MUSICA › THE DRAYTONES TOCAN EN BUENOS AIRES TRAS SUS SHOWS EN MALVINAS
El cantante y guitarrista Gabriel Boccazzi es un argentino que en 2002 se radicó en Londres, donde formó con tres ingleses este cuarteto con mucha influencia de Los Beatles y The Who. En su logo, las enseñas de ambos países están entrelazadas.
› Por Juan Ignacio Provéndola
Gabriel Boccazzi guardará para sí el extraño mérito de poder decir que su paso por las Islas Malvinas fue positivo y exitoso. Claro que en otro contexto y con diferentes intenciones que las que persiguieron los gobiernos de la Argentina e Inglaterra en aquella guerra que convirtió al archipiélago de dos mil habitantes en un emblema del desequilibrio diplomático, la disparidad bélica y el horror. Esta vez sólo hubo lugar para música, distensión y paz. Al menos ése fue el objetivo con el que el ex combatiente y actual fiscal platense Gabriel Sagastume se contactó con The Draytones, tras comprobar que el grupo integrado por el argentino Boccazzi y tres músicos ingleses usaba como insignia las banderas de ambos países entrelazadas. La propuesta era tan insólita como tentadora: tocar en las Malvinas para ofrecer un mensaje de unidad artística por sobre las diferencias del pasado.
Así fue como la banda radicada en Londres (que acredita tres años de existencia, un disco en la mochila y otro a punto de editarse) armó sus petates y se largó a la aventura junto a un equipo de quince personas para registrar la experiencia en forma de documental. No todo fue sencillo: “Una semana antes de nuestro arribo, un periódico local había publicado un artículo en donde sospechaba que perseguíamos intereses políticos. Misteriosamente, cuando llegamos, nos encontramos con que la gente del lugar donde íbamos a tocar la primera noche había contratado a una banda de las islas. Tuvimos que explicar que nuestra idea era otra y, cuando la duda quedó aclarada, pudimos organizar seis conciertos por nuestra cuenta en los lugares donde pudimos: en la sala teatral más importante de las Malvinas, en la calle frente al hotel, en una casa particular y hasta en el casamiento de un ex combatiente que conocimos en el vuelo de ida”, relata el guitarrista y cantante Boccazzi, que nació y vivió en Buenos Aires hasta 2002. La visita de los Draytones se prolongó desde el 14 hasta el 21 de noviembre, pocos días después de que 374 familiares de argentinos caídos en la guerra consiguieran la postergada autorización del gobierno británico para, finalmente, conocer un monumento inaugurado en el cementerio de Darwin durante 2004.
–¿Qué recepción sintieron de parte de los habitantes de las islas?
–En las islas hay gente de muchos lugares, no sólo de Inglaterra: de Chile, Holanda, incluso argentinos. Eso contribuye a eliminar los prejuicios. Como en todos lados, existe una minoría susceptible. Por ese mismo motivo es que preferimos evitar la imagen con las dos banderas pese a que nadie nos lo prohibió. No quisimos herir a nadie, sino todo lo contrario: llevar música, entretener, dar un espectáculo y ofrecer un mensaje de amistad. Tuvimos muy buena recepción. Incluso unos militares se pusieron a zapar con nosotros. Logramos hacer entender nuestra idea y por ese motivo es que consideramos exitoso nuestro paso por Malvinas.
–¿El recuerdo de la guerra sigue vigente en la vida de las islas?
–Eso sucede desde el mismo momento en que se llega a un aeropuerto que funciona en una base militar. Las zonas de combate están intactas desde hace veintisiete años. Se encuentran balas, pedazos de uniformes y de carpas, cocinas de soldados y trincheras, en gran parte debido a que está prohibido tocar algo de ahí. También están los campos minados que el ejército argentino dejó en esas playas hermosas a las que es imposible acceder. La gente sigue su vida, pero hay monumentos y marcas del combate que se ven por todos lados.
Gabriel Boccazzi acredita un intenso recorrido por el under porteño de rock como bajista, guitarrista o cantante y hasta como violinista de un trío de música clásica que nunca debutó en vivo y cuyo nombre (Los Escépticos) reflejó el sentimiento que lo llevó a mudarse con su música a otra parte en 2002. Así fue como, una vez establecido en la capital inglesa como recepcionista de un edificio (“un trabajo part time tan relajado que me permite escribir canciones en pleno horario laboral”), ideó The Draytones, convocando a sus compañeros de ruta a través de un aviso clasificado. Así llegaron Luke Richardson (batería), Chris Le Good (bajo) y el tecladista Alex Gazetas (luego sustituido por Andy Pickering). Lo que le siguió a eso fue juntarse a pulir un sonido que encuentra a Los Beatles y a The Who como referencias más evidentes, grabar un EP de seis canciones y el posterior LP Up in my Head, rodar por el circuito de bares y locales londinenses tanto como les fue posible y, además, sumar méritos tales como telonear al ex The Jam Paul Weller y ser mencionados como banda revelación por revistas varias. La presencia de las banderas fue una decisión tomada por Boccazzi y Richardson luego de buscar un símbolo que identificara la condición angloargentina de la banda. Uno que fuera mucho menos polémico que el planeado originalmente: bautizar al grupo como The Hand of God (¿hace falta aclarar lo que significa “la mano de Dios”?). Luego de su periplo por las Malvinas, los Draytones vuelven a Buenos Aires para presentarse hoy en La Trastienda.
–¿Qué diferencias encuentra, como líder de una banda, entre los circuitos de Buenos Aires y Londres?
–El de Inglaterra es muy distinto al de acá. No cabe en la cabeza pagar para tocar, como sucede en la Argentina. Habrá algún que otro promotor que se mande la burrada, pero no es lo habitual. Nosotros jamás tuvimos que pagar. No sé si eso es normal o se trata de suerte, pero lo concreto es que los promotores nos contactaron incluso antes de haber grabado discos. Ellos trabajan con criterio comercial, pero también con mucha pasión e incentivo por impulsar la música que les gusta.
–Al cabo de tantos años de residencia en el exterior, ¿cómo es eso de ser turista en su propia ciudad?
–Volví pocas veces, así que es raro ver a Buenos Aires con ojos de turista, se la analiza de otra forma. Esta vez la noto muchísimo más deteriorada que en mis visitas anteriores. Al principio soy un poco visitante, pero después ya me siento parte de la patota. Pivoteo entre el hotel y la casa de mi familia, en Caballito, porque nunca sé bien cuándo voy a volver. Y la tierra siempre tira, por eso estamos acá de vuelta.
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