Domingo, 9 de mayo de 2010 | Hoy
MUSICA › FITO PáEZ PRESENTó SU NUEVO DISCO ANTE UN LUNA PARK FERVOROSO Y ENTREGADO
La excusa era presentar Confiá, su nuevo disco, pero Fito también supo revisitar varias páginas inspiradas de su pasado.
Por Luis Paz
Así como los filósofos clásicos han entendido que la virtud necesaria para el desarrollo de la polis estaba o bien en la Bondad o bien en el Saber, Fito Páez defiende hoy a la Confianza como valor fundamental en la vida social. Su reciente disco, Confiá, planteó la hipótesis. El corte difusión del álbum, “Tiempo al tiempo”, presentó su Método del Relax. Y el viernes por la noche, el escenario del Luna Park fue el estrado para defender el plan, dominado con gran facilidad por un Fito optimista, bien cordial y bastante cariñoso con sus compañeros y el público, lo que seguramente haya sucedido también anoche, para cerrar el doblete del señorial músico rosarino en el Palacio de los Deportes.
Con una puesta sobria pero entretenida, Páez hizo así su “regreso a Buenos Aires” para unas cinco mil personas, con un concierto de dos horas, 27 canciones y una decena de coros populares con eje en sus temas más clásicos y extendidos: de las agradables “Giros”, “Dar es dar” y “Mariposa technicolor” a las más rabiosas “Ciudad de pobres corazones”, “El chico de la tapa” o “El diablo de tu corazón”, y sus crónicas de amantes desangelados “11 y 6” y “Un vestido y un amor”.
La urbanidad y los viajes, contados y criticados siempre, poesía mediante, siguen presentes en su nueva obra, que bien podría ser un tratado de una filosofía personal, biográfica y autorreferencial, pero también tribunera, dicharachera y coyuntural. Algo como una relectura ATP de la motivación provocada por The Beatles, o como el programa de un partido político de militantes puteadores pero plenos de propuestas para el buen vivir, con un líder muy carismático y más diplomático.
Sobre el show y la banda que acompaña al músico, por supuesto que hay qué destacar: la guía en teclados de Diego Olivero es fundamental, el groove funk de Dizzy Espeche (guitarrista de Emmanuel Horvilleur) les pone un poco de baile a temas que nunca lo fueron y el agregado de la voz extrema de Claudia Puyó ensalza “Circo beat”, “El amor después del amor” y “A rodar mi vida” (con revoleo de indumentaria incluido).
Hoy, Fito Páez parece un contador de historias, un relator musical ya doctorado que, aun así, no deja de producir teoría sobre el rock, incluso siendo una parte indiscutible de la cultura pop argentina, de la canción como ensayo y del álbum como soporte enciclopédico. Pero en ese camino lo que el recital del viernes mostró fue una foto precisa del Páez entertainer, del Fito maestro de una ceremonia vocal social. Allí justamente su diplomacia: pese a estar mostrando un paquete de nuevas canciones, no renegó de la bibliografía obligatoria para la materia Conciertos en el Luna Park y repasó “Al lado del camino”, “La rueda mágica” o “Polaroid de locura ordinaria” lo mismo que “Folies Verghet” (del Lalala facturado con Spinetta) o los recientes “La nave espacial” (otra de sus habituales road songs) y “London Town”.
“Cable a tierra” fue vox populi en el escenario, las tribunas y el campo, pero con “Dar es dar”, sobre el cierre de los bises, fue que toda aquella teoría, ese optimismo constante y esta confianza nueva (o renovada) se volvieron una práctica colectiva: Páez dejó el tablado y recorrió los pasillos cantando, entre pelos grasos y camperas de cuero, batidos y botas de piel de reptil, niños, nonos y sus nenas, distintas de las de Sandro en edad, origen y bultos en las billeteras. Así, como evangelizador de humores, hizo tomar la comunión a cinco mil personas con sus cables internos de amor, desamor y confianza en el retorno del sentimiento, en su propio regreso al sentir del show hecho en Buenos Aires: multitudinario, cordial y demagógico, siempre y desde ambas partes. Una celebración al “genio” y al “maestro”, ambos gritos descendidos desde las plateas en cada ocasión que se puso al teclado, o en aquella “Ciudad de pobres corazones” en que tomó, como pocas veces, la guitarra para acompañar el solo furibundo de Dizzy.
Sin ningún descontento, y es más, con alguna risa provocada por el cambio de letra por “no te asustes Cecilia Roth” en “El diablo de tu corazón”, o la aparición de la actriz y ex pareja del rosarino en las pantallas para “11 y 6”, el público dejó el Templo del Box animado y, como no podía ser de otro modo, confiado en el arte de Fito Páez. Verdaderos puntos altos del encuentro fueron “Tumbas de la gloria”, a la que el tecladista y cantante presentó como una de sus “favoritas porque incluye los acordes de Piazzolla, la poesía de Cadícamo, los tonos menores de McCartney y la influencia de la mente prodigiosa de Charly García”. Y también “Circo beat”, que ya a mediados de la lista de temas confirmó que lo de Fito, además de arte, es entretenimiento.
Es inevitable intentar desentrañar hasta qué punto Confiá puede ser superador de su anterior obra. Y parece ser que la respuesta, por estos días, debe ser buscada en la confianza de un autor optimista.
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