MUSICA › ENTREVISTA CON EL DUO SALTEÑO, LA LEGENDARIA AGRUPACION FOLKLORICA QUE APUESTA A UN NUEVO REGRESO
Chacho Echenique y Patricio Jiménez le pusieron voz, hace casi cuarenta años, a una de las expresiones más exquisitas que haya dado el folklore argentino. Aquí el Dúo repasa su historia y habla del significado de la obra de Cuchi Leguizamón.
En Cosquín protagonizaron el regreso folklórico del verano, cuando, tras 20 años de ausencia, volvieron a sonar en el festival mayor del género, ante una plaza emocionada. Ahora, de a poco, Néstor “Chacho” Echenique y Patricio Jiménez, el Dúo Salteño, van retomando un ritmo artístico que el próximo jueves los llevará a inaugurar la Serenata a Cafayate, en aquel bello paisaje salteño. A fines de los ’60, Gustavo “Cuchi” Leguizamón depositó en ellos la responsabilidad de ponerles voz a sus creaciones (alguna vez se definió como el “entrenador” del Dúo). Junto a él mostraron un repertorio único, con armonías y contrapuntos vocales sofisticados en la música popular. Fueron músicos de culto, y siguieron el derrotero que suele corresponder a esa etiqueta: la falta de difusión masiva, a pesar de haber grabado en un momento de expansión del género discos que, hasta hoy, son buscados. Ahora, en diálogo con Página/12, el Dúo repasa su historia y las causas de su separación, su relación con las discográficas y, claro, el significado de la obra de Cuchi Leguizamón.
Antes de que comience la entrevista, un chico que anda por los veinte años se acerca tímidamente a Patricio Jiménez para pedirle una foto. “Yo nací en Salta. Cuando era chico, mi papá me despertaba con la música de ustedes. Me acariciaba la cabeza mientras sonaba el disco”, dice con los ojos mojados. Cuando Mercedes Sosa los cruza, detrás del escenario de Cosquín, abre los brazos y pide: “¡por favor, no se vuelvan a separar!”. También ella llora. Está claro que, además de las expectativas que despierta su regreso, el Dúo Salteño está muy presente entre cierto sector de los seguidores del folklore, reponiendo una memoria colectiva que excede lo musical.
–Durante la primera etapa del Dúo, no habían pisado muchas veces un escenario como el de Cosquín. ¿Cuál era la relación que tenían con los festivales?
Chacho Echenique: –En esa época el Dúo no estaba promocionado para nada. No teníamos la relación que se dio con el tiempo. Cuando veníamos a Cosquín no éramos populares, la gente no nos conocía. El público que nos aplaudía a nosotros, desgraciadamente, era sólo el de la platea.
Patricio Jiménez: –Nos decían que hacíamos canto de elite. Pero era porque no había difusión. Cosquín no fue el único lugar donde había esa diferencia: aceptación en la platea, indiferencia o rechazo en las populares. En los ’70 fuimos al Festival Internacional de la Canción que se hizo en el Luna Park, llevamos Zamba del imaginero: toda la platea nos aplaudía; la popular nos chiflaba y nos tiraba monedas. Se terminaban agarrando entre ellos. Al final ganó un tango, El último tren, que hoy nadie conoce. (Se refieren al festival en el que también compitió Piazzolla con Balada para un loco, en la voz de Amelita Baltar, con la misma suerte que la relatada por el Dúo.)
Ch. E.: –Había un grupo de seguidores, sí, gente ávida. Pero lo nuestro no era para festivales. En el ’72, ’73, hicimos todos los teatros de Luz y Fuerza, gratis. Cantábamos nosotros, Aníbal Troilo, Mercedes Sosa, Guarany, Piazzolla. Después ya vino una época más fulera. Pero no había una ansiedad por escuchar al Dúo como ahora.
–¿Qué creen que pasó en el medio? Es extraño que ahora hayan ganado aceptación, tras tantos años de ausencia.
Ch. E.: –Los discos quedaron e hicieron su trabajo. Hubo una generación que los compró y se los pasó a sus hijos. Fue una propaganda de boca en boca, más la de algunos comunicadores amigos. No eran muchos, pero hubo gente que estuvo ahí, y les estamos agradecidos.
–Sus discos, que ahora son inhallables, tampoco tuvieron grandes cifras de ventas en su momento.
Ch. E.: –Las grabadoras tuvieron que ver. Nosotros creíamos que al ir a Polygram, la cosa iba a funcionar automáticamente. Pero jamás nos difundieron, porque “no éramos comerciales”. No nos pasaban por la radio. Y tampoco actuaron los entes culturales de Salta. Tuvimos que ir a pasar hambre a Buenos Aires. Estábamos en una pensión, esperando que los representantes hicieran algo, con una actuación de vez en cuando. Eso nos fue desgastando. Creíamos en ellos y estábamos años esperando, pero las actuaciones no aparecían. Esa es la verdad que a veces, por orgullo, uno quiere tapar. Las cifras de las grabadoras, además, jamás cerraron: ¿Cuánta gente compró nuestros discos, solamente en Córdoba? ¿Y nosotros cuánto hemos cobrado? Tengo la factura de Sadaic de los últimos seis meses: treinta y pico de pesos.
–¿En cuanto influyó la dictadura?
Ch. E.: –En mucho, porque nos persiguieron. Teníamos que andar a las escondidas, en teatros chiquitos, y más con Armando (Tejada Gómez). Me acuerdo cuando estábamos en uno muy minúsculo, al lado del Maipo. Armando me decía: “Mira, Chacho, por fin, la gente que tenemos...!”. ¡Era la cola del Maipo! Cuando, por fin, llenábamos el teatrito, ya venía la policía. Pasó en el Paraninfo de la Universidad de Santa Fe. También allanaron la pensión.
–Dicen que los acusaban de cantar para la elite. Es lo que Mercedes Sosa dice que le pasa hoy, que no llega al pueblo.
Ch. E.: –Claro, ese público que dice Mercedes escucha cumbia, cuarteto, ni la escucha a ella ni a nosotros.
P. J.: –Quizás es la diferencia entre ser masivo y popular. Porque nadie puede decir que Mercedes Sosa no es popular.
–¿Y ustedes lo sienten como una barrera a quebrar?
P. J.: –Por supuesto. Para eso fuimos a Cosquín. Estuvimos un año ensayando, arduamente. De acá en más, tendremos que ir imponiéndonos por nuestro trabajo. Por suerte, hoy hay una invasión de changos que hacen cosas muy buenas. Ahora nos toca a nosotros llenar el vacío que dejamos. La gente está buscando algo que la represente. Ya está cansada de esta enciclopedia romántica y erótica que venden como folklore, y que encima, no es ni romántica ni erótica.
Ch. E: –Y el Dúo es nuevo ahora, estamos haciendo armonías que después de nosotros desaparecieron. Cantamos todo diferente. La arenosa tiene un color, Zamba del silbador otro... Eso la gente lo siente.
–Sin embargo, siempre se dijo que tenían muchos imitadores. Se suele mencionar a Coplanacu, por ejemplo.
Ch. E.: –Ellos tienen dos voces iguales, ni más arriba ni más abajo. No ponen el acento en la armonía, ni hacen contrapuntos. Son voces paralelas, casi como Los Chalcha, sólo que con una perspectiva de armonía un poquito más amplia. Está muy bien lo que hacen, sobre todo para la juventud. Además son bien folklóricos, no cantan baladas.
–Lo que seguro no tuvieron fue una continuidad en Salta: el panorama salteño actual se traduce en Los Nocheros y una cantidad de imitadores.
P. J.: –No podés ser un referente cuando te retirás. Los referentes terminaron siendo ellos, bombardeados por las radios. Con la democracia, hubo una apertura para los chicos, que empezaron a tener espacios para cantar. Pero estuvieron los oportunistas, que enseguida los agarraban y se los llevaban para este romanticismo estúpido. Después salieron Los Nocheros y todos se encolumnaron detrás. Al no haber referentes del otro lado, era lo único que se escuchaba. Y bueno, los chicos tomaron eso.
–Pero parece raro en una provincia que tuvo al Cuchi, Manuel J. Castilla, Jaime Dávalos...
P. J.: –¡Pero si en Salta el Cuchi era el loco silbador! No sabían que había hecho una zamba atonal. No sabían que Manuel J. Castilla tenía 40 libros. No sabían a quién tenían al lado. Hoy todo el mundo habla de las anécdotas graciosas del Cuchi, que tiene miles. Pero nadie sabe que tenía un piano en su dormitorio y se sentaba horas allí. Me acuerdo cómo protestaba la mujer: “¡Ya me tiene harta! ¡A las dos de la mañana se pone a tocar!”. A las dos de la tarde íbamos nosotros a ensayar, y estábamos hasta las diez. Todos los días. Era un trabajador.
Ch. E.: –Cuando lo dejamos, pobrecito, se vino abajo. El no quería que grabáramos, quería que esperáramos.
P. J.: –Lloraba en la terminal: “No se vayan, no sean bagallos, quédense conmigo a estudiar!”, nos gritaba.
–¿Cuando miran para atrás, se arrepienten?
P. J.: –No, porque nosotros salimos y lo sacamos a él. Recién ahí el Cuchi tocó por primera vez afuera de Salta. El hacía música, no sabía si tenía plata, si había que grabar, difundir, nada.
Ch. E.: –Decía que teníamos que seguir estudiando, y a lo mejor, es cierto que nos apuramos un poco. Pero no podría haber sido de otra manera: A los 20 años, ¿quién te para?
–¿Cómo eran esas jornadas de ensayos de ocho horas diarias? ¿Había un método?
P. J.: –En medio del ensayo decía: “Vamos a tomar un recreo”. Entonces ponía Schönberg, Béla Bartók, Stravinsky... ¡Y nosotros bostezábamos que daba miedo! No habíamos escuchado nunca esa música. Pero después decíamos: Chacho, ¿has visto que esos acordes de Stravinsky son parecidos a los que está haciendo él en tal lugar? Así fuimos empezando a vincular todo. Era un trabajo intenso, porque Cuchi se sentaba y no paraba. Quería que nosotros tuviéramos la expresión que él tenía en el piano. Chacho tenía que cantar lo que él tocaba, y aparte ponerle su expresión. Una vez que estaba eso, ponía la segunda voz.
Ch. E.: –Ahí se entera de que no sabíamos música, al principio, no se lo dijimos, no sé por qué. Patricio y yo éramos intuitivos, trabajábamos con el grabador. ¡Cómo nos ha maldecido cuando se enteró! El tenía una gran formación, pero a la vez, criticaba los conservatorios. Así que nos maldecía y al rato decía: “La verdad que tienen razón... ¡En las universidades son todos sordos!”.
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