Jue 26.11.2009
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MUSICA › JAMES COTTON BRILLó CON SU ARMóNICA EN EL TEATRO GRAN REX

Maravillas de una auténtica leyenda blusera

› Por Cristian Vitale

Es martes, van veinte minutos de show y la banda es un reloj. Allen Harrison, un negrazo robusto y de voz gruesa, espera al zurdo Tom Holland. Ni se miran, apenas si se buscan, pero se miman con las guitarras. La base –Noel Neal al bajo y Kenny Ray Neal en la batería– lleva un biorritmo natural, ryhthm’n’blusero, extirpado de la mejor tradición eléctrica del género. Así marcha la noche, en un Gran Rex que supera holgadas las dos mil personas, cuando aparece él: otro negrazo, más gordo y viejo (74 años), que camina lento, con ayuda se sienta en la silla del centro y esboza algunas palabras como si fueran ecos de vidrio molido, ya que nunca pudo superar los efectos colaterales de aquel tumor que hace quince años le sacaron de la garganta. Aun así, James Cotton sigue siendo un hombre de peso, en todos los sentidos posibles. Lleva boina negra, traje gris y camisa roja. Y apenas mueve la pierna izquierda para marcar el compás, la banda, que venía calentando lindo, explota sutilmente en torno de la leyenda. Buenos Aires se viste de blues, otra vez. Patrón rítmico que se repite, doce compases, gritos, slides, vibratos, llamadas-respuestas y una leyenda de la armónica –tal vez una de las cuatro más importantes de la historia del género– apuntalada al asiento como una deidad.

Mr James “Superharp” Cotton está tocando por tercera vez en Argentina, en el marco del Personal Jazz Night ’09, y pasea por el espíritu de sus seguidores criollos una vida entregada al blues. La sintetiza, con su armónica cromada y el swing que sólo esos negrazos como él pueden tener. Toca “Dealin with the Devil” -–aquel standard que inmortalizara junto a Muddy Waters y Jonnhy Winter en el seminal Breakin It Up Breakin– y un pedazo de la historia, su historia, cae encima de todos como un balde de agua tibia. Tunica, la aldea agrícola de Memphis donde nació el 1º de julio de 1935; sus ocho hermanos y las duras labores como aguador en los campos de algodón; su padre –predicador bautista– muerto cuando él tenía 9 años; el viaje más al sur y su encuentro con Sonny Boy Williamson, maestro y guía, que lo llevó a encarar las primeras giras por los antros de Arkansas como armoniquista de ocasión; y más tarde con Howlin’Wolf, el viejo lobo que le hizo grabar sus primeras canciones cuando tenía 16 años. Suena “Got my Mojo Working” y él mismo, con su voz de aguardiente, lo trae al hoy: Muddy Waters y los doce años curtidos con su banda, entre 1954 y 1966.

Poco después suena “Can’t Be Satisfied” y, con ella, la “pata blanca” del blues que llevó a Cotton a grabar con Mike Bloomfield, Paul Butterfield y Janis Joplin cuando finalizaban los ’60. Que lo llevó también, y sin perder su esencia, hacia las aguas del rock y el soul, a través de discos capitales de los ’70, especialmente High Energy. Toca “I Done Got Over It” y remite el reencuentro con Muddy y esa juntada cumbre de 1977. Suena “Down at your Buryin”, y la historia es reciente, de corto plazo, posterior a su operación: la del magnífico Deep in the Blues (1996) y su foto en Tunica, cerca de su casa cuna. Un devenir cíclico que vuela y vuelve sentado en una silla. Que significa una música totalmente informal, cruda, incluso de-sestructurada, altamente emocional y con un swing impecable; pero también una historia social dura, de opresión, esclavos, sexo, crueldad blanca y amores perdidos, trasmitida de generación en generación mediante conversaciones rítmicas. Una historia –o dos– de la que James Cotton, vivo y feliz, emerge como interlocutor inevitable: de ahí su entrañable maravilla.

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