en el festival Planeta Terra, en San Pablo. Aquí se materializa la segunda encarnación de Iggy & The Stooges, con el retorno del guitarrista James Williamson a la banda (fue el violero en el disco Raw Power, de 1973). La versión suena desprolija, como si el violero, el baterista Scott Asheton y el bajista Mike Watt (ex Minutemen) no hubieran tenido los suficientes ensayos. Pero Iggy se arrastra por el piso, determinado a que sus 62 años no pesen cuando el “poder crudo” desborda en San Pablo, y entrega una performance a la altura de su leyenda. El show de retorno del cuarteto, sin embargo, deja instaladas demasiadas dudas en los corazones de los fans. Todo lo contrario les sucedía, un rato antes, a los seguidores de Sonic Youth, amplia mayoría en el festival paulista a juzgar por el “remerómetro”: las tapas de Goo y Washing Machine, acaso las más fáciles de piratear en una camiseta, gritaban el fanatismo desde los torsos. El quinteto neoyorquino directamente la descosió con un concierto imaginativo y preciso debajo de los baldazos que a esa hora caían desde el cielo. Primal Scream también pasó por San Pablo, lo mismo que Maximo Park, Patrick Wolf, Etienne De Crecy, The Ting Tings, EX! y N.A.S.A. Por eso, aunque el Planeta Terra haya estado montado en un parque de diversiones, la máxima “diversión” consistió en ubicarse bien cerca de los parlantes.
A las 16, cuando los Macaco Bong –que este año estuvieron dos veces en Buenos Aires– pisaron el escenario principal, el sol pegaba fuerte sobre el cemento del estacionamiento del Playcenter San Pablo. El lugar resultaba perfecto para albergar a las 16 mil personas que pasaron por allí: amplio, con baños y bares –con cerveza a raudales, porque el festival era para mayores de 18–, y una estructura de dos pisos a la que sólo se accedía por invitación. El tablado también impactaba, sobre todo por las enormes pantallas de los costados. Allí, entre los shows, se emitían entrevistas hechas en vivo desde un estudio montado en el lugar. Todos los juegos del parque estaban abiertos al público sin pagar extras (el ticket costaba 200 reales, unos 450 pesos) y sólo había que esperar un rato para subirse a alguna de las tres montañas rusas, la vuelta al mundo o el bungee jumping de 30 metros de altura. Entre la gente, el “tudo bem, tudo legal” no tenía nada que ver con ningún “don Carlos” decidido a ponerse en regla, sino con la buena onda que primó todo el tiempo (o casi: la seguridad golpeó a algunos fotógrafos durante el show de Iggy & The Stooges). Si las bandas que estaban sonando no eran del gusto del público, las atracciones del parque resultaban más que suficientes para aguantar la espera de los favoritos de cada uno.
Los únicos artistas del Planeta Terra que bajaron a Buenos Aires (el domingo) fueron los escoceses Maximo Park y los ingleses The Ting Tings. Al parecer, los actos principales firmaron acuerdos de exclusividad en América latina, por eso no se pudo verlos en ningún festival porteño. En San Pablo, los Maximo Park tocaron en el escenario mayor a las 19, cuando ya había bastante gente, y obtuvieron una buena respuesta del público, suerte de indie ABC1 paulista, con un set más largo que el que ofrecieron en el Pepsi Music. Los Ting Tings estuvieron en el escenario secundario a la misma hora que Iggy y compañía, pero los hits de su disco debut fueron suficientes como para que atrajeran a unos cuantos. El excéntrico Patrick Wolf y los suecos EX! pasaron por un tablado más chico (armado a un costado de la “casa del horror”), donde mucho más tarde ardió el dance de N.A.S.A., con sus bailarines disfrazados de marcianos de Marte ataca. El main stage lo cerró el francés Etienne De Crecy, a las 2 del domingo, disparando una electrónica lúdica desde una suerte de cubo mágico: montó sobre el escenario una imaginativa estructura de caños y telas que servían de pantallas. A esa hora el público ya había raleado en serio y había más gente en los dos pisos del VIP que abajo, pero los que quedaban lo disfrutaron mucho.
Primal Scream hizo un set breve, de 55 minutos clavados, que arrancó a puro cuelgue, siguió ciberpunk y culminó con contundencia rockera. A diferencia de su última visita a Buenos Aires, la banda ya no cuenta con las guitarras de Paul Young (uno de los fundadores, que se fue hace poco) ni Kevin Shields (que volvió a formar My Bloody Valentine). Ahora, los escoceses son un quinteto donde, como siempre, la atracción principal es el cantante Bobby Gillespie. El tipo no hace demasiado en escena, pero uno no puede dejar de mirarlo. Bah, eso si el iluminador se despierta en un buen día: en San Pablo apenas se veía lo que pasaba arriba del escenario. En general, la puesta de luces fue bastante pobre, quizá la única “contra” que pueda achacársele al festival. A los costados de Gillespie, el guitarrista Andrew Innes y el gran Mani Mournfield (ex bajista de Stone Roses) le daban vuelo al andamiaje de programaciones del tecladista Martin Duffy. “Country Girl” y “Swastika Eyes” hicieron mover al público, aunque, lógicamente, los momentos más aplaudidos fueron “Movin’ On Up” (del genial Screamadelica) y “Rocks”.
Si durante el show de los escoceses ya habían caído algunas gotas, para la hora en que 16 mil personas se juntaron para ver a Sonic Youth la lluvia ya era cosa seria. Pero los neoyorquinos salieron como si no pasara nada, seguros del poder de sus guitarras. La personalidad de esta banda que lleva 28 años de trayectoria intachable quedó de manifiesto desde el comienzo: presentó siete canciones del reciente The Eternal con unos pocos viajes al pasado intercalados. Y no buscó entre su repertorio anterior los temas más “hiteros”, aunque ellos nunca hayan sido una banda para el Top 40. La “juventud sónica” rescató tres joyas oscuras de Daydream Nation (“Hey Joni”, “The Sprawl” y “‘Cross the Breeze”), otra de Sister (“Stereo Sanctity”) y algo del más cercano Rather Ripped (“Jams Run Free”, “Pink Steam”). El grupo, ampliado a quinteto con la inclusión del bajista Mark Ibold (Pavement), sabe mezclar contundencia con vuelo y melodías con sonidos inusuales. Por más que ya se les conozcan los “trucos”, todavía impacta ver a Lee Ranaldo hacer un solo noise con el cable de su guitarra enchufado al equipo pero no al instrumento. O a Thurston Moore aplicándoles un destornillador a sus cuerdas y usando los movimientos de su larga osamenta para afectar el sonido. O a Kim Gordon, divina a los 56 con su vestido plateado, tocando su eléctrica con una suerte de arco de violín y un palo de batería. Todo eso, además, con el escenario completamente mojado por la lluvia: Moore hizo que la multitud estallara cuando pidió que no le secaran su pedalera (“me gusta húmeda”, dijo). El cierre del demoledor set fue con una impresionante versión de “Death Valley 69”, del segundo álbum de la banda, Bad Moon Rising. Escuchar a Thurston Moore y Kim Gordon intercambiar esas frases que remiten a la matanza de la “familia Manson” ponía los pelos tan de punta que no había aguacero que pudiera bajarlos.
Y finalmente se reunieron Iggy & The Stooges, después de 35 años desde su último concierto (que quedó grabado en el semioficial Metallic K.O.). Breve repaso histórico: en 1973, los Stooges originales se habían desbandado, Iggy se había ido a Inglaterra con el guitarrista James Williamson y desde allí llamó a los hermanos Asheton para reagruparse. Entre los cuatro grabaron Raw Power, ya con el nombre del vocalista delante del de la banda y con David Bowie como productor, pero la cosa duró poco: al año siguiente, tres de los cuatro músicos estaban enganchados en la heroína y los conciertos eran cada vez más desastrosos. Tras la disolución, Iggy se hizo solista, Williamson se dedicó ¡a la informática! y los Asheton probaron suerte (sin tenerla) con varias bandas. En 2003 llegó la reunión de The Stooges, con Mike Watt en reemplazo del fallecido bajista Dave Alexander, formación que pasó por Buenos Aires tres años más tarde y que dio un show difícil de igualar. Tras la muerte de Ron Asheton, el cantante le había dicho al Suplemento NO de este diario que, con Williamson a bordo, la nueva versión de Iggy & The Stooges iba a estar lista para 2010, después de unos cuantos ensayos. Es de suponer que la banda se sintió lo suficientemente segura como para arrancar antes de esa fecha. Y tal vez no haya sido la mejor idea.
El comienzo del concierto en el Planeta Terra fue impactante, conmovedor, maravilloso. Todo lo que los fans esperaban se materializó cuando Williamson, de impecable saco azul, arrancó con el riff de “Raw Power”. Iggy, como siempre, apareció en jeans y el torso al aire, y enseguida magnetizó a la multitud. El segundo tema fue “Kill City”, de un disco homónimo grabado por el cantante y el violero tras la disolución de la banda. No era exactamente un tema stooge, pero estaba cerca. “Search and Destroy” terminó de encender al público. Y encima, después de “Gimme Danger”, a Iggy se le ocurrió invitar a los fans a bailar “Shake Appeal” sobre el escenario. Aunque el cantante usa ese truco hace años, los paulistas se pasaron de sacados y hubo que esperar varios minutos para que bajaran tras el final del tema. Hasta allí, impecable, a la altura de lo que había pasado con la reunión de los Stooges originales, pero con la fiereza del “poder crudo” de Williamson, un auténtico totem para los violeros de killer punk.
Pero si The Stooges 2003-2008 mantuvo la coherencia tocando solamente canciones que correspondían a los discos hechos por la banda, Iggy & The Stooges 2009-? no parece seguir los mismos parámetros. El grupo, que contó con el “histórico” invitado Steve Mackay en saxo, no sólo abordó temas de la primera etapa (“1970”, “Funhouse”, “I Wanna Be Your Dog”), sino que, como si necesitara de canciones más conocidas para justificar su existencia sobre un escenario, recurrió a hits de la carrera de Iggy como solista. Herejía para los fans más acérrimos: ¿qué tiene que ver la banda con “The Passenger”, “Lust for Life” o “Five Foot One”? Todos temazos, todos para disfrutar en un show del cantante, pero se suponía que Iggy & The Stooges era otra cosa... “Ron Asheton nunca hubiera permitido algo así”, dijo un paulista indignado cerca de este cronista, y tenía razón. Mucho mejor que hayan encarado “Johana” o “Cock in my Pocket”, temas que aparecieron en discos semioficiales o directamente piratas, e incluso el instrumental “Night Theme” (de Kill City): una banda histórica no necesita que el público haga palmas todo el tiempo. Para colmo, resultó demasiado notoria la falta de ensayos: en medio de “Funhouse”, Iggy hizo que pararan, le dijo a Scott que arrancara de nuevo y luego a Watt que se ensamblara; en “Lust for Life” era obvio que Williamson no sabía los cortes del tema y Watt debía anunciárselos. El cantante puteó bastante, como si él no hubiese tenido responsabilidad en acelerar los tiempos. Lo cierto es que a esta versión de Iggy & The Stooges le falta todavía mucho rodaje antes de salir de gira en serio, si es que sus integrantes quieren hacerla durar más que a la original. Sólo con el magnetismo de su vocalista y el viejo nombre de guerra no alcanza.
* Los videos con las performances más importantes del festival pueden verse en http://diversao.terra.com.br/musica/planetaterra/2009
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