Vie 16.07.2010
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MUSICA › LUIS FILIPELLI PRESENTA SU DISCO PERDONEN MUCHACHOS... LES VOY A CONTAR

A contramano de las corrientes

El cantor estuvo treinta años sin grabar, hecho que atribuye a su gusto por los tangos desconocidos y no al repertorio trillado que siempre eligen las discográficas. Esta noche mostrará su estilo goyenecheano en Clásica y Moderna.

› Por Cristian Vitale

“¿Pero vos no sos el pibe de la televisión?” Luis Filipelli, cantor de tangos desconocidos, arrastra un trauma lejano. Cierta vez, cuando tenía 18 años, lo habían tomado como cadete en una empresa de limpieza, y más de uno lo cruzó en la calle con tal pregunta. “No podían creer que yo cantara en Grandes Valores y tuviera que vivir de llevar papeles, ¡y me lo echaban en cara!”, se queja hoy, casi cuarenta años después, con un largo trayecto recorrido y nuevo disco bajo el brazo, Perdonen muchachos... les voy a contar, que presentará esta noche en Clásica y Moderna (Callao 892). Casi cuatro décadas en las que, sin dejar jamás de trabajar en la misma empresa –llegó a encargado–, se posicionó como una voz singular, por generación y fraseo, dentro del género. Tiene 54 años, pero sus vivencias parecen doblarlo en edad: giras por todo el país, algunos discos, entreveros con Alberto Podestá, Roberto Goyeneche –que lo nombró su ahijado artístico–, Rubén Juárez, Homero Expósito o Atilio Stampone, y una serie de máximas–guía que lleva guardadas, como aquella pregunta callejera. “Jairo me dijo un día que esta profesión pasa por educar la historia, con la posibilidad de que alguna vez Dios toque el timbre”, manotea una, al azar.

El primer timbrazo de Dios lo lleva directo al Polaco. De las dos líneas madre del cantar tanguero –la gardeliana y la goyenecheana–, Filipelli tomó la de su viejo amigo, porque le “tira más decir”. “La verdad es que lo que más me importa es llegar a la piel de la gente y la única forma es interpretando. Cuando nos presentábamos juntos en Caño 14, él me señalaba todas las equivocaciones en las letras, y esto es algo fundamental porque ningún cantante, por más voz que tenga, puede transmitir una emoción si no sabe lo que está cantando. Veo que hoy hay muchos cantantes, incluso con más bagaje cultural que los viejos, que no saben bien qué están diciendo. A mí, por suerte, me tocó el último coletazo. Aprendí mucho de ellos y sigo: esta noche me encuentro a tomar unas copas con Alberto Podestá, mi gran amigo de 80 años”, destaca, con la boca de coté.

“También fui muy amigo de Homero... ese sí que te enseñaba”, sigue. Fue Expósito el que le develó, cara a cara, el enigma de una de las frases más bellas de la historia del tango. “La verdad es que se lo tuve que preguntar porque no tenía la menor idea. ¿Qué era eso de ‘Era más blanda que el agua, que el agua blanda’? Y Homero, muy concreto, me respondió: ‘Y, pibe, existe el hielo, ¿no?’. Bueno, el entorno de ese momento era así: los tipos escribían y tiraban; escribían y tiraban. Está la famosa anécdota de cuando Troilo y Homero se fueron a comprar cigarrillos, desaparecieron cuatro días y, cuando volvieron, habían hecho tres tangos. ¡Tenés que ser muy genio para que te pase eso! Ahora, si te pasás cuatro días sin dormir y por eso te creés un piola bárbaro, no da. No me cabe. El talento ante todo, che. Es no tener un mango en bolsillo y meterte en un bar a tocar la guitarra, cantar y hacer música por el hecho de hacerla. Eso es barro y mugre. Eso hace falta hoy”, sostiene.

Filipelli, actual cantante de la Orquesta Juan de Dios Filiberto, es como una rara avis etaria dentro del dos por cuatro. Un eslabón perdido entre los vaivenes temporales del género que ganó el concurso en Grandes Valores del Tango cuando la mayor parte de su generación –corría 1973– optaba por el incipiente rock o por el boom folklórico de la época. Cuando llegó al disco debut, en 1980, el tango aún atravesaba un devenir oscuro y, cuando pudo asomar la cabeza –junto con el alba del auge–, le dio miedo abandonar la empresa de limpieza. “La verdad es que me agarró un momento de vacas flacas, mi mujer quedó embarazada, el teléfono no sonaba y no me animé a largar el trabajo.”

–No alcanzó con poner la cara en TV.

–Tal vez para que me encuentre con Colacho Brizuela y me diga: “Che, me acuerdo de vos cuando cantabas en el 9 (risas)”. En realidad, la tele es todo pose y close up; no es como un disco, que te marca en el tiempo. Dejás de hacer diez programas y la gente se olvida de vos. Y pensar que de repente me encontré cantando con gente como Rafael Amor, Edmundo Rivero, Troilo, Nelly Omar y Oscar Alemán... Más que para poner la carita, lo que más sirvió fue encontrar referentes. De todos aprendí algo, escuché, y debo haber copiado para forjar un estilo, una personalidad. El referente es muy importante para llegar a tu propia individualidad, el resto es vivir.

El cantor va y viene en el tiempo. Ve al Polaco subiéndose a un taxi ocupado para comprar cigarrillos, al tipo que iba a escucharlos con sobretodo y slip, al negro Juárez vendiendo el auto para filmar una película o a Podestá alquilando un departamento por cien pesos al mes, “cuando ganaba 12 mil”, se ríe. También la noche en que les ganó la pulseada a las trabajadoras en un cabaret de Río Gallegos. “Yo era un pibe todavía y mi representante no tuvo mejor idea que venderme para tocar ahí. Los cabarets son lugares donde las mismas minas son contra... Se compite con ellas, porque uno está en su negocio y ellas en el de ellas. Ir a interrumpir el idilio de una pareja con un tango es lo peor que te puede pasar. Entonces, claro, estaba cantando en el medio de una mudanza, era un griterío total. Y en eso estaba cantando ‘Trenzas’ y escucho a una mina que aplaude; se calla todo el cabaret y dice: ‘Quiero escuchar’. Era la madama, y desde ese momento no voló una mosca. De ésas tengo un millón.”

–¿A qué factores atribuye que su carrera discográfica no haya sido más prolífica? Entre los dos primeros álbumes y el último median treinta años, casi un período glacial...

–(Se ríe) La verdad es que no me importa acumular discos sólo por decir “mirá cuántos grabé”. Cuando hice el primero tenía 21 años y desde ese momento no quise transar con el repertorio, algo que las compañías exigen para vender. Me mandé con “Tabaco” y “Garras”, dos tangos casi inexplorados, y lo aceptaron, pero no siempre es así. Ahora se me dio porque en realidad el master corrió por mi cuenta y la compañía sólo se encargó de la gráfica y la distribución.

Se constata en los créditos, porque entre las 14 piezas que pueblan Perdonen muchachos... hay apenas un par de clásicos (“En esta tarde gris”, “Volvió una noche”), y el resto conforma un corpus tanguero casi inexplorado que Filipelli revive con tacto de buceador: “Igual que una sombra”, de Cadícamo y Pugliese, o “Mensaje”, de Castillo y Discépolo, entre ellos. “Tiendo a buscar ese tango que no canta nadie, a ver qué se le puede sacar, y eso es ir contra la corriente. La verdad es que no me traiciono porque no quiero traicionar a nadie. Además hago música por el hecho de hacer música, sin preocuparme mucho por la guita que pueda entrar”, reafirma.

–De alguna manera, el hecho de tener otro trabajo le resuelve esta instancia.

–Sí, me da margen. Pero nunca utilicé el laburo que tengo de día para financiar el de la noche. Por ahí hay tipos que tienen mucha guita y quieren cantar. Lamentablemente lo hacen y, bueh, así queda... Cuando murió Eladia Blázquez, Chico Novarro y Rubén Juárez escribieron “Para Eladia”, que tiene una frase medio jodida: “Que canten los que sepan... que todo lo que hiciste no venga y te lo gaste un gil cualquiera”. Dieron en el punto...

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