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Martes, 17 de agosto de 2010

MUSICA › TERMINó, CON RECORD INCLUIDO, LA SEMANA CARABAJAL

Sobredosis de bombo y guitarra

La familia musical más famosa de Santiago del Estero volvió a entrar en el libro Guinness: fueron 40 horas de chacareras sin interrupción, que incluyeron el “Carabajalazo” y la ya legendaria celebración del “Cumpleaños de la Abuela”.

 Por Cristian Vitale

Desde La Banda

“Me han quedado los dedos como pa’echarles azúcar a los churros.” Viernes. 8 de la noche. La Banda. Patio de la Abuela. Cuti Carabajal, relajado, comiendo tortilla en el pedacito de casa que quedó en la esquina-epicentro de la ciudad, muestra las manos curtidas de tanto andar por las cuerdas. Hace frío, la luna es un cuadro y aún faltan 19 horas para que su idea de entrar otra vez en el libro Guinness quede consumada. Había que llegar a las 40. “Esta mañana nos salvó Simón Campos, mi percusionista. No quedaba nadie para tocar y se mandó como dos horas seguidas con el bandoneón, solo”, sigue el hijo menor de Doña María Luisa Paz, dando por hecho que ahora sí, después de transpirar la gota gorda, el clan se metería de nuevo en las cimas el libro inglés. Afuera, en el pequeño escenario montado sobre la única calle asfaltada del barrio, Lucrecia, la presentadora, anuncia los grupos que a esta hora sí proliferan. Típico, cualquiera sube y muchos pifian. Más típico: todos entregan de corazón un pulso que late inevitablemente en 6 por 8. Las parejas bailan pegadas al escenario, o más allá, hacia el norte de casas bajas que se ve interminable. La tierra en polvo se esparce hacia arriba y la chacarera se torna horizontal. Inclusiva. Integradora. Bombo y guitarra sin freno. Fiesta y maratón consumadas.

Secuencias del paisaje humano, sonoro y geográfico de la semana Carabajal, la fiesta popular más esperada de la región –junto al festival de la Salamanca– y que, más allá de sumarle nombres a la santiagueñidad, convoca gente de todo el país. A las 3 de la mañana –ya sábado– en ese mismo lugar, el agite sigue igual y el calor de los cuerpos neutraliza el frío, mientras siguen subiendo musiqueros: Los hermanos Anta; Ricardo Tello, de Santa Fe; y un dúo cuyo nombre no se alcanza a escuchar por los gritos del gentío, son el antes y el después del número central de la noche: Los Carabajal en pleno. Melina Terribili, la cineasta, corre hacia el escenario para filmar y mandar fragmentos a Inglaterra que constaten en imágenes la existencia real de la maratón. El público, esparcido entre la hilera de puestos que se extiende cuatro cuadras más allá, se va acercando y arrasa con lo que encuentra en el medio: tamales, empanadas, quesos, higos secos, choripanes, algo de vino tinto, mucha cerveza y bombas de fernet por diez pesos que hace subir el termómetro etílico de la noche. Emergen los primeros machaos y alguien grita “Aguante los Cara”. No hay vuelta atrás.

Musha, Cali, Blas y Walter le restan una hora a las 40 necesarias con un set de chacareras ABC –clásicas– que todo el mundo sabe. No arriesgan, van a lo seguro y el zapateo colectivo trepida en la tierra seca. “Déjame que me vaya”, de Cuti y Roberto, es el “hit” que los jóvenes bailan y corean gritando, señal de que el folklore goza de buena salud.

Domingo. 2 de la mañana. Mientras los diarios locales hablan del record consumado, el Recreativo estalla de gente. Es el Carabajalazo. Chacareros ricachones de la pampa húmeda –boina, bombacha y camisita de marca– se entremezclan con changos con poncho gastado de peón de campo, gringos curiosos de argentinidad y hippies folkie de Córdoba, Rosario y Buenos Aires. El lugar es inmenso pero no se puede caminar. Adelante, bajo el escenario, y en el pasillo que se abre entre las sillas y desemboca en la barra de atrás, están las pistas de baile. Sube Roxana, con toda su seducción a cuestas, arriesga la presentación de casi todas las canciones de su último disco (Mujer Santiagueña). Voz contundente, sensualidad a pleno, formación típica reforzada con bandoneón y un par de temas que ganan votos: “Abriendo venas del monte” y “Te iba a decir”. Después Peteco. Poncho negro. Mirada contenta y un repertorio de chacareras –un poco deslucido para lo que él puede dar– dejan al público con ganas de escuchar su veta mágica. La más poética. Pero la pluma del clan la tiene guardada: cuando Demi, su hermano, está a punto de cerrar el set con su power trío de folklore, aparece y da la revancha. Es el embrujo de esta tierra. Encantador. Impecable.

Sexto día. Algo de sol. La semana llega a su fin con el 109º cumpleaños de la abuela. El patio se repuebla de perros, changuitos de mirada tierna en busca de monedas, musiqueros, gente de toda clase y algunos funcionarios –Aníbal Fernández, entre ellos– y el chipaco sabe rico. Habían pasado más de 800 chacareras sin freno. Había pasado un interesante ciclo de cine y la fiesta de siempre en el Recreativo. Había pasado un acto más de santiagueñidad con todos sus giros. Incluso laterales –“fuera de cartel”– como la peña Don Juan, donde el grupo Ultravioleta, banda de nuevo folklore que se las trae, estiró la noche hasta las 7 de la mañana. O el patio de Froilán, el luthier de bombos que legitima eso de que los domingos santiagueños no son domingos cualesquiera. Y quedaba, para el postre, la Fiesta del Violinero de Néstor Garnica, que, de paso cañazo, mató las últimas heladas de la noche, en el Club Ciclista Olímpico, con Gustavo Patiño, el Dúo Orellana-Lucca... Y Los Carabajal como invitados.

El lunes, Santiago era una siesta interminable, un silencio profundo apenas cortado por el ruido de las hojas de chañar.

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Unas 800 chacareras le dieron vida a una auténtica maratón del género.
Imagen: Patricia Hernández
 
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