Martes, 20 de julio de 2010 | Hoy
MUSICA › ALBERTO ROJO, MúSICO Y FíSICO, ACABA DE PUBLICAR TANGENTES
Este tucumano se mueve con la misma soltura arriba de un escenario –donde Mercedes Sosa le dio un espaldarazo–, enseñando mecánica cuántica en una universidad de Estados Unidos o escribiendo acerca de la relación de Borges con la física.
Por Cristian Vitale
“Mi infancia fue un alternar constante entre la intelectualidad doméstica y los partidos de fútbol en la vereda”, dice Alberto Rojo, y deja picando su evolución. Tucumano, nacido en la calle Adoquines, donde cada casa tiene un naranjo, criado entre padres intelectuales (padre filósofo, madre docente), tías santiagueñas (amantes de la chacarera) y compañeros de primaria de regiones disímiles (San Miguel y Pittsburg), supo de chico tanto de Rubén Darío y Lope de Vega como de Brahms y Chopin. Tanto del folklore impregnado en su ciudad cuna como de los pintores que su padre, profesor alguna vez en la Universidad de Pittsburg, le hizo recorrer en los museos de Filadelfia, Nueva York y Washington. Tanto de los picados en el barr(i)o, donde los palos del arco iban de la pared al tronco del naranjo, como de los partidos de básquet en el Central Córdoba, donde resaltaba como armador natural. “Este fue el cimiento de mi forma de vivir el arte y se lo debo a mis padres. Ellos me acercaron a desafíos del pensamiento desde muy chico y, si bien hoy pienso que era como tomar agua de la manguera del bombero, les agradezco ese virus de curiosidad por el mundo que me infectaron. Un virus del que nunca me liberé”, extiende.
No resulta curioso, entonces, su devenir binario: Rojo es músico y físico. Es aquel que tocaba la guitarra afinada como laúd en Gaudeamus, grupo adolescente de música antigua, y el que se doctoró en Física en el Instituto Balseiro para desarrollar sus investigaciones primeras en la Universidad de Chicago. También el que alternó toques, cruces y discos con Pedro Aznar, Mercedes Sosa, Charly García o Juan Falú, con colaboraciones junto a renombrados cráneos de la mecánica cuántica como Gerald Mahan y Anthony Leggett. O que grabó finos discos del folklore argentino (Clásicos del siglo XXI, Para mi sombra, Amaicha y el flamante Tangentes) y escribió libros sobre la física cruzada con la literatura (El jardín de los mundos que se ramifican: Borges y la mecánica cuántica) o La física en la vida cotidiana. “Hay una relación definible de la teoría cuántica con la música, porque aquélla es una teoría ondulatoria de la materia, y la música –las consonancias musicales– se basa en acuerdos entre ondas. El sonido es una onda y gran parte de la descripción matemática de la vibración de una cuerda de guitarra es la misma que la descripción ondulatoria, o cuántica, de una partícula microscópica”, dilucida.
–La diferencia estaría en la interpretación...
–Que por cierto es distinta. Y ya en un terreno especulativo, pero dentro de la física, en las teorías de supercuerdas, que no están confirmadas por experimentos como las teorías cuánticas más “convencionales” de la materia, las partículas elementales, los electrones y los protones son como acordes musicales de esas entidades microscópicas llamadas supercuerdas.
Rojo maneja al detalle los rasgos de su singular péndulo de intereses. Actualmente radicado en Michigan, donde da clases en la Universidad de Oakland, el físico y músico ondula entre escritos que hablan sobre la física del cantautor y trabajos musicales que, como anuncia Tangentes, lo mezclan con Víctor Heredia, el Chango Farías Gómez y Luis Gurevich, en rol de productor. Tangentes, que el guitarrista presentó en viaje relámpago por Buenos Aires, incluye también dos grabaciones junto a Mercedes Sosa (“Chacarera del fuego” y “Zamba del Argamonte”) que, por esas cosas de tiempos editoriales, resultaron póstumos a la Negra. “Tangentes es un disco distinto para mí. Como una nueva capa de la cebolla después de Para mi sombra. El rol de Gurevich como productor del disco fue crucial. Luis tiene una gran intuición y amplitud musical. Con pocos toques mágicos fue capaz de llevarme a un territorio distinto, que no deja de ser la continuación de Para mi sombra, pero que va en otra dirección, quizás integrándolo más con la totalidad de mis intereses.”
–Tangentes: otra vez la matemática.
–Una palabra que a la vez representa lo tangible y lo sensorial.
–Y los dos temas con Mercedes Sosa, que lo vinculan directamente con esa “materialidad” de la música. ¿Cómo empezó su relación con ella y cómo se desarrolló posteriormente?
–Lo primero fue muy loco. Yo conocía a Colacho Brizuela de alguna peña de Buenos Aires, y él me la presentó en una prueba de sonido, antes de un recital de Toronto, como “un guitarrista tucumano”, y ella me dijo: “¿Trajiste la guitarra?”, con acento bien tucumano. Me fui corriendo al hotel a buscarla, porque soy zurdo y no puedo tocar con una prestada, le mostré una canción mía en el camarín y me dijo: “Tenés que subir conmigo a cantarla”. Y así, en una secuencia de imágenes que todavía me resulta irreal, a las tres horas estaba tocando a su lado y frente a tres mil personas. A la mañana siguiente me dejó subir a verla a su suite y le mostré mi demo de cuatro canciones. Lo escuchó con auriculares, con los ojos cerrados, mientras la miraba como esperando el pronunciamiento de una deidad. En un momento traté de explicarle algo de una canción y me calló con un leve gesto de la mano. Al final me dijo: “Esto es nuevo y hay que apoyarlo. Vas a escuchar de mí”. Y así fue.
La primera invitación de la Negra hacia Rojo fue en el Massey Hall de la ciudad canadiense, la siguiente fue en el Festival de Cosquín 2006, y después fue la misma Sosa la que accedió a cantar “Ni si ni no”, la pieza que el tucumano estrenó como orquestador del Teatro Colón junto a la Orquesta Estable. El idilio continuó a través de conciertos en Chicago, en el City Center de Nueva York, en México y en una de las últimas giras europeas encaradas por Mercedes, en 2008. “La presentación en el Auditorio de Roma fue inolvidable, no sólo porque fue el 9 de Julio, día de su cumpleaños, sino porque cantamos el Himno mientras el público hacía flamear banderas de países latinoamericanos”, afirma Rojo. “Otra fecha que recuerdo como muy anecdótica fue en junio de 2007, después de tocar en el Pavillion, una cancha de básquet para siete mil espectadores de la Universidad de Illinois. Ibamos en la limusina al aeropuerto, a tomar el vuelo a Nueva York, donde tocaría con ella en el City Center, y nos enteramos de que todos los vuelos a Nueva York estaban cancelados. Entonces le sugerí tímidamente a Fabián (Matus) que alquiláramos una minivan y aceptó al instante. Alquilé una Dodge Durango blanca de tres filas y en menos de una hora estábamos en la autopista 80 hacia el este, en el comienzo de un viaje que duraría toda la noche. Fue muy loco. Me acuerdo de qué paramos a comer unas hamburguesas en Ohio y me divertían sus comentarios sobre la gente: ‘Mirá qué gorda esa chica, Alberto, ella no tendría que venir a comer aquí (risas)’. Pero el instante que atesoro había ocurrido antes, a la tarde, al salir de Chicago, cuando el secular disco de plata apareció entre la Sears Tower, y ella desde el asiento de atrás empezó a tararear ‘Luna que se quiebra, sobre las tinieblas de la soledad’. Inolvidable.”
Pero hay otros links musicales para Rojo. Uno lo conecta con Juan Falú, quien había sido alumno del padre de Rojo en la Facultad de Filosofía de Tucumán. En 2003, Falú lo invitó a participar del festival Guitarras del Mundo, luego de un primer acercamiento como nexo entre Rojo y EPSA, la compañía que le editó el primer disco. “Juan es un tipo muy generoso, pero sobre todo un músico sutil, un protector inteligente de la identidad folklórica y un gestor indispensable de proyectos artísticos”, dice Rojo. “Como guitarrista es, a la vez, sumamente personal y un apto seguidor del legado de su tío Eduardo, uno de los gigantes de nuestra música.” Otro de los links es con Pedro Aznar, quien fue productor de Para mi sombra, además de tocar el piano y el bajo en varias de las composiciones. “El talento de Pedro es muy peculiar; tiene un teclado creativo de quince octavas, una sensibilidad exquisita y la mente analítica de un científico. El resultado es una especie de singularidad musical irreplicable. A él le debo cierta acotación de mi estilo en el género folklórico y el hallazgo de ciertas vertientes musicales mías que yo mismo no conocía. Me convenció de que cantara más, por ejemplo. A través suyo conocí a Charly, con quien hago a dúo ‘De-sarma y sangra’ en el disco. Pero lo más notable es que, más allá de la música, tenemos muchas afinidades intelectuales”, asegura.
–Borges, por ejemplo. A propósito, ¿cómo es que vincula al escritor con la mecánica cuántica?
–Como decía antes, la mecánica cuántica es una teoría cuyas ecuaciones tienen un poder explicativo y de predicción enorme. Pero la interpretación detallada de esas ecuaciones, el significado profundo, no está del todo claro hasta el día de hoy. Salvo que uno acepte una visión en cierto modo esotérica de que en cada medición (o “decisión” cuántica) el Universo se multiplique en varios universos, uno por cada opción de la decisión. Esa teoría fue publicada en 1957 por Hugh Everett. ¿Donde entra Borges? En que la misma idea de Everett, literalmente la misma, y no metafóricamente, está en “El jardín de senderos que se bifurcan”. Es un caso único en la literatura, de un anticipo conceptual tan profundo.
Rojo hizo todos sus estudios de física en la Argentina: primero en la universidad de su provincia y después en el Instituto Balseiro de Bariloche, donde completó la licenciatura y el doctorado. Luego emigró a Estados Unidos para desarrollar el trabajo posdoctoral y mezclarlo con clases particulares de composición y guitarra en la Berklee School of Music de Boston. “El trabajo posdoctoral en el exterior es un paso natural en la formación del científico argentino. Es bueno en muchos sentidos. Cambiás de ambiente académico, colaborás con expertos mundiales en tu área, vivís en una cultura diferente”, cuenta. La evolución en el rubro lo ubicó como profesor de la Universidad de Oakland y en las investigaciones sobre mecánica cuántica que alterna por estos tiempos con la labor musical. “Es un trabajo que me encanta”, confiesa. “La mecánica cuántica es la teoría detrás de mi especialidad. Hice mi tesis doctoral en un fenómeno llamado superconductividad (la pérdida de la resistencia de los metales a muy baja temperatura), que se explica recurriendo a la mecánica cuántica. La mecánica cuántica es una teoría de un poder explicativo supremo y está detrás de la mayoría de la investigación en física que se hace en este momento.”
–¿Su libro La física en la vida cotidiana es una manera de bajar en el llano una teoría que la mayoría de los seres humanos desconoce?
–Traté de escribirlo como un libro que pueda leerse tanto por un estudiante de la secundaria como por un intelectual formado. Quise presentar los conceptos de la física que aparecen con mayor frecuencia en nuestra vida diaria. Pero no es tan específico, más bien un intento por promover la apreciación de la riqueza del mundo que nos otorga la ciencia. Claro que no tiene nada de física cuántica. Eso quizá venga en un próximo libro.
–Otro de sus trabajos habla sobre origen geométrico de las formaciones geológicas y aquí, se supone, sí hay un interés más específico...
–Es un trabajo que hice con Eduardo Jagla, del Instituto Balseiro. Nos intrigó el hecho de que ciertas formaciones geológicas, como la Calzada del Gigante en Irlanda del Norte, el Pino Hachado en Neuquén, sean poligonales, como columnas artificiales. Se sabía que se forman cuando la lava se agrieta al secarse. Pero si te fijás bien, el barro cuando se seca forma estructuras más bien irregulares con ángulos rectos. Ahora, ¿cómo se forma la estructura casi perfectamente hexagonal de esas formaciones? Con Eduardo hicimos una teoría que explica cómo las grietas irregulares se van volviendo poligonales. Incluso hicimos unos experimentos con maicena que pueden hacerse en la cocina de casa y que replican el fenómeno. Nuestro trabajo recibió mucha atención. Salimos en el Daily Telegraph, en Die Zeit y el New York Times nos hizo una nota de cuatro columnas. Pero luego varios grupos siguieron con esto, yo me separé del tema.
–¿Por qué razón?
–Es un lindo problema... pero no se puede hacer todo.
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