Sábado, 5 de diciembre de 2009 | Hoy
MUSICA › LA APERTURA DEL FESTIVAL DE JAZZ DE BUENOS AIRES
En el Teatro Presidente Alvear, el Fred Hersch Trío abrió el ciclo con una actuación de altísimo nivel, no sólo por su conocida capacidad al piano, sino por la enorme paleta de matices que ofrecieron el contrabajista Matt Penman y el baterista Nasheet Waits.
Por Diego Fischerman
Si Bill Evans cambió para siempre el concepto acerca del trío de piano, contrabajo y batería, ampliando hasta el infinito las posibilidades de interacción –y de intercambio y entrecruzamiento de papeles–, Fred Hersch, un experto en pensar al acompañamiento como protagonista y en buscar mucho más allá de las formaciones estándar, lleva esa línea de acción hasta sus últimas consecuencias. Cuando toca en trío, como lo hizo en la extraordinaria apertura de la edición de este año del Festival de Jazz de Buenos Aires –en el teatro Alvear–, lo que suena, en realidad, es un trío más la superposición de los tres dúos posibles. Junto a Matt Penman, un contrabajista de exacto sentido rítmico, y el excepcional baterista Nasheet Waits, Hersch, desde la extrema fragilidad de su cuerpo produjo una de las músicas más poderosas escuchadas en los últimos tiempos.
Antes, había rendido homenaje a Charles Mingus el noneto del contrabajista Hernán Merlo, un grupo que a una sección de bronces –Sergio Wagner en trompeta, Ramiro Flores y Juani Méndez en saxos y Francisco Salgado en trombón– y la base –donde al director se le une su hijo Fermín en la batería– agrega dos guitarras eléctricas (los excelentes Patricio Carpossi y Juan Pablo Arredondo) y vibráfono (Diego Urbano). Más que en el hecho de que se tocaran sus temas, el homenaje estuvo dado por la recuperación del espíritu de riesgo y la potente tensión entre lo colectivo y lo solista que atravesaba la obra del contrabajista. El propio director del grupo, al anunciar el último tema y después de una muy buena versión de “Pork Pie Hat”, dijo no querer demorar el momento de lo que iba a seguir. “Lo que van a escuchar es muy grande”, dijo y cuando Hersch, enjuto más allá de lo imaginable, se sentó al piano y, junto a un patrón rítmico más latino que de jazz, a cargo de Waits, comenzó a desarrollar sus frases elegantes, extrañamente líricas, quedó claro que todas las expectativas habían resultado pocas. No sólo se trataba de uno de los grandes pianistas y compositores de jazz de las últimas décadas, sino de un grupo con un nivel de integración y de riqueza de ideas absolutamente inusuales y, por añadidura, en estado de gracia.
Hersch dialoga permanentemente con los otros músicos: el piano entreteje líneas con el contrabajo y la batería, como decía Max Roach que debía ser, es un instrumento cantante más. Pero los diálogos van más allá y se entablan, permanentemente, con el propio jazz. El pianista relee a Monk o a Ellington y en esas miradas no hay sólo una “versión” sino, sobre todo, una manera de componer tomando como material la historia. Los estilos, la mano izquierda contrapuntística que continúa a Bley o a Jarrett, las irrupciones de lo caribeño que remiten a Chick Corea, el modalismo y los ostinatos de Herbie Hancock, en las manos (en el oído) de Hersch nunca funcionan como “objetos encontrados”. No son objetos disecados ni motivos de cita sino, sencillamente, nuevos materiales. Lección de jazz, o de música de cámara, o de música a secas, la actuación del trío de Hersch fue, sencillamente, perfecta.
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