MUSICA › PATRICIO JIMéNEZ (1943-2009) FUE UNA VOZ FUNDAMENTAL DE LA RENOVACIóN FOLKLóRICA
Legendario integrante del Dúo Salteño junto con Chacho Echenique, Jiménez dejó su marca indeleble en un repertorio cuyo eje giró alrededor de la obra de Gustavo “Cuchi” Leguizamón.
› Por Karina Micheletto
Patricio Jiménez, integrante junto a Chacho Echenique del mítico Dúo Salteño, falleció el domingo en Salta a los 66 años tras pasar cuarenta días en coma, luego de sufrir dos ataques cerebrovasculares. La muerte de la segunda voz del Dúo Salteño clausura la etapa de regreso de esta exquisita formación, que tras dos décadas de ausencia había vuelto a los escenarios en 2006 y se encontraba en plena actividad, con actuaciones en todo el país y con un gran homenaje que ahora queda pendiente: el que iban a tributarle a su mentor y arreglador, Gustavo “Cuchi” Leguizamón.
Además de ser el responsable del registro de barítono que imprimió al Dúo Salteño, Jiménez integró formaciones como el Quinteto Sombras, Los Cumpas y Los Cuatro de Salta, y durante los años en que el dúo estuvo escindido emprendió una carrera como solista. Fue además compositor, y entre sus obras se destacan “El tren de Alemanía”, sobre un soneto de Manuel J. Castilla –que refleja el pasado vivo y ferroviario de ese pueblo ahora fantasma, camino a Cafayate– y “Sin ella vienen los días”, con letra de Hugo Ovalle. Su nombre quedará ligado, sin embargo, a aquel dúo que marcó vanguardia en el folklore y que en los últimos años llegó a volver a poner en acto esa vanguardia, aunque sin llegar a cumplir la promesa que repetían en las entrevistas y en las charlas informales, la de una nueva grabación que reflejara esta nueva etapa de la formación.
Nacido el 13 de septiembre de 1943 en la ciudad de Salta, Jiménez recorrió varios cuartetos vocales antes de encontrarse con Néstor “Chacho” Echenique, la otra mitad del Dúo Salteño, y con el Cuchi, la guía musical de aquellos jóvenes con cualidades vocales sobresalientes. El encuentro con Echenique se dio en las porteñas galerías Kraft de Suipacha y Córdoba, donde en los ’60 se reunía el Nuevo Teatro y se armaban guitarreadas que convocaban a gente como una joven tucumana, Mercedes Sosa, por entonces mucho menos conocida que su marido, Oscar Matus. Leguizamón los escuchó en Salta, en una reunión en la casa del hijo de aquel Juan Riera que inmortalizó la “Zamba de Juan Panadero”.
Es fácil reconstruir imaginariamente el pulso de aquella velada iniciática, ya entrada la madrugada, después de varias rondas de guitarra y de vino, con el Cuchi escuchando su “Zamba del silbador” armonizada por esos jóvenes que nunca habían pisado un conservatorio, que ni siquiera sabían leer música, y gritándoles, exigiéndoles, con ese gesto exagerado suyo, que tenían que empezar a trabajar cuanto antes un repertorio y una forma, una nueva manera de interpretar en tiempos en que las formaciones vocales marcaban vanguardia. A partir de entonces, Jiménez y Echenique fueron para siempre el Dúo Salteño, siguieron siéndolo aunque se pelearan, aunque pasaran veinte años sin cantar, aunque una dictadura, un mercado discográfico concentrado en las nuevas olas, y también una forma medio hippie de encarar la carrera, les negaran espacio, fechas, grabaciones.
Los discos del Dúo Salteño –algunos reeditados, otros disponibles gracias a unos cuantos fanáticos que se encargaron de subirlos a Internet– alcanzan sin embargo para trazar la rica historia oficial de este dúo que en los ’70 y ’80 significó para muchos parte de la resistencia musical de este país. Entre Dúo Salteño I, editado en 1969, y Vamos cambiando, de 1991 (reeditado por Página/12 en 2006), dejaron una marca indeleble en un repertorio cuyo eje era la obra de Leguizamón en letra y música, con Castilla, con Tejada Gómez o musicalizando a Juan Carlos Dávalos, pero también incluía temas de Echenique, de Zitarrosa o el que Jiménez compuso con Ovalle.
En el repaso, la historia de Patricio Jiménez y del Dúo Salteño recorre aquella bohemia salteña habitada por gente como Leguizamón y Castilla; las difíciles épocas de pensión en Buenos Aires –sin la compañía del Cuchi, quien jamás aceptó dejar su Salta natal–; la incidencia del Nuevo Cancionero; los espectáculos con Armando Tejada Gómez; la participación en el Festival Internacional de la Canción, donde concursaron con “Zamba del imaginero” y corrieron la misma suerte que “Balada para un loco”, de Piazzolla y Ferrer por Amelita Baltar: sólo ganaron los silbidos y monedazos que volaban desde la popular. Y también la dificultad para trabajar con la llegada de la dictadura, los intentos de iniciar caminos separados, el regreso en el siglo XXI, el disco que nunca llegaron a grabar.
Los vitales 66 años que transitó Jiménez le alcanzaron para bajar de la categoría de mito, de folklorista de elite, en la que la primavera democrática congeló al Dúo Salteño. Para volver a maravillar con la gravedad de su voz en los escenarios de todo el país, en tiempo presente y humano. Para recibir en vida homenajes como el reciente libro El aire estaba quieto, de Carlos Juárez Aldazábal, o el que le rindieron el viernes pasado en la Legislatura al dúo, con músicos y música. Una postal queda en la memoria de esta cronista. El concierto de regreso en Cosquín, en 2006, la emoción contenida en las gargantas de tantos que en aquel contexto festivalero los esperaron como en misa. Las lágrimas de Luis Leguizamón, hijo del Cuchi, gritando desatado en primera fila, con ese gesto que es igual al de su padre, jurando que sí, que el Cuchi estaba ahí esa noche, y se estaba cagando de gusto.
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