MUSICA › SE EDITARON POR PRIMERA VEZ EN LA ARGENTINA LOS TRES DISCOS DE NICK DRAKE
La publicación local de Five Leaves Left, Bryter Layter y Pink Moon a cuatro décadas de sus ediciones originales ofrece la oportunidad de revisar la figura del cantante folk inglés, fallecido en circunstancias dudosas en 1974, cuando tenía sólo 26 años.
› Por Roque Casciero
“Si Nick Drake estuvo condenado durante su vida, cuánto peor sería que ahora vuelva a condenárselo estando muerto; que su vida se definiera no por lo que fue, ni siquiera por lo que logró, sino simplemente por la naturaleza de la enfermedad que lo maldijo.” Las palabras están cerca del final de Nick Drake, The Biography, publicado en 1997 por el periodista Patrick Humphries, y marcan la pauta del mito “de culto” en el que el cantante, nacido en Burma en 1948 y fallecido en Inglaterra en 1974, se había convertido para entonces. La depresión que aquejó a Drake durante la mayor parte de su vida adulta, la duda sobre si la sobredosis de medicamentos que lo mató fue intencional o no, la posibilidad de que haya “profetizado” su final en sus canciones, las sombras acerca de sus intereses sexuales y de su uso de drogas, las pocas imágenes suyas que pueden verse y, en general, lo mínimas que eran las referencias acerca de su personalidad abonaron la leyenda durante más de dos décadas. Pero nada de eso tendría sentido sin “lo que logró” Drake, en palabras de su primer biógrafo: el cantautor inglés había dejado un corpus mínimo –tres álbumes y algunas grabaciones sueltas–, pero de una belleza y una profundidad muy poco comunes, en su época y en cualquier otra. Ahora, esos discos –Five Leaves Left, Bryter Layter y Pink Moon– acaban de ser publicados por primera vez en la Argentina, aunque en los ’90 circularon ediciones importadas. La ocasión, entonces, presenta una nueva oportunidad para revisarlos con el espíritu y los oídos abiertos, o para acercarse a ellos sin reservas por su carácter mítico.
“Nick Drake continúa siendo una presencia luminosa, el material justo para la leyenda. Pero, como es muy a menudo el caso, el mito choca contra la vida –escribió Humphries–. La triste y solitaria muerte de Nick, después de un prolongado ataque de depresión, selló su reputación como profeta de los parias, el forastero de los forasteros. Pero la verdad es igualmente la de un chico tímido, popular y exitoso en su escuela, que corría carreras y marcó records, aprobó exámenes y se escapaba a Londres a escuchar música.” El “peligro” de tomar al mito como real, según el biógrafo de Drake, era que esa construcción imaginaria –con base en la falta de certezas sobre el sujeto en cuestión– terminara por opacar su legado contante y sonante. Sobre todo, “sonante”. Porque no hay más que sumergirse en canciones como “River Man”, “Day Is Done”, “Pink Moon” o “Cello Song” para entender su carácter único, conmoverse con el delicado abandono de esa voz con la que es fácil nutrirse si uno no pasa por su mejor momento, y maravillarse con la precisión del Drake guitarrista (objeto de estudio tanto por sus afinaciones inusuales como por su sonido prístino, sin el “trasteo” típico de los que tocan acústica).
Ocho años después de la publicación de la biografía de Humphries apareció otro libro dedicado al bardo folk inglés: Deeper than the Deepest Sea, The Search of Nick Drake, de Trevor Dann. Este periodista británico, que conoció personalmente al cantante en la escuela, fue más allá en la desmitificación, corrigiendo varios “malentendidos” y supuestas verdades. Pero en ese período mucho había cambiado para el legado de Drake. En 1999, un aviso de Volskwagen que usaba la canción “Pink Moon” provocó que en poco tiempo los discos del cantante vendieran más copias que durante todos los años anteriores; se hicieron dos documentales acerca de su vida y su obra (uno de ellos, A Skin Too Few, se vio en el Bafici); la BBC emitió un especial radial sobre Drake narrado por Brad Pitt, confeso fan del músico; algunas de sus canciones entraron en bandas sonoras y compilados; y varios músicos (Beck, Badly Drawn Boy, Norah Jones, Beth Gibbons, Lucinda Williams) dejaron en evidencia cuán influidos estaban por el inglés. Y desde R.E.M. hasta Paul Weller ya se habían reconocido fans del cantante.
¿Por qué fue, entonces, que tan pocos prestaron atención cuando el joven, bello y tímido músico intentaba a su modo llegar a los oídos de su generación? Hay varias respuestas para ello. En primer lugar, Drake nunca soportó jugar el juego que el mercado discográfico les propone a los artistas emergentes: hizo algunos conciertos para presentar su debut Five Leaves Left, apenas dos sesiones de radio y una entrevista de gráfica (muy poco reveladora, por otra parte), y desarrolló una paranoia que le impidió cada vez más mostrarse públicamente. Los shows de Drake, casi todos como artista de apertura para algún otro número más conocido, encontraban a un público poco receptivo, y para colmo él se pasaba buena parte del tiempo afinando su guitarra de acuerdo con lo que le exigía cada canción. Totalmente callado, por supuesto. Quienes pudieron traspasar esa barrera recuerdan la maravilla de esa voz suave y de esa mano derecha única para pulsar las cuerdas.
Pero también es cierto que las discográficas no sabían qué hacer con un artista como Drake en pleno “verano del amor”. Chris Blackwell, fundador de Island Records, se maravilló con un demo, pero admitió que no tenía lugar para el cantante en su sello, por entonces más dedicado al rock. Paradójicamente, Drake terminaría publicando todos sus discos en Island. Pero mientras Nick todavía era estudiante universitario, conoció a un personaje clave en su historia: Joe Boyd, productor de Fairport Convention y del primer single de Pink Floyd, y fundador del célebre club UFO, centro de la psicodelia londinense. El le ofreció al veinteañero Drake un contrato que incluía la grabación de su primer disco, en el cual Boyd oficiaría como productor. En Darker..., Dann afirma que en el “sonido Drake” tuvo más importancia el ingeniero John Wood que el propio Boyd, de quien también señala varios errores como manager y mentor del músico. Sin embargo, admite que sin la figura del entonces dueño de la productora Witchseason, probablemente Drake habría permanecido todavía más en las sombras de lo que estuvo durante su corta carrera.
Five Leaves Left era un título inspirado en el papel para armar cigarrillos Rizla: después de usar la mayoría de un paquete, una leyenda advertía que sólo quedaban cinco hojas. El nombre del álbum tiene que ver con el por entonces creciente consumo de marihuana de Drake (lo mismo que la canción “The Thoughts of Mary Jane”), quien, revela Dann, también hizo sus intentos con el ácido lisérgico y la heroína. Pero el nombre del disco también puede ser leído como una predicción para abonar al mito: el “profeta de los parias” murió cinco años después de la publicación del álbum. “El tiempo me ha dicho/ que sos una rareza/ una atribulada cura/ para una mente atribulada”, cantaba en “Time Has Told Me”, la primera canción de Five Leaves Left.
La profundidad y la desazón de la lírica de Drake sorprenden en un muchacho de 21 años, que por entonces se escapaba de los claustros para viajar a Londres, donde vivía su hermana Gabrielle, a ver a sus bandas favoritas. Otro ejemplo, de “Day Is Done” (“El día terminó”): “Cuando la fiesta termina/ parece entristecerte mucho/ no hiciste lo que querías hacer/ ahora no hay tiempo de empezar de nuevo/ ahora la fiesta terminó”. La mirada del cantante no es pesimista sino determinista, igual que un “sol del sábado que se ha convertido en lluvia del domingo” (“Saturday Sun”). En retrospectiva, también la canción “Fruit Tree” puede ser vista como “profética” acerca de su éxito póstumo, ya que en ella Drake compara a la fama con un árbol frutal que “no puede florecer hasta que su simiente está en la tierra”.
Five Leaves Left maravilla tanto por esas letras doloridas, en las que la voluntad no parece jugar ningún rol, como por la instrumentación perfecta: el contrabajo de Danny Thompson (por entonces en Pentangle), el solo eléctrico de Richard Thompson (Fairport Convention) en “Time Has Told Me”, los arreglos de cuerdas de Robert Kirby (compañero del cantante en la universidad) y Harry Robinson (un profesional a quien debieron llamar cuando Kirby se declaró incompetente para lograr lo que su amigo pretendía de “River Man”), pero muy especialmente por la guitarra del propio Drake, tan precisa como conmovedora. Con el beneficio del paso del tiempo, cuesta entender cómo fue que tan pocos le prestaron atención a este álbum hoy considerado clásico: apenas vendió tres mil copias y las poquísimas reseñas que se publicaron no reconocieron su valor (“no hay suficiente variedad en este LP debut para considerarlo entretenido”, escribió el crítico del New Musical Express, todo un visionario). John Peel, referencia máxima entre los conductores radiales ingleses, sí entendió de qué iba la cosa, y fue el primero en ofrecerle a Drake una sesión en la BBC. Y los conciertos que le programó Boyd, se ha dicho, no terminaban de la mejor manera para el cantante.
Bryter Layter fue el intento de Drake, a expensas de su manager, productor y mentor, de hacer un disco “pop” o “comercial”. Sí, incluye tres instrumentales, pero también es cierto que “Hazey Jane II” (que en el disco aparece antes de “Hazey Jane I”) y “At the Chime of a City Clock” tienen arreglos de bronces, en “Poor Boy” resuenan unos coristas bastante convencionales y que en casi todo el disco hay un baterista por debajo del pulso vital de la guitarra acústica. Quien entendió mejor el espíritu de Drake fue John Cale, quien poco tiempo antes había sido echado por Lou Reed de The Velvet Underground y que estaba produciendo el disco Desertshore de la cantante Nico. El galés le pidió a Boyd que lo dejara participar del álbum y su aporte resultó crucial para “Northern Sky” y “Fly” (en la que Drake cantaba “Por favor, dame una segunda oportunidad/ por favor, dame un segundo rostro”).
Los pocos conciertos que Drake hizo para promocionar el disco resultaron aún más frustrantes que los anteriores y en mitad de una serie programada por Witchseason el cantante llamó a Boyd para anunciarle que no podía seguir adelante. El productor, sin embargo, tenía otras cosas en mente: le vendió la productora al sello Island y se fue a Hollywood, a encargarse de las bandas sonoras de las películas de Warner Brothers. Sin su mentor, Drake retomó el contacto con su familia y, por sugerencia de sus padres, empezó a visitar a un psiquiatra. Para entonces, los signos de una profunda depresión eran más que evidentes en él. Pero es materia de debate cuán beneficiosa puede haber sido la medicación que recibió, especialmente combinada con su uso de “toneladas de marihuana”, según Kirby, y la sospecha de que también consumía heroína.
En Island nadie esperaba con ansias un tercer disco de Nick Drake, especialmente porque durante la única entrevista que hizo para promocionar Bryter Layter había desacreditado al álbum. Pero el cantante, que según testigos empezaba a mostrar “los primeros signos de psicosis” (y según Dann, de esquizofrenia), contactó al ingeniero John Wood para grabar su nuevo disco. En dos sesiones, un Drake dubitativo y ya no tan preciso grabó las sombrías canciones de Pink Moon. “Bueno, ¿qué pensás? ¿Qué querés agregarles?”, contó Wood que le preguntó al terminar. “No quiero agregarles nada”, le contestó el cantante, aunque sí grabó una parte de piano en la canción que le dio nombre al álbum. Así que mezclaron rápidamente el disco, que dura apenas 28 minutos, y Drake se lo llevó personalmente a Blackwell. El dueño de Island se sorprendió por la visita, pero creía firmemente en el valor de su artista. Le pagó las 500 libras que había costado la grabación (un precio ridículo) y lo publicó, aunque Pink Moon vendió todavía menos que los dos discos anteriores.
El tercer álbum de Drake ha sido descripto certeramente como el diario de su caída, con los pocos versos de “Know” como una suerte de epitafio: “Sabé que te amo/ sabé que no me importa/ sabé que te veo/ sabé que no estoy allí”. Sin embargo, las palabras que figuran en la tumba de Drake pertenecen a otra canción de Pink Moon (1971), “From the Morning”: “Y ahora nos levantamos/ y estamos en todas partes”. Las piezas que componen el álbum son tan inquietantes como la imagen ruinosa que su autor mostraba al momento de grabarlas. “Cayendo rápido y cayendo libremente, éste podría ser simplemente el final”, cantaba Drake en “Harvest Breed”. Y en “Place to Be” pedía que le dieran un lugar ahora que estaba “más oscuro que el mar más profundo” y “más débil que el azul más pálido”. Todo el disco era un pedido de ayuda en voz baja, pero quienes se acercaban a él no podían penetrar la coraza que separaba a Drake del mundo. Su hermana Gabrielle dijo alguna vez que Nick tenía “una piel demasiado fina”, pero su biógrafo Dann se pregunta si en realidad no sería “demasiado gruesa”.
Antes de su muerte en la casa familiar, el cantante llegó a hacer una nueva sesión de grabación en 1974, con Boyd al comando. Fueron apenas cinco canciones, todavía más desesperantes que las de Pink Moon (en especial “Black Eyed Dog”, ¿otra premonición?), de las cuales cuatro fueron incluidas en el disco póstumo Time of No Reply (1987) y luego entregadas en su totalidad, en Made to Love Magic (2004, lamentablemente no editado aquí). Para entonces, la salud mental de Drake se había deteriorado mucho, e incluso no pudo grabar la guitarra y la voz a la vez, cosa que antes era su norma. Ya se había retirado a Tanworth-in-Arden, donde vivían sus padres, y llevaba una existencia muy diferente de la que había soñado. No se lavaba el pelo ni se cortaba las uñas, y llegó a confesarle a su madre que sentía que había fracasado en todo lo que había emprendido.
La noche del sábado 24 de noviembre de 1974, Drake tomó su medicación, fumó y escuchó un disco de Bach. No podía dormir, así que a las 6 de la mañana se levantó y comió cereales con leche. Volvió a su habitación, recurrió a más píldoras y ya no se despertó. Su madre Molly lo encontró al mediodía, vestido sólo con ropa interior. El forense determinó “suicidio”, aunque las dudas sobre una posible sobredosis accidental permanecen hasta hoy. De cualquier modo, fue entonces que empezó el mito, las “peregrinaciones” hasta la mansión Drake en busca de alguna iluminación (o de alguna cinta inédita, como la que papá Rodney les dio a algunos fans y que terminó en decenas de bootlegs), y el culto de unos pocos. El sello Island parecía haberse dado por vencido con la obra de Drake, pero publicó en 1979 el box set Fruit Tree con todo lo que hasta allí se conocía del cantante. Pero las ventas fueron magras, y la caja salió de catálogo.
Sin embargo, el boca en boca gradual hizo que Nick Drake tomara categoría de héroe romántico. Hasta que el árbol empezó a dar frutos a fines de los ’90, cuando su simiente ya llevaba un cuarto de siglo bajo la tierra. Tal vez este éxito tardío no haga sino fogonear la leyenda del artista incomprendido por sus congéneres, una suerte de Van Gogh tímido con un modo único de expresarse en canciones. O quizá la revelación de algunos secretos sobre Drake disipen un poco el aura mítica alrededor de su figura. Como sea, siempre estarán allí Five Leaves Left, Bryter Lyter y Pink Moon. No son discos para animar una fiesta, pero tampoco el manual del suicida que algunos creen escuchar en ellos. Tal vez sea mejor apreciarlos como el testimonio descarnado del espíritu de un joven talentoso y sensible que, como muchos otros, no pudo encontrar un camino más luminoso, menos trágico.
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