MUSICA › JAVIER MALOSETTI HABLA DE SU FLAMANTE DISCO TEN
El álbum es el primero completo que graba con su banda Electrohope, armada tras la disolución de un trío de corte más jazzero. “Hacía rato que tenía ganas de cambiar el enfoque de la música: buscaba un mensaje más directo, enérgico”, explica el músico.
› Por Cristian Vitale
Seis meses han pasado de la epopeya de Luis Alberto Spinetta en Vélez pero, para quienes tocaron y para quienes lo vieron, el tiempo parece congelado en una dimensión sagrada. Es una suerte de reminiscencia cíclica que escarba el alma cada vez que vuelve, un hito del que se hablará sin fecha de vencimiento, como Woodstock, o el Nashville de Dylan y los proyectiles, o la vez que Pappo se despidió de la “vida rockera” en el Cosquín campero, que cada quien define a su manera. Para Javier Malosetti, uno de los enfermos más enfermos de la obra del Flaco, se trató del hecho musical del siglo. “De éste y del que pasó”, se emociona el rubión alto, agazapado bajo la calefacción exterior de un bar de Palermo. “Almendra, Invisible, Pescado, los Socios, todo en la misma noche. Que Juan del Barrio haga el solo de minimoog original de ‘Alma de diamante’, o que se junten a tocar ‘Quedándote o yéndote’ con Rapoport, fue glorioso”, sigue, acompañado por el crepúsculo frío y un té digestivo. “Pero lo más heroico fue ver a Luis cantando canciones, después de treinta y tantos años, en la misma clave, en el mismo tono. Fui a ver a The Police la última vez que vino y todos los temas están una cuarta abajo... ¡Es Sting! Y Luisito se bancó los temas en ese mismo lugar, cantando como un angelito esa noche de tanto frío. Impresionante. Fue una celebración.”
Pero, claro, hubo vida después. No bien concluyó aquella noche de diciembre, el bajista armó las valijas y se fue de vacaciones: un mes a Ostende. “Fue un postshow divino”, recuerda. Y allí, al borde del mar, una tarde tuvo una reminiscencia que se iba a transformar en una de las piezas centrales, si no la más, de Ten, el flamante disco que acaba de editar a través de Oday Music y que presentará el viernes 16 de julio en el ND/Ateneo (Paraguay 918). Malosetti tocaba la guitarra y le llovió entero un tema que había compuesto tras la muerte de la abuela materna de Julián, su hijo. “Había sido hace mucho y juro que no lo toqué nunca más. Pero esa noche me bajó entera, fue como una señal. Primero se llamó ‘Madres e hijas’, después lo dejé sin nombre y al final me acordé de mis gatas, ‘Albie & Ally’. Tenía la idea de generaciones y generaciones de mujeres... La abuela de Julián, o la de esas gatas huérfanas que agarré de la calle porque seguramente habían perdido a su madre. In memoriam a una, y en homenaje a otra”, se ríe.
–El tema tiene un aura melancólica, aunque sin sobrepasar el límite de lo oscuro. ¿Era el perfil que buscaba?
–Sí. Y hasta tiene una cosa medio romántica, si se quiere. Si hubiera tenido un nombre romántico, podría haber sido un tema para chapar; pero como son historias de muerte, se ve de otro modo. No da ganas de besarse con nadie (risas). Aunque la inspiración y el dolor van de la mano a menudo; parir duele, ¿no? Uno se inspira en ciertos personajes o situaciones para componer y, en general, el resultado tiene relación con el sentimiento.
–“El Benja”, otro de los temas, viene al caso desde un lugar distinto; da con una cosa más festiva...
–Benjamín, sí, un chico chiquito, tal vez el fan más pequeño que tengo, y que viene a todos mis shows. Debe tener unos 9 años. Lo conocí una vez que fuimos a Uruguay, en la cola del Buquebús. Me vino a cantar temas míos y la madre me decía: “Me tiene loca”. Mortal. Recuerdo que estábamos en la cola para subir al barco y compramos una revista que en la tapa tenía un culo impresionante... Estábamos todos en ronda con la revista abierta mirando ese orto y justo llegó él con la madre. Tuve que esconderla para hablar con ellos (risas). Ahora el pibe se hizo imitador de Michael Jackson.
Más allá de evocaciones, inspiraciones y personajes, de un mojón más en el desarrollo de un estilo distintivo, Ten implica la consolidación de la nueva banda de Malosetti (él, más Nico Raffetta en teclados, Hernán Segret en guitarra, Tomi Sainz en batería y Damián Carballal en percusión). Electrohope, que así se llama, había asomado en el disco anterior, homónimo, y acabó tomando curso concreto en el nuevo álbum. “Aquél fue un disco medio catártico, donde terminaba una banda –el trío con Oscar Giunta y Hernán Jacinto– y arrancaba otra, ésta. Si bien éste es el primer disco de la banda, ya estaba convencido de subirme a este caballo y abandonar el ciclo del trío”, explica. Aquel trío duró cuatro discos (Niño, Off Niño, Varsovia y parte gruesa de Electrohope), y dio paso a este nuevo encare. “No sabía que el primer disco de Pearl Jam se llamaba igual, pero cuando me avivaron saqué otra cosa de la galera: Ten por tener, por entregar y no de vender. Además, una periodista me dijo que quería decir “cielo” en chino y me pareció una linda palabra. Podría haber sido “sanguijuela” en japonés, pero de pedo es cielo. Está bueno.”
Otra de las piezas clave del disco está dedicada a La Loca de Mierda. No a cualquiera sino a una chica que Javier descubrió viendo videos en YouTube. “Es una genia la piba (Malena Pichot). Se filmó en un momento de su vida medio difícil. Se había mudado sola a un departamento de un barrio que no le gustaba, se separó del novio y empezó a curarse haciendo videos muy inteligentes.” El tema se llama “Crazy B”, y en vivo lo traduce como “La playa loca”. Por impronta y sonido, “Crazy B” demuestra por otra parte el todo de un disco más despojado y fresco que la mayoría de la saga Malosetti. “Trato de no contaminar a los músicos con el jazz. De hecho, lo único que hay del género son mis solos medio bebop. Incluso me saqué las ganas de hacer ‘Money for Nothing’, de Mark Knopfler. Hacía tiempo que le venía buscando la vuelta, hasta que me di el gusto. Hice una versión blusera de un tema pop, hi-fi, ochentoso. Le saqué esa histeria de época y rescaté la belleza del tema, que además tiene una letra muy graciosa y cierta. Me gusta como queda el arpegio, le da un gustito rural y eléctrico.”
–¿Podría haberla logrado con el trío? Es muy abierta para los cánones del jazz...
–Lo intenté, pero no funcionó. El tema sirve como ejemplo porque hacía rato que tenía ganas de cambiar el enfoque de la música, no sólo la forma de componer sino el hecho de no hacer tanto hincapié en las armonías del jazz, esa cosa tan abstracta, ni en los solos de dos horas. Buscaba un mensaje más directo, enérgico. De hecho, hubo más temas que probé con el trío y sonaban a lo mismo de siempre. Digamos que los tres nos conocíamos mucho, como un matrimonio antiguo.
–Fue un divorcio de común acuerdo, entonces...
–Algo así. Era un cambio que me pedía el cuerpo, porque ya venía tratando de rockear un poco y los hacía tocar cosas que tocaban por hacerme el aguante, pero no porque las sentían. Cuando le hacía tocar a Pepi Taveira –baterista del trío anterior– grooves a lo James Brown, él aceptaba sólo por hacerme la segunda. Creo que el músico de jazz, en general, no conoce mucho la experiencia de banda. O toca en el grupo solista de otro músico, o tiene su propia banda con músicos detrás. El jazz hace solistas, no hace bandas. El rock sí. Son distintas formas de concebir el trabajo del músico.
–¿Cómo lo posiciona su experiencia ante esta especie de horizonte sinuoso?
–Nunca tuve una banda, así que estoy experimentando algo que nunca me había pasado.
–Pero fue bajista de Spinetta...
–Toqué en su grupo, pero no era necesariamente banda. Era el grupo de Spinetta. Ni siquiera toqué en los Socios del Desierto. Es más: la única experiencia de banda de rock que tengo data de cuando tenía 16 años, en algún garage de El Palomar. Después empecé a desarrollar mi carrera de músico con grandes exponentes del jazz, con Baby López Furst, con Larumbe, con Dino... Todo esto antes de Luis. Por ahí tuve alguna banda de rock más, pero no pasó nada.
–Si bien a fines de los ’70 los géneros se dieron la mano, en general subyace cierta tensión irresoluta entre ambos. ¿El jazz clausura al rock o viceversa? Hay opiniones divergentes y encontradas al respecto...
–Yo me cago en esa pared. Sé que para muchos músicos de rock soy muy jazzero y para los de jazz mi estilo no es ni ahí purista, y hasta alguno que otro puede rechazarlo. Pero, gracias a Dios, la gente que compra mis discos lo ve como estimulante, ve algo bueno en que las referencias lleguen de mundos diferentes. Si no, es como el racismo de la música, como esa gente que sigue oponiéndose al casamiento entre blancos y negros, y considero que no hay cosa mejor para la humanidad que se mezclen las razas y se acabe la milonga, ¿no? Mi viejo (Walter Malosetti) es un músico de jazz grandioso que nunca tocó otra cosa que no sea lo suyo: no hizo fusión del género con rock, tango o folklore. Sólo toca jazz puro de una época, la del swing y el principio del bebop. Eso también está bueno, porque es una definición. Lo que digo es que no hay que despotricar. Hay puristas que pueden ser sectarios y eso es jodido.
–¿Discute con su padre?
–No, porque es un tipo muy abierto. En el momento de tocar, disfruta de lo suyo solamente, pero escuchando disfruta de miles de cosas: le encantaba The Police. Se moría con Stewart Copeland, y con Andy Summers y sus delays de guitarra. Escuchó a Frank Zappa, a Weather Report. No es un negador, digamos.
–¿Se expidió acerca de Ten?
–No lo escuchamos juntos todavía.
–¿Pero se critican los discos o siempre está todo bien?
–No. Siempre que dijo algo fue desde el lugar de padre-fan, con mucho amor. Nunca me va a decir “esto no está bien”, aunque lo crea. Sus críticas están teñidas por el amor del padre hacia su hijo.
Una campera negra a la usanza de los viejos Hells Angels, con las palabras Harley Davidson pegadas al pecho, recubre al ponderable bajista del viento sur. La taza de té deja su fondo al descubierto y él vuelve al preciso instante en que tuvo que ocupar la silla del fallecido Tuerto Wirtz en aquel Vélez. “‘Bosnia’... ¡como la disfruté! Wirtz era yo y yo era Wirtz. No me pesó para nada eso, porque él era mi hermano. Un hermano con el que formé uno de los tándem más asesinos que se escucharon en bajo y bata; y además soy zurdo como él para tocar la batería. Tocamos más o menos igual, en el sentido de que somos medio perros los dos –dice, manteniendo el verbo en presente vivo–. Wirtz no es un virtuoso, es un genio como BB King en la guitarra, ¿no? O como el Bonzo: músicos cuyo virtuosismo no pasa por una gran destreza, ni por los solos deslumbrantes, sino por otra cosa, por un magnetismo. Para mí, toqué con John Bonham.”
–Es recurrente su visión acerca del hecho de que el virtuosismo no tiene por qué ser central en la música.
–Sí, y seguro puse el ejemplo de BB King o el de Atahualpa Yupanqui. No me refiero al Yupanqui escritor, que era un grosso, sino al violero. Tenía una magia que te dejaba mudo, sin ser para nada un virtuoso. Te llevaba a un lugar al que pocas veces llegabas por otros medios.
–Y usted, ¿cómo se siente en esta tirantez que se da entre el músico virtuoso y el que “hechiza” por actitud más que por aptitud?
–La verdad es que prefiero no subirme a ningún llobaca, porque la jineteada es jodida. Me gusta poder desarrollar, o intentar desarrollar los dos aspectos: poder tocar una melodía con pocas notas y que sea emotiva y profunda; o si la música lo pide, en el momento que arden las papas, no quedarme atrás. Poder tocar a tempo, a velocidad, doblando... Jugar con el batero, como Jaco Pastorius.
–O como Joe Zawinul...
–Los músicos de jazz rock en general tenían eso. Podían tocar muy pocas notas o hacer un solo que te partía. Está bueno no ser ese que toca tres notas siempre... A BB King le queda bien, pero no se puede tomar eso como ejemplo. No quiere decir que, porque le salga bien a él, nos tiene que salir bien a todos. En particular, prefiero evitar la del jinete que se da la cara contra el suelo por subirse al caballo equivocado.
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