Viernes, 20 de agosto de 2010 | Hoy
MUSICA › BARENBOIM Y LA ORQUESTA DEL DIVAN DE ORIENTE Y OCCIDENTE OVACIONADOS EN EL TEATRO COLON
Por Diego Fischerman
WEST-EASTERN DIVAN ORCHESTRA
Director: Daniel Barenboim.
Obertura Leonora, Sinfonías 1 y 2 de Beethoven.
Ciclo del Mozarteum Argentino
Teatro Colón. Miércoles 18
Goethe se enamoró de la poesía oriental y publicó una antología, basada en textos sufis del poeta persa Hafez de Chiraz. El nombre era Diván de Oriente y Occidente y sirvió para bautizar la orquesta que, al principio sin saber exactamente qué forma tomaría, imaginaron Edward Said y Daniel Barenboim. Como todo organismo vivo, la orquesta, definida por ellos como un “proyecto humanista e igualitario” y como “un modelo alternativo de convivencia”, fue cambiando. Comenzó como el resultado de unos talleres musicales realizados en Weimar, continuó como orquesta juvenil y hoy es una de las mejores sinfónicas del mundo.
Su gira de este año tiene como protagonista absoluto a Beethoven y, en Buenos Aires, les dedicarán a sus sinfonías cinco conciertos, más uno en que, en ritual público y callejero, tocarán su música al aire libre y con el Obelisco como escenografía. El jueves fue el primero de estos conciertos. Barenboim declaró, después, que nunca lo habían aplaudido tanto. El marco fue el del Colón remozado y con la imprescindible cámara acústica recién estrenada. La acústica fue prodigiosa. Y la interpretación de la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente fue una de las experiencias más intensas y conmovedoras que puedan imaginarse. Hay, en todo caso, un efecto paradójico y es que, a poco de escucharla, se olvida que sus integrantes son árabes e israelíes y se pierde de vista que sus integrantes mayores rondan los treinta años. Es necesario olvidar el sortilegio musical para volver a reparar en ese otro milagro producido por el mero hecho de que virtuales enemigos puedan tener un objetivo en común. Que, en palabras del director, ante una partitura de Beethoven, todos sean iguales y tengan los mismos derechos y posibilidades.
El susurro, la tensión de la introducción en la Obertura Leonora Nº 3, planteó, ya en el comienzo, las reglas de un juego en que los límites en materia dinámica y de matices estarían mucho más lejos y abarcarían un espectro mucho más amplio que lo habitual. Si la narración musical discurre por un camino hecho de preparaciones, expectativas, dilaciones, clímax, deconstrucciones de temas y resignificaciones de sus elementos, y si Beethoven fue quien cristalizó muchos de estos procedimientos y los llevó a una nueva frontera de posibilidades, en la visión de Barenboim, y en la respuesta de una orquesta de homogeneidad excepcional, estas reglas discursivas se plasman en un escenario casi teatral. Podría pensarse a Beethoven como un creador brifonte, como a alguien que al mismo tiempo que otorga al sonido un estatuto propio y establece la primacía de la idea de música absoluta, carga su lucha con los materiales, y hasta la pura forma, de contenido dramático. Y ya el desarrollo del primer movimiento de su primera sinfonía se desarrolla, en ese sentido, no sólo como un drama en el tiempo –y en el paseo de los materiales por distintas regiones armónicas– sino, también, en el espacio. Hay una topografía del desarrollo que se traduce, con exactitud, al plano de la orquesta.
Allí, o en la formidable introducción de las maderas en la Sinfonía Nº 2, o en la explosión de su último movimiento, pero sobre todo en la construcción de una línea que de alguna manera unió movimiento con movimiento pero, también, sinfonía con sinfonía, es donde la mano de un director como Barenboim se hace notable. En ese sentido, tanto la relación de empatía con la orquesta, a la que considera “el proyecto más importante” de su vida, como el hecho objetivo de la formación de sus músicos, con los solistas de la Orquesta de la Capilla Estatal de Berlín –que también conduce Barenboim– y del nivel alcanzado, tanto individualmente como en su funcionamiento colectivo, confluyen en una unidad expresiva de singular potencia. El director habló, a su llegada a Buenos Aires, de la necesidad de que más que seguirlo a él, los músicos vayan “junto” a él. En este caso, esa formulación cercana a un ideal se convierte en realidad. Y así lo reconoció el aplauso de la multitud que colmó el Colón, sólo interrumpido cuando el músico, luego de saludar y felicitar a cada uno de los miembros de la orquesta, decidió caminar hacia la bambalina, seguido por ellos, para saludar desde allí con la mano, él también agradecido.
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