Lunes, 27 de febrero de 2006 | Hoy
MUSICA › ENTREVISTA CON JOAQUIN SABINA, ANTES DE SU NUEVA VISITA A LA ARGENTINA
El cantautor español se muestra sorprendido por la fiebre producida en Buenos Aires alrededor de su llegada. Y aunque sus problemas de salud lo obligaron a replantearse muchas cosas, sus convicciones no han cambiado. Hasta dice que, llegado el caso, se compraría un fusil para defender la Revolución Cubana.
Receta para parecerse a Joaquín Sabina: sea un buen alumno durante la infancia, sin descuidar su espíritu atorrante y enamoradizo. En la adolescencia, lea a Fray Luis de León, Jorge Manrique y César Vallejo. Mézclelos con Proust, Joyce y Marcuse. Luego corone su primera juventud tirando una bomba en un banco y revuelva todos los ingredientes. Verá que pronto la policía viene en su busca. Exíliese siete años en Londres. Transfórmese en cantautor y saque 17 discos durante los siguientes 27 años. Escriba y publique. Si sobrevive, tal vez consiga convertirse en alguien similar al tipo que “acompañado de un cigarrito y un whiskicito al la’o” habla de política y de música en la tarde madrileña.
A días de presentar en Buenos Aires Alivio de luto, su último trabajo, el entrevistado se muestra sorprendido por la fiebre del público local. “Ante todo, quiero decir que me parece un poco disparatado lo que se ha generado con los próximos conciertos”, lanza el hombre nacido en Ubeda hace 57 años. Las localidades para los ocho shows que Sabina ofrecerá en el Teatro Gran Rex se agotaron en tiempo record, a un promedio de venta de 3000 tickets por hora. “Yo había pensado en encuentros más intimistas. Aunque sería un malnacido si no me emocionara mucho saber que se ha generado esa especie de expectativa exagerada”, confiesa.
–¿Tiene alguna explicación para eso?
–Probablemente tiene que ver con el hecho de que pasé cuatro años sin hacer giras y sin que el público supiera si estaba vivo o muerto (el artista viene de superar un infarto cerebral, lesiones en las cuerdas vocales y una depresión de dos años). Por suerte, después de varias visitas, confirmo que está intacta la relación que hay entre Buenos Aires y yo. Es una especie de complicidad mutua que me ayuda bastante a vivir.
–Además, tiene otras complicidades. Hace unos días celebró su cumpleaños en la Feria del Libro Cubana. ¿Ve su festejo como un acto de desobediencia contra los que manejan el mundo?
–Claro. Yo no creo que Cuba sea el paraíso terrenal que imaginábamos todos hace treinta años; pero me resisto a pensar que es la mierda que retratan Bush y los que escriben a su dictado. Es una isla llena de contradicciones, y yo amo las contradicciones. Todo lo que pasa allí me parece una fuente maravillosa para discutir y para vivir. Sepan que si alguna vez me pierdo, ése es uno de los lugares donde deberían ir a buscarme.
–Y si los marines intentan entrar a la isla, ¿piensa que, como artista, le cabrá algún papel?
–Como artista no. Sería el momento de tirar la guitarra y comprarse un buen fusil.
La irreverencia es otro de los ingredientes de la “alquimia sabínica”. Con salidas como ésa, Joaquincito sacó desde temprano canas verdes a su papá policía. Un ejemplo: a los veinte años falsificó un pasaporte con el nombre de Mariano Zugasti para huir a Inglaterra y escapar del acartonamiento franquista. Las aventuras –a veces trágicas– que pasaba toda persona comprometida durante los setenta también lo llevaron a vivir mucho tiempo como okupa: “es que la desobediencia –justifica con voz carrasposa el entrevistado– es el modo que tiene uno de pintar su propio autorretrato. Es la manera que tienes para marcar tu camino sin estar sujeto a normas, familias, mandamientos ni leyes. Creo que es la única vía que hay para encontrar el lugar de uno”.
–Con sus dos hijas adolescentes, ¿cómo maneja el significado de lo que significa desobedecer?
–Antes, nuestra relación era de incomprensibilidad mutua; porque yo trato a los niños como si fueran adultos, y ellos me tratan a mí como si fuera imbécil. Ahora hay más comunicación y al menos es todo más gracioso. De todas maneras, tanto ellas como yo sufrimos los embates del sistema, que todo el tiempo quiere asimilarte. Te ofrece dinero, por ejemplo, que es uno de los instrumentos más efectivos para lograr tu disciplina y tu envejecimiento. Por suerte, los asuntos a los que me dedico generan tanta adrenalina que es muy difícil madurar como madura un oficinista, y eso me acerca bastante a Carmela y a Rocío.
–Este asunto del dinero recuerda a esos cuentos de Las mil y una noches, en los que tipos ricos se despiertan de pronto y sin un cobre en una ciudad lejana. ¿Qué sería de usted si despertara mañana como mendigo en Buenos Aires?
–Bueno, es una de mis grandes fantasías sexuales. Siempre he soñado con andar por la calle siendo lo más invisible posible. Fantaseo todo el tiempo con tener otros oficios y, de hecho, cada vez que puedo cambio de vida. Aproveché una depresión reciente para volver a mi sueño de juventud, que era escribir libros en lugar de cantar canciones...
–¿Pero qué es lo primero que haría si se encontrara sin un peso?
–¡¡Tendría que encontrar otra manera de estafar a la gente!! (risas). Por lo demás, me ubicaría en una esquinita del café, con mi libro, mi periódico y un par de cuartillas dolorosamente en blanco, viendo pasar transeúntes y perdiendo gloriosamente el tiempo.
–Y buscando alguna mujer...
–Ahora no puedo... vivo con una agente que mezcla rasgos de la KGB y la CIA...
–A propósito: a pesar de su “nueva vida”, el público local sigue esperando a ese personaje de bares, chanta y querible; muy argentino también...
–Esa cultura tanguera de cafetín, de tertulia, de darle importancia a la charla me cautivó desde el primer momento que pisé Buenos Aires. Con los años, se creó a mi alrededor una caricatura de vampiro que atraviesa las esquinas oscuras, rodeado de putas y con varios gramos en el bolsillo. Nada de eso es así, al menos últimamente. Pero digamos que ese personaje que no soy yo sí es el personaje que canta mis canciones.
–Ese personaje que canta se ha puesto más rumbero, más tanguero y más salsero en los últimos discos. ¿Cómo ha sido ese proceso?
–Tuvo que ver fundamentalmente con mis viajes a Latinoamérica y con mi odio visceral al turismo. Detesto al tipo que visita un lugar para sacar fotos y volver a regocijarse con algo que se olvidó de vivenciar. Yo viajo con las valijas llenas de libros, de discos, con cosas muy personales. Y cuando llego me gusta impregnarme de las personas del lugar. Eso a la larga influye en mi persona y en mi música. Y se nota en mis discos.
Sabina reconoce que ese alter ego que sube a cantar a los escenarios –similar al “Tarrés” de Serrat– lo llevará por demasiados lugares como para permitirle hacer planes para el 2006. “Ayer volví de una gira de unos cuarenta conciertos, y todavía me quedan ochenta para los meses que vienen. Por suerte pude tomarme tres o cuatro días para descansar y celebrar con mis amigos”, relata.
–Hace unos días se publicó un estudio que afirma que los amantes de cincuenta son mejores que los de 20. ¿Piensa que en la poesía sucede lo mismo?
–Según mis estudios, tanto en la cama como en la poesía los mejores somos los de 57 (risas).
–¿Pero piensa que alguna vez va a ser viejo para su trabajo?
–Eso llegará o no. Si los dioses paganos me dan la suerte de no deteriorarme, voy a seguir haciendo lo mismo que hasta ahora. No tengo grandes pánicos respecto de eso. Y te digo más: hoy mismo, si me pides que firme un papel para tener diez años menos, no lo firmo.
Informe: Facundo García.
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