Sábado, 6 de marzo de 2010 | Hoy
MUSICA › A-HA COMENZó SU GIRA DEL ADIóS ANTE UN LUNA PARK COLMADO
La banda noruega que fue símbolo de los ’80 se desarmará después del tour Ending On A High Note. Su concierto del jueves saldó cuentas con aquellos para los que hits como “Take on Me” y “The Sun Always Shines on TV” son recuerdos de la adolescencia.
Por Juan Ignacio Provéndola
La fría noticia dirá que A-ha eligió Buenos Aires para comenzar Ending On A High Note, la gira con la que dará punto final a una carrera que incluyó nueve discos de estudio, dos en vivo, millones de copias vendidas a lo largo del mundo y un copioso legado que recogieron desde U2 hasta Robbie Williams. Algunos asegurarán que el show del jueves pasado, en un Luna Park hasta el tuétano, fue, de todos modos, un pálido recuerdo de aquella (única) visita anterior de 1991, que incluyera un doblete en el templo del box y un Obras adicional. Claro que, en aquel entonces, el grupo entraba a la década en el pináculo de su apogeo, y ahora simplemente se trata de una despedida amable, cumpliendo con la sencilla expectativa de regodearse en su historia antes de que, como anunciaron sus músicos, se dediquen a “otros aspectos significantes de la vida, como causas humanitarias, política, o lo que sea”.
Fue banda de posters en habitaciones adolescentes, fanatismos histéricos a la salida de los hoteles y rubios carilindos de esos que caen bien a toda suegra. Pero recordar a A-ha sólo por eso sería una pena, porque también fue otra cosa. Por empezar, un grupo provocador, entendiendo que provocar no es únicamente hacer tronar el escarmiento de las guitarras, convertir una letra en panfleto o jactarse a los 60 años de llevar una vida al límite y más allá. También es, por ejemplo, tomar decisiones en un disco pensando en la música y no en la millonada que vendió el anterior. Y A-ha provocó de esa manera cuando, cansado de escupir hits a lo largo de sus cuatro primeros álbumes, pegó un inesperado timonazo en Memorial Beach (1993), que lo llevó a perder lugar en el terreno comercial. Luego, sus integrantes se pelearon, probaron otras suertes como solistas, se amigaron y volvieron cinco años más tarde. Se curtieron, bah. Entonces encararon esa segunda etapa mucho más relajados, incluso sin interrumpir sus proyectos individuales. El resultado de eso fueron cuatro interesantes álbumes grabados por la motivación misma de hacer música. Visto de ese modo, podrá valorarse entonces la intención de actualizar la fórmula tomando reflejo de quienes, como Coldplay, habían reconocido en los noruegos un estímulo decisivo para su pulsión musical.
Todo ese proceso interno se resumió en las primeras cinco canciones (incluido su último disco, Foot of the Mountain, del que sólo atendieron dos). La veintena restante respondió básicamente a Hunting High and Low (1985), Scoundrel Days (1986) y Stay on These Roads (1988), sus primeros tres álbumes y, a la vez, los más exitosos. No por nada el primer clamor popular lo generó, justamente, la balada “Stay on These Roads”, cuando el show ya estaba entrado en temas. Pero no sólo de esa trilogía salieron momentos intensos: Morten Harket pudo valerse de “Summer Moved On” –más que de ninguna otra– para demostrar que su capacidad vocal permanece inalterable, en “Living Daylights” evocaron su feliz aventura cinematográfica por encargo de John Barry (principal compositor musical de la saga James Bond) y que el Luna Park se convirtiera en una pista de baile a la hora de “Cry wolf”.
Sin embargo, el clímax se vivió al cierre, cuando invocaron sus dos primeros sucesos: “The Sun Always Shines on TV y “Take on Me”. No sólo se convirtieron en clásicos ineludibles de los ’80, sino que también dejaron una memorable secuencia de videoclips en la que innovaron con técnicas de filmación y animación hasta ese entonces reservadas para Disney y algunos pocos más. Basta con escuchar a Bono parafrasear el estribillo del primero en “Beautiful Day” o ver a la recreación del video del segundo en un capítulo de Family guy para entender su verdadero nivel de influencia.
En vivo, cada cual atiende su juego y el que pone la cara por todos no es ni el cantante Morten Harket ni el guitarrista y principal compositor Pal Waaktaar, sino Magne Furuholmen, el verdadero creador genético del “sonido A-ha” a instancias de sus teclados. Toma la función de vocero haciendo saber reiteradamente lo felices que están de tocar una vez más en Argentina, arenga al público a través de ardides como los acompañamientos de palmas y hasta se permite algunas intervenciones graciosas. Sus dos compañeros, en cambio, prefieren empatizar expresándose a través de canciones que, dicho sea de paso, dejarán de tocar en diciembre, tras veintiocho años de carrera.
A su manera, cada uno de los tres hizo su aporte para una noche inolvidable esquivándoles a los golpes bajos y a los lugares comunes. Entonces, el adiós se convirtió en un homenaje no sólo para la carrera de la banda, sino también para la adolescencia de aquellos “jóvenes adultos” que colmaron el Luna Park buscando algo que, alguna vez, supo pertenecerles. Cada cual rindió cuentas con el pasado. Al final de todo eso quedaron sonrisas amargas y la pregunta de si en verdad existen las despedidas felices.
8-A-HA
Integrantes: Morten Harket (voz y guitarra rítmica), Pal Waaktaar-Savoy (guitarra líder y coros), Magne Furuholmen (teclados y coros), Erik Ljungren (bajo, teclados y programaciones) y Karl-Oluf Wennerberg (batería).
Lugar: Jueves 4 de marzo, estadio Luna Park.
Público: 8 mil personas.
Duración: 120 minutos.
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