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Sábado, 4 de febrero de 2006

MUSICA › LA OBRA AYRE, DEL ARGENTINO OSVALDO GOLIJOV

Un espacio donde conviven tradiciones muy diferentes

La composición está dedicada a la gran soprano Dawn Upshaw, que la grabó junto a las célebres Folk Songs de Luciano Berio.

 Por Diego Fischerman

El compositor italiano Luciano Berio, uno de los nombres fundamentales de la composición musical de la segunda mitad del siglo XX, aparecía, en un documental, mirándose a sí mismo, en una película casera, cantando canzonetas napolitanas. Y allí decía que lo que le interesaba de la música popular no era aquello en que podía entenderse como una simplificación o una versión sin sofisticación de la música llamada clásica sino los aspectos en que poseía una complejidad natural y sumamente difícil de imitar desde el mundo académico: escalas no temperadas, ritmos reacios a cualquier clase de cuadratura, inflexiones vocales y formas de ataque instrumentales inimaginables en la tradición clásica.

En 1968, Berio compuso Folk Songs. Era el año del Mayo Francés, del doble blanco de Los Beatles, del segundo disco de Pink Floyd y del segundo de Hendrix –que comenzaba con una especie de pieza radiofónica–. La obra estaba dedicada a su mujer, la mezzosoprano Cathy Berberian, para quien también escribió arreglos de canciones de Los Beatles. Se trataba de un conjunto de once piezas de tradición folklórica, provenientes de Estados Unidos, Armenia, Francia, Sicilia, Azerbaijan y Cerdeña, entre otros lugares, que exploraban, además, distintas posibilidades de la voz, incluyendo el grito y la rugosidad extrema. Folk Songs era una obra pensada para Berberian y, posiblemente, nada se parezca tanto a ese proyecto como el trabajo conjunto de la notable soprano estadounidense Dawn Upshaw y el compositor argentino radicado en ese país Osvaldo Golijov. El compuso para ella una serie de arreglos de canciones ligadas al mundo cultural del Mediterráneo y la obra, llamada Ayre, completa un disco recién publicado por Deutsche Grammophon en que la otra composición es, precisamente, Folk Songs de Berio, en una interpretación extraordinaria. El tercer protagonista es el productor del disco, un músico que toca guitarra y ronroco (una especie de charango) en el grupo que acompaña a la cantante, bautizado por Golijov The Andalucian Dogs, que compuso la música de la única pieza instrumental de la serie, Luna, y que acaba de ser nominado al Oscar: Gustavo Santaolalla.

“Creo que Cathy Berberian fue la antecesora de Dawn, en el sentido de que no era una simple mezzosoprano sino alguien que tenía muchas voces diferentes”, explica Golijov. El se deslumbró con ella por primera vez, cuenta, cuando la escuchó cantar en la grabación de la Sinfonía Nº 3 de Gorecki. Más adelante, con su interpretación del Angel en la ópera San Francisco de Asís, de Messiaen. “Esa era la Dawn que imaginaba; ese increíble timbre de soprano, el estilismo de su sonido”, recuerda. “Pero cuando ensayamos juntos por primera vez, para la grabación de la canción Lúa descolorida, que ella incluyó en un disco solista junto al pianista Gilbert Kalish, ella cantó una nota que era fundamental en la pieza, un si medio, y yo vi el arco iris. Fue uno de los grandes momentos de mi vida musical. Dawn es muchas Dawns. A través de los años las fui descubriendo. Tanto en música clásica como popular, son muy pocas las personas que tienen la posibilidad de tener una voz plural. Incluso los compositores, muchas veces, sólo tienen una cosa que decir, con algunas variaciones, en toda su vida. Y están también, por supuesto, autores como Bach o Beethoven, que tienen muchas voces posibles. Dawn es una de esas personas.”

La cantante, por su parte, comenta: “Lo interesante es que nunca había sabido que tenía esas voces de las que Osvaldo está hablando y para las que escribió la música de Ayre. No entiendo cómo hizo para saber que yo podía hacer ciertos sonidos antes de haberlos oído jamás”. El propio Golijov, en todo caso, es, también, alguien con más de una voz. Miembro en la Argentina de la última dictadura militar de un grupo de rock, inmigrante primero en Jerusalén y luego en Filadelfia, donde estudió con George Crumb, es arreglador habitual del Kronos Quartet –el grupo estrenó una obra suya y él escribió para ellos, entre otras cosas, una versión deResponso, de Aníbal Troilo–, enseña en el Conservatorio de Boston y mantiene una duradera relación musical con Santaolalla. “Me encanta su música”, dice. Y en tren de explicarles a los estadounidenses de quién se trata, ejemplifica. “Su trabajo en este disco es extraordinario porque viene de otro lado; no tiene ningún prejuicio acerca de la voz de Dawn o del sonido de ningún instrumento. El llega con lo que él sabe. Es una especie de Elvis Costello argentino y tiene una biblioteca increíble en su cabeza, que incluye todas las canciones populares compuestas entre 1955 y la actualidad.”

Golijov se refiere a la relación entre Ayre y las Folk Songs: “Incorporo el mismo grupo instrumental de Berio pero agrego el acordeón y la laptop porque creo que el concepto de folklore está cambiando. El folklore hoy no es igual al folklore de 1968. La computadora ya es un instrumento folklórico: es parte del folklore de hoy. No se trata, además, de herencias inmóviles. Más allá de lo que se hable acerca del folklore, cada pueblo del mundo tiene su gran cantante. Pienso en Dawn, por supuesto, pero también en grandes divas del folk como Fairuz. O la cantante israelí Ofra Haza, o la griega Savina Yannatou, o la mujer de Jordi Savall, Motserrat Figueras. La gente piensa que el folklore flota en el aire. Pero también están las personas que, con sus voces y sus guitarras, le dan forma real. En el folklore hay, también, una idea de autoría”.

El músico, que en Ayre tomó como un posible epicentro la España medieval, en donde convivían las tradiciones cristiana, judía y árabe, argumenta que “en muchos aspectos ese mundo de relativa armonía entre distintas culturas era muy similar al de Nueva York en la actualidad. Hay problemas entre distintos grupos étnicos pero todos toman el mismo subte y cada uno come las comidas del otro. Yo viví eso en los dos países en donde estuve antes que en Estados Unidos, Argentina e Israel. Algo que siempre me sorprende, porque he vivido atravesándolo, es lo frágil que es la civilización; lo débil que resulta esa coexistencia. Uno va a casamientos de grupos étnicos diferentes, los judíos van a restaurantes árabes. Todo funciona y parece muy normal, pero tomó mucho tiempo construirlo y puede destruirse demasiado fácilmente. Ayre se trata un poco de eso”. Entre las fuentes de esta obra que algunos críticos estadounidenses e ingleses, en franca competencia con la idea de vanguardia dura que todavía se pregona en algunos ámbitos franceses y alemanes, consideran entre las más significativas de los últimos tiempos, aparece, también, Miles Davis. Es decir, la mirada de Davis sobre España –mirada que, para muchos músicos de la generación de Golijov, nacido en 1960, fue la que abrió la valoración hacia lo español–. La última canción del ciclo, Ariadna en su laberinto está, según Golijov, “inspirada en Gil Evans y su trabajo con Miles en Sketches of Spain, especialmente en Soleá que es una especie de prima lejana del Bolero de Ravel”. Pero, en realidad, Ayre pone en escena otra cuestión y es una posible redefinición de lo que significa componer. “Varias de las melodías no son mías”, dice Golijov. “Creo que la composición es poner ciertas cosas juntas. Yo tengo esa melodía, a la que armonizo, orquesto, cambio, corto, con la cual juego. Creo que eso es componer.”

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Osvaldo Golijov y Dawn Upshaw contaron, en Ayre, con la producción de Gustavo Santaolalla.
 
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