Domingo, 23 de mayo de 2010 | Hoy
MUSICA › LOS RATONES PARANOICOS Y UNA NOCHE CALIENTE EN EL LUNA PARK
La excusa era celebrar los veinte años de su segundo y fundamental disco, pero Juanse, Sarcófago, Pablo Memi y Roy ofrecieron una cabalgata rockera de todos sus tiempos, con invitados de lujo como Charly García y Luis Alberto Spinetta.
Por Luis Paz
RATONES PARANOICOS
Músicos: Juanse (voz y guitarra), Pablo “Sarcófago” Cano (guitarra), Pablo Memi (bajo), Rubén “Roy” Quiroga (batería).
Invitados: Charly García, Luis Alberto Spinetta, Jimmy Rip, Toti Iglesias.
Público: 4500 personas.
Duración: 2 horas 20 minutos.
Viernes 21, Estadio Luna Park.
Buena parte de los diarios hispanoamericanos cometió ayer un error que no deja de ser elocuente. “Los festejos por el Bicentenario argentino incluyeron conciertos de León Gieco, Litto Nebbia, Fito Páez, Moris y Los Ratones Paranoicos”, aseguraron. El recital de la banda de Juanse no ocurrió en ese marco pero, igualmente, la prensa ibérica y latina no erró: sí hubo un festejo patrio en el Luna Park, el de la nación stone, esa patria rockera que sabe de banderas y de agitación popular. Juanse fue el orador, varias las atracciones, y el revisionismo completo: un recorrido por 25 años de rock y paranoia.
A las 21.40 arranca todo y no tranquilo. Basta que se vaya el telón para que una, dos, nueve banderas y otros tantos paraguas se abran en “El vampiro”. Junto a la banda (Juanse, Sarcófago, Roy y el histórico de regreso, Pablo Memi), una sección de vientos y cuatro pantallas: el HD ha llegado al rock y Juanse lo aprovecha usando su yo proyectado para peinarse y posar, cómo saber si a favor o no de la caricatura. Lo indudable es la solidaridad que el problema de salud de Gustavo Cerati revivió entre los egos de los cantantes de rock: “Que lo de hoy sea un abrazo muy grande para Gustavo”, reclama Juanse seriamente, mientras sólo un cuarteto de intrépidos vendedores de refrescos se les anima a los viciados gases humanos de los más de cuatro mil chicos y chicas, unos en cuero, otras casi en topless y la mayoría listos para cantar de viva voz “El centauro” o aquella pieza casi disco que es “No llores”.
Ratones Paranoicos aprovecha la ocasión para revisitar su historia y celebrar no sólo el bidecenato de Los chicos quieren rock, su segundo y fundamental álbum, sino también sus fundamentales miembros: a Sarco lo arengan miles de palmas cuando canta “Vodka doble”, Roy ya tendrá su solo de batería antes de los bises y Memi y Juanse bromean como al principio, aquel anterior a que “Pablo se fuera a comprar puchos hace diez años y recién ahora volviera”, como cuenta el cantante sobre las idas y vueltas de una banda que sigue girando en un disco anacrónico. No les pidan música contextual a los Ratones, no corresponde. Hacen un rock clásico, con un sonido clásico y consiguen el efecto clásico: el de provocar pogo, baile, delirios estrogénicos y mandibuleo varonil.
Ahora la bandera se desenrolla, desde acá al fondo hasta el límite con el escenario, bien cercano a la banda, allá adelante, donde los paraguas se cierran para dejarla seguir camino, como una pasarela que va de lado a lado y termina casi en las pantallas donde la icónica Betty Page se menea al compás de “Damas negras”. Juanse se sube a la movida, larga la viola y agarra el saxo, para investigarlo en un solo pasado por extenso pero válido por curioso. Y luego “Carolina”, y la patria stone reunida en el parque lunar en tiempos de Bicentenario.
El guitarrista Jimmy Rip, sultán del sustain y colaborador, entre otros, de Jerry Lee Lewis y Mick Jagger, se les suma en “Una noche no hace mal” y se queda en “Vicio”, una marca imborrable de los Ratones y de los ’90 que Juanse deja en manos de un pibe que entra, encapuchado y deliberadamente delgado. Es Toti Iglesias, de Hijos del Oeste, uno de tantos personajes de la música y del humor al que Juanse ha inspirado. Habiéndose festejado ya, los Ratones invitan a celebrar a todos los libros del rock y se despachan con dos gestas impensadas: Luis Alberto Spinetta (“lo más alto a lo que se puede aspirar”, señala Juanse) entra para “Sacrificio japonés” y “Sucia estrella”; y Charly García se hace cargo de las gesticulaciones y las teclas en el “Rock del pedazo”. La fiesta es completa y parece que no importan los problemas de sonido.
Un segmento final hitero, entre “Rainbow”, “Rock del gato” y “Para siempre”, marca el momento de sublimación hímnica, habiendo pasado ya batallas ganadas contra el público sofocado (“Una noche...”, “Sucia estrella”) y alguna empatada, como los raramente recibidos “Cara verde”, “Babylon” o “Lo que doy”. La nación stone ha vuelto a andar, con las mismas bases históricas de siempre, aunque en momento de cambio de modelo económico: se le fueron las bengalas y le llegaron las proyecciones en alta definición, aunque todavía conserva los cuernos que, desde el sombrero de Juanse, recuerdan las bases divinas de este pueblo, las leyendas vivas del sexo, las drogas y el rock n’roll. Si esto, otra vez, sucede a favor o en contra de la caricatura, de ese humor político que el rock también tiene, aún es un misterio.
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