Sáb 14.11.2009
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MUSICA › ALMENDRA, INVISIBLE, PESCADO RABIOSO, JADE, LOS SOCIOS DEL DESIERTO...

¿Quién resistirá cuando llegue Vélez?

En una tarde-noche inolvidable en el Café Molière, Luis y los músicos de las Bandas Eternas hablaron y tocaron. “Vean que esto existe... que no es una idea flotando en el aire”, dijo Spinetta, antes de embarcarse en un breve set que dejó a todos con ganas de más.

› Por Cristian Vitale

Pocas veces ocurre en la vida que un hecho intrínsecamente artístico supera eso mismo de lo que se nutre lo intrínseco. Que un hecho así, único, soñado y excepcional, sea imposible de abordar mediante palabras. Es de esos momentos en que la palabra –en tanto herramienta base de la explicación de lo empírico– se queda sin palabras. Eso, lo que nunca jamás podía pasar, pasó. Y unos pocos “tocados” fueron parte: bajo un mismo techo, escondidas de la anónima rutina gringa de las calles de San Telmo, Pescado Rabioso e Invisible –dos de las bandas indudablemente más adoradas del rock argentino– volvieron a tocar juntas. ¿Cómo orientar, cómo jerarquizar el idioma para contar semejante excepción? Tal vez haya una sola, solitaria y autosuficiente, para echar mano: inconcebible. Así eran, pese a los anuncios, las conferencias de prensa, los carteles o la confirmación formal del devenir, el hecho. Así era eso del retorno del Flaco y sus Bandas Eternas, antes del retorno mismo. Inconcebible. “Vean que esto existe... que no es una idea simplemente flotando en el aire”, dijo Luis Alberto Spinetta cuando, sosteniendo en su esqueleto flaco una guitarra blanca y roja, ocupó el centro de la escena. “Reunirnos así, tan informalmente, tiene algo de caos pero también algo muy bello. Muy importante para este momento de mi vida. Es un verdadero honor volver a tocar con estos músicos”, reconfirmó. Y nadie, alrededor, ni antes ni después, supo bien qué decir. ¿Para qué?...

Así llevó él, centro vital del hecho, la tranquilidad total a todos quienes esperaron 20, 30 años que algo así sucediera. A sus músicos, y a su gente. Al imaginario más genuino de este rock del sur del mundo. Un divino presagio de lo que sucederá el 4 de diciembre en Vélez cuando esas dos bandas, más Almendra, más Jade, más los Socios del Desierto, más los hiatos solistas que también comprendieron músicos, canciones e historias, se abran a todos los “tocados” que quieran ir. Lo inconcebible después de lo inconcebible. “Fue cómico porque al principio, cuando la gente me preguntaba sobre esto, yo decía que era una locura. Que no era verdad. ¡Ni loco! Me la pasé negando todo hasta que un día me llamó Spinetta y me dijo ‘tenemos que hablar’... no pude menos que reírme como primera reacción”, cuenta Machi Rufino, el bajista que Pappo’s Blues legó a Invisible cuando mediaban los setenta, como una muestra standard de la recepción, se intuye, general. Y ahí estuvo Machi, sereno, satisfecho, pipón, soldado a estaño con Pomo Lorenzo y el Flaco, para reflotar Invisible, a 33 años de su última presentación en vivo: otra vez, ¿qué decir?

El trío, faro de magia –sublime– y excelencia musical de cuando el rock argentino se hizo grande, manoteó una canción ajena para dejar a todos con ganas de más. “Amor de primavera”, propia de Tanguito, fue el “bocadillo” (Spinetta dixit) que Invisible entregó como constatación de lo que vendrá: “Véanlo que es Invisible”, invitó Luis. Y ahí estaban: un Pomo imponente, versátil, con un sentido poco actual de baterista como parte de un todo que no lo excede; un Machi –lo dicho– sostén de hechizos, Dédalo en este laberinto sonoro; y una guitarra reminiscente: con un sonido idéntico –copia fiel– al que en su momento desactivó el monopolio blues-rockero imperante con riffs únicos, casi de una dimensión desconocida: “Jugo de Lúcuma”, “Tema de Elmo Lesto”, “Suspensión”: ¿Serán estos temas otra vez? “No lo puedo revelar –dirá Machi Rufino después del touch and go– pero el set, y eso lo aseguro, será lo más representativo de la banda. No fue fácil, cuando nos juntamos a ensayar nos miramos y nos dijimos ‘pero esto tocábamos nosotros’... ¡un moño! No lo digo por creerme nada, pero ¡qué música tocábamos! No sé, la verdad es que en ese tiempo vivimos una relación muy fuerte: me acuerdo de que nos íbamos de lunes a viernes a una quinta en General Rodríguez durante todo un invierno y estábamos los tres solos: no había ayudantes, ni sonidistas ni groupies... nada. Estábamos muy aislados, en invierno, y después de tocar nos hacíamos la comida, dormíamos con las camas una al lado de la otra. Eso generó una relación muy fuerte desde lo afectivo que no se fue, que está ahí. Acá.”

Y entonces, Pescado Rabioso. No podía ser que, tres minutos después del knock out de Invisible, el Flaco hiciera un molinete con sus brazos para presentar a: 1) David Lebon, el ruso-yanqui, canoso y –aún– pelilargo, a su derecha y en guitarra; 2) ¡Bocón Frascino!, el primer bajista, el del rupturista Desatormentándonos, también en guitarra (el “violero estrella”, según el Flaco); 3) Carlos Cutaia, el Conde y su sonido de noble Hammond; 4) Black Amaya, el “negro, negro”, el otro legado de Pappo al Flaco; 5), Guillermo Vadalá, el “salvatutto”, como invitado al bajo. Sí, era Pescado en acto. Eran ellos y la voz, aguda, cuidada, en “t” arrastrada de Lebon cantando “Hola, dulce viento (Mañana o pasado)”, del legendario doble Pescado 2, y otra forma de explicar lo mismo: “Hoy me vuelvo de tantas caras...”. El lado lírico y acústico, propio de esa banda pendular, y el lado salvaje, blusero: “Me gusta ese tajo”. Dos adelantos-cross directos al imaginario emocional. El miniescenario de Molière se transforma en una réplica terrena del infierno cuando arranca el solo de guitarra de la primera vuelta. Es el de Bocón, el tapado, el del eterno Engranaje, que convierte la versión en un incendio. Intensa y nerviosa. “Me hubiese gustado participar como bajista pero hay que comprender que yo seguí la mía, siempre fui guitarrista”, se sinceraba Bocón –en la misma de Lebon– antes de tocar. Y Black después: “Yo sabía que alguna vez Pescado se iba a reunir, pero nunca imaginé que iba a ser dentro del marco de los 40 años del Flaco. Cuando me llamó y me dijo ‘tengo una idea que no sé si te va a gustar`, bueno... ya estaba acá (risas). La máxima intriga que tengo es ver cómo suena Pescado Rabioso con los mismos temas de los setenta, pero hoy, con este sonido poderoso. Estoy muy ansioso, hace un mes que viajo todos los miércoles desde San Luis para ensayar”.

Edelmiro Molinari, vieja gloria de la guitarra, jipón, barbudo, planetario, también bajó de San Luis, donde se mudó hace un año. En su caso, para nutrir a Almendra de una pieza inevitable. Unica banda que, por un breve retraso de Emilio del Guercio, no tocó en la tarde-noche del jueves, pero que –claro– estará en Vélez. “Tocar con Emilio, Rodolfo y Luis Alberto es una emoción perpetua”, cuenta luego de ver a Pescado. “Entre nosotros, las cosas jamás se dieron por motivaciones económicas, sino simplemente por el placer de tocar juntos cuatro tipos que nos conocemos desde los 14, 15 años y con el motivo extra de festejar el aniversario de Luis. Es un recital a la vida. Al amor, a la paz y al entendimiento.” El creador de “Mestizo” y “Color Humano” deja entrever un futuro –exclusivo– segundo retorno de la banda (“Se va a ir sabiendo con el tiempo”) y Rodolfo García, el baterista, intenta expresar el hecho como puede. “La verdad es que se trata de algo que jamás pensé que se iba a dar. Cuando Luis me lo comentó, me tomó de sorpresa... es una satisfacción impresionante volver a juntarme con mis ex compañeros, y soñar con esta historia de poder estar de nuevo sobre un escenario, aunque sea para tocar unos pocos temas. Inimaginable.”

Y todo en medio de un momento atemporal. Luis invita a su banda actual (Nerina Nicotra, Daniel Cardone y Sergio Verdinelli) para tocar la bellísima canción con aires de zamba “Retoño” –un homenaje a los padres de las víctimas del colegio Ecos en el accidente de la Ruta 8– y anuncia, como a un ángel que volvió victorioso del infierno, la frutilla de postre con bigotes y rostro inflado: Charly García. “Maestro, un gran honor”, le dice. Fuga hacia atrás. “Rezo por vos” y un dèja vu de lo que fue: “Morí sin morir, y me abracé al dolor (...) y curé mis heridas y me encendí de amor”. La voz piedrosa –ronca pero no enferma– de García se confunde con la aguda del Flaco. La versión es muy rítmica, más rápida que la que ambos grabaron en aquellos complicados ochenta. Y al Flaco le corresponde la suma final: “¿Más que esto?”. Eso que no tiene palabras, lo inconcebible, acababa de ser explicado con música y presencias... nadie supo qué decir sin quedarse a medio camino.

Y ahora, a seguir tachando los días en el calendario.

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