MUSICA › YO, PINCHEVSKY, UN AUDIODOCUMENTAL DE JUAN PABLO BERMúDEZ
Valiéndose de un formato no convencional, el periodista y docente, junto con el sonidista y cineasta Aldo Castelli, rescató jugosos testimonios del músico fallecido en 2003.
› Por Cristian Vitale
Yo, Pinchevsky. Probablemente él, Jorge Pinchevsky, no esté en el mármol clásico del rock argentino cuando en cien, doscientos años se revisite el origen. Al menos entre sus figuras centrales, las que, como Spinetta, García, Pappo, Nebbia o León han cargado un imaginario endeble con bellísimas canciones, short histories en forma de melodías, de las que una, dos, tres, cuatro generaciones se han apropiado. Pin, como entrañablemente lo llamaban, no fue un compositor. No fue alguien con el don de transformar una vivencia, un ensueño o un sentimiento en algo tangible, factible de ser mostrado ensamblando letra y música. No fue eso. Pero fue único en su especie. Un tipo casi incontaminado por el afuera, que se expresó a través de otras cosas. Que suplió tal imposibilidad –la de hacer bellas canciones– por una aptitud casi excepcional, la de aplicar el violín al rock –sin olvidarse de Vivaldi o Beethoven– y dejar fluir una historia personal a través de él. Un tipo indómito e imprevisible que, de la posibilidad concreta de estabilizar su vida hasta la muerte en una Orquesta Sinfónica –con mujer, hijo y casa segura–, pasó a desestabilizarla en una noche. Y jamás volvió: “Yo tenía un hijo y era un señor profesor que llegaba todas las noches a las nueve a cenar, pero una noche me quedé dormido en el parque del caserón de La Cofradía (de la Flor Solar), hasta que salió el sol, totalmente borracho. A la mañana siguiente, en mi casa me querían matar. Mi ex mujer me preguntaba con quién había estado, y cosas así. Entonces a la tarde fui a la Sinfónica y dije que no quería tocar más música clásica, y que se fueran todos a cagar”.
Fue el click de Pin y la raíz de un devenir de 30 años lo que Juan Pablo Bermúdez, periodista y docente, y Aldo Castelli, sonidista y cineasta, tratan de resumir en un minilibro de 200 páginas, con audiodocumental incluido, editado por PM Grupo Editor. Un somero refresco del hombre y su violín mágico a siete años de su insólita muerte –lo atropelló una bicicleta cruzando la calle 7 en La Plata– a través de su voz, y la de aquellos que lo acompañaron en las diversas y zigzagueantes etapas de su vida: Rocambole, Miguel Cantilo, Claudio Gabis, Cyrille Verdoux, Black Amaya, Rubén Alterio, Guillermo Cides y Alejandro Medina. El integrante de Manal, su mejor amigo, refrenda –por presencia y memoria– aquel punto de inflexión que mató al Pinchevsky de Conservatorio para parir al Pin del rock. “‘Mirá’, le dije esa noche ‘si vas a tocar ahora esto conmigo, nunca más vas a tocar en la Sinfónica’. Y así fue: Esa noche estuvo tocando y volvió al otro día. Se quedó por tocar. El tenía una mecenas que venía a buscarlo, una mina que trataba de ordenarlo un poco. Estábamos arriba de los árboles tocando y llega... Jeannette se llamaba. Venía con un trajecito en la mano, tipo esmoquin con moño, a buscarlo para llevarlo a la Sinfónica. ‘¿Jorge no está acá?’ ’No, no sé, no vino’, le decían. Y nosotros arriba del árbol con la guitarra, meados de risa”, testimonia el bajista.
Y un después errante, difícil de ordenar, que el trabajo de Bermúdez y Castelli no fuerza. Pin y su violín en La Cofradía de la Flor Solar, La Pesada y Sui Generis. Pin tocando tango en cabarets. Pin desapareciendo con violín y chica en medio de la trifulca del “Rompan Todo” en el Luna Park. Pin a punto de ser “reventado” por la cana en la comunidad de La Plata. Pin y Miguel Abuelo en Londres inventando La Cofradía de la Nada, tocando a la gorra bajo los puentes, reemplazando al futuro Crimson David Cross en Gong. Pin de regreso tocando en El Samovar de Rasputín y Pin muerto cuando aún le faltaban 20 años para morir. “Le toqué la puerta a mi padre y cuando me vio se fue para atrás, se puso lívido como si estuviese viendo un fantasma”, cuenta, sobre aquella errónea información que Roberto Pettinato, por entonces director de Expreso Imaginario, tiró creyendo literal una ironía de Miguel Abuelo. “¡Tuve que leer mi muerte!”, recrea en uno de los pasajes del relato.
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