MUSICA › ENTREVISTA A LA CANTAUTORA MEXICANA LILA DOWNS
La notable artista, que acaba de lanzar el disco Lila Downs y la Misteriosa en París, formaliza su segunda visita al país en el Gran Rex. Mientras tanto prepara un proyecto con influencias rancheras y la música para la versión teatral de Como agua para chocolate.
› Por Yumber Vera Rojas
Una de las mayores constantes en el cancionero popular latinoamericano es la malquerencia. Con apenas algunos pocos boleros, rancheras y tangos tomados al azar, se torna incalculable la cantidad de historias que recrean el amor imposible, el embaucado, el vilipendiado o incluso ese vacilante que prefiere la comodidad burguesa frente a la abstracción del cariño potable. No obstante, lo más terrible de la desilusión, especialmente tras la entrega en cuerpo y alma, es cuando salta a la luz la trastienda de la mentira. Así que mientras el consuelo aparece, hay quienes acuden a la botella para remojar la desesperación, ahogar el llanto y anular el desgaste del proceso, al tiempo que la fonola suena en el fondo del bar. Al igual que la cubana La Lupe, la tica Chavela Vargas o el ecuatoriano Julio Jaramillo, Lila Downs integra la banda de sonido hispanoparlante del despecho. Y es que la cantautora mexicana es una versada en los avatares de la querencia, aparte de ser dueña de una sensibilidad contagiante y de una voz moldeada por la desavenencia. “Hay que vivir para poder cantar y sentir –afirma la artista oriunda del sureño estado de Oaxaca–. Si no fuera por el amor que aprendí a tenerme y que logré brindarles a la vida y a mi pareja, no estaría aquí. Tengo la tendencia a convivir muy bien con la botella y desperdicié bastante mi juventud en eso. Así que agradezco mucho dedicarme a la música y apreciar todo lo bueno que me está sucediendo.”
Es mitad de tarde, y en el microcentro porteño el ventarrón escalofriante de este ciclotímico otoño ronronea por las calles provocando el temor del peatón. Justo en la esquina de Tucumán y Suipacha, un edificio de ostentación patricia devenido en lujoso apart hotel recibe a Downs, que viene de actuar esta semana en Rosario y Córdoba como parte del Black Magic Woman Tour (Argentina es la única escala sudamericana de la gira). Sentada en un living de diseño minimalista, lo que más conmueve de la exponente mexicana –ataviada con pantalón negro, camisa pálida y un colorido saco de lana autóctono de su lugar de proveniencia– es el lindo contraste de su blanca sonrisa con el hermoso pardo de su tez. Desborda simpatía, hasta cuando se desconcentra en las respuestas o vacila. Además de adelantar un puñado de alhajas de su flamante producción, el disco en vivo Lila Downs y la Misteriosa en París (editado en 2010, séptimo de su trayectoria, primero en directo y tomado la pasada primavera en la capital francesa), esta militante de la renovación de la música popular de su país regresa a Buenos Aires tras su debut en 2008, acompañada por un noneto multiétnico que deslumbra por su imaginación (arpa, clarinete, guitarras eléctricas y percusiones latinas), para reencontrarse con la audiencia local hoy en el Teatro Gran Rex.
–Mercedes Sosa influyó en su decisión de dejar la ópera y reencontrarse con la música popular. Cuando vino por primera vez aquí, no sólo tuvo la oportunidad de entrar en contacto sino de cantar con ella. ¿Cómo le afectó su muerte?
–Fue un gran privilegio poder conocerla poco antes de que falleciera. Ella colaboró en un tema que compuse para Oaxaca, mi pueblo, llamado “Tierra de luz” e incluido en mi disco Ojo de culebra (2008). Luego cantamos juntas en Córdoba, en un concierto en el que también intervino Susana Baca. Y más tarde me invitó a participar en “Razón de vivir”, que se encuentra en su último álbum. Me parece un honor haber vivido todo esto.
–¿Está al tanto de la actual música popular de aquí?
–Me gusta mucho el cruce que experimentan hoy los ritmos rioplatenses. La propuesta de Gotan Project es una de las que más me impresionaron porque combina una tradición de música que quizá se piense en términos antiguos, y al mismo tiempo en un contexto muy moderno. Me encantan proyectos de ese estilo, que vienen en la línea de lo que realizan artistas como Orishas y Calle 13.
–Usted impulsó la tradición musical de su país hacia instancias experimentales inimaginables a través de la conjunción de corridos, cumbias, rancheras, boleros, pop, jazz y hip hop. ¿Cuál es el límite?
–Esa es la belleza del arte, que es abierto, que ofrece libertades y que cada vez menos depende de cuál es tu origen. Finalmente, el público decide si funcionas o no. A veces es más fácil decirlo que hacerlo, pero hay que ser persistentes y creer en lo que uno hace, aunque no te hagan caso las disqueras. Sin embargo, el aparato cambió, ahora cuentas con Internet para dar a conocer tu trabajo.
–De madre mixteca y padre estadounidense, su vida es una consecuencia de la hibridación cultural. ¿De qué manera baja esa información al terreno de lo tangible?
–Por una parte lo que hago es bien personal, aunque al mismo tiempo reflejo mi entorno social. Siempre viví esa dualidad de tener que ponerle la espalda a mi origen mexicano, indígena y yanqui. Si bien al principio sale automáticamente, después te das cuenta de que es una especie de segregación a tu individualismo. Y en la música yo traté de hermanar las tres influencias. No sé si lo conseguí o si es un éxito, pero lo sigo intentando. Lo que noto es que los públicos que vienen a mis conciertos son de diferentes razas, edades y caminos. Demasiado más a la izquierda que a la derecha...
–¿Su próximo trabajo de estudio mantendrá la misma línea conceptual de sus otras producciones?
–El nuevo disco se abocará a la ranchera e incluirá algunos temas más contemporáneos. Algunos serán de mi autoría. Básicamente, estoy retomando la idea del mariachi, pero de una manera más minimalista. También con Paul Cohen, mi pareja, con el que hago todos los temas que tocamos, estamos preparando la música de la versión teatral de Como agua para chocolate (basada en la novela de Laura Esquivel). Y ese proyecto nos lleva tiempo. Así que creo que el próximo álbum saldrá quizás a principios de 2011.
–Se la considera el punto medio entre Manu Chao y Chavela Vargas en el aspecto lírico y musical, debido a la sencillez, a lo identitario y a la cosmogonía de los temas que aborda. Temáticamente, ¿hacia dónde apuntará el disco?
–Lo que hago en cada proyecto es muy distinto. No lo puedo definir muy bien en palabras porque no viene tanto de aquí (se toca la cabeza). Creo que en este caso tendrá mucho que ver con la emotividad y con lo que percibo en mi país con la moralidad. La corrupción carcome a toda América latina, y lo peor es que se acepta. O quizá se está durmiendo la montaña, y en algún momento se volverá a levantar.
–La falta de consenso en América latina pareciera haber puesto a la región en una suerte de barco a la deriva. ¿Siente que existe algún tipo de salida a estas crisis que parecieran nunca acabar?
–Vivo parte del año en Nueva York, y siento una gran afinidad con el colombiano, el argentino y el venezolano, que es algo que no experimenté en tiempos anteriores. Hay una sensación de unidad inédita para mí. Y les diría a los del Norte que tengan cuidado, pues hay un despertar en nosotros que es inevitable y que tiene mucho que ver con nuestras historias, que siguen siendo dolorosas y quizás ahora parezcan un caos. Pero creo que vienen cosas muy positivas para nosotros en América latina.
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