MUSICA › ANDRáS SCHIFF SE PRESENTARá HOY EN EL TEATRO COLóN
El músico húngaro, uno de los pianistas más grandes de la actualidad, ofrecerá un programa notable en el marco del Abono Bicentenario, que incluirá su interpretación de sonatas de Beethoven y de Schumann. El próximo jueves volverá a actuar en el Colón.
› Por Diego Fischerman
Durante años se negó a grabar las sonatas de Beethoven. “Hasta que tenga algo para decir que no haya sido dicho ya hace sesenta años por un genio como Artur Schnabel”, decía. Después, entre 2004 y 2008, András Schiff, uno de los más grandes pianistas de la actualidad, grabó la integral de esas sonatas, en vivo y para el sello ECM, el mismo que edita a Keith Jarrett, Egberto Gismonti y Dino Saluzzi. Y, junto a su grabación de la obra para cello y piano del mismo autor, con el exquisito cellista Miklós Perényi, fue uno de los acontecimientos discográficos de la década. Ahora, acaba de publicar, en ese mismo sello, su magistral interpretación de las Partitas de Johann Sebastian Bach, un autor al que cree que hay que rescatar del fundamentalismo de los historicistas por un lado y del mito de Glenn Gould (“un músico para admirar pero no para seguir”) por el otro. La grabación de Schiff de las Variaciones Goldberg, realizada en 2001, es ejemplar y el pianista asegura: “Conviene recordar que es una obra de Bach y no de Gould”.
Hoy, como parte del Abono Bicentenario del Teatro Colón, Schiff actuará en ese teatro y lo hará con un programa notable: la segunda de las dos sonatas “quasi una fantasia” de Ludwig van Beethoven, a la que un editor imaginativo bautizó “Claro de luna”, la Sonata Nº 1 en Fa sostenido menor y la Fantasía en Do mayor Op. 17, de Schumann, y la Sonata Nº 21 Op. 53, en Do mayor, dedicada al Conde Ferdinand von Waldstein. Se trata de un concierto concebido como un relato. Y es un relato que tiene la forma de la sonata, es decir la propia idea de la forma que el clasicismo cristalizó como “forma de las formas”, como centro. El punto de partida aparece puesto en una sonata que su autor define como “casi una fantasía” y que, en rigor, con su primer movimiento lento, seguido de un breve allegretto y de un presto agitato que casi duplica la duración del movimiento inicial, rompe con la norma o, por lo menos, la pone en entredicho. La línea pasa, luego, por dos obras de Schumann, su Sonata Op. 11, que muestra cómo el compositor leyó el modelo haydniano donde se habían fijado las leyes del género (y de una poética de la narración, donde entre los movimientos de la obra se establece el mismo tipo de relación de tensión y diálogo que entre los temas de la Forma Sonata sobre la que se construye el primer movimiento), y la que llega a la ruptura narrativa de esas leyes, o su puesta en abismo, la extraordinaria Fantasía Op. 17. Y la pequeña saga concluye con la “Waldstein”, de la que Schiff, en el folleto del quinto volumen de la integral editada por ECM, dice: “Estoy absolutamente de acuerdo con György Ligeti en que la Sonata ‘Waldstein’ es un punto de llegada en la historia musical y, al mismo tiempo, un punto de partida que abre nuevos e imaginativos mundos sonoros”. El próximo jueves, el pianista volverá a actuar en el Colón, esta vez como solista en el Concierto No. 5 para piano y orquesta de Beethoven. El concierto, para el ciclo de la Filarmónica de Buenos Aires, se completará con el Adagio de la Sinfonía No. 10 de Gustav Mahler y Las alegres travesuras de Till Elenspiegel Op. 28, de Richard Strauss, y será dirigido por el titular de la orquesta, Arturo Diemecke, cuya interpretación –con Roberto Alagna como protagonista– de Le Jongleur de Nôtre Dame, de Jules Massenet –una extraña ópera sin personajes femeninos–, acaba de ser editada por Deutsche Grammophon.
Schiff ha grabado la totalidad de las sonatas de Schubert, cuando nadie tocaba, con suerte, más que las tres últimas. Su interpretación de la casi secreta D850, en Re Mayor, que el novelista Haruki Murakami convierte en virtual coprotagonista de Kafka en la orilla, es una referencia inevitable. También ha registrado la obra pianística del checo Leos Janacek, música de Mozart, Schumann, Bartók y poco más. Asegura que “se puede vivir sin Rachmaninov, pero no sin Bach”, y concluye: “No digo que la música de Liszt o Rachmaninov sea mala; los respeto como compositores y pianistas, pero sus obras no me dicen nada. Prefiero consagrarme a los músicos que adoro, como Mozart, Schubert, Schumann, Bartók o Bach, el más genial de todos los compositores”.
Formado inicialmente en su Budapest natal, donde estudió con el compositor György Kurtág, y luego en Inglaterra, donde se perfeccionó con George Malcolm, entre otros, la carrera de Schiff es absolutamente atípica para el mundo de las estrellas pianísticas. Los fuegos artificiales que rechaza en el repertorio –aunque sus rechazos son siempre gentiles y están envueltos con los mejores modales– tampoco han formado parte de su ascenso como intérprete. Y es que en realidad no hubo tal ascenso. Schiff empezó exactamente en el punto más alto. Con interpretaciones pronto reconocidas como liminares de obras de Schumann, de Bartók, de Schubert e, incluso, como acompañante de lujo de algunos cantantes excepcionales: el tenor Peter Schreier, con quien grabó los ciclos de canciones de Schubert, y la mezzosoprano Cecilia Bartoli, con quien registró canciones en italiano de Mozart, Haydn, Schubert y Beethoven. “Los músicos le tienen miedo a Bach porque si no lo interpretan con el espíritu de la época temen que los expertos y los críticos se les echen encima y los crucifiquen, pero hay que tocar a Bach lo mismo que los actores deben interpretar a Shakespeare. El es esencial”, decía Schiff en un reportaje publicado por el diario El País en ocasión de la serie de seis recitales dedicados a Bach que el pianista realizó en 2003 en Madrid.
Schiff, que junto a Malcolm grabó la obra de Mozart para piano a cuatro manos en el instrumento que perteneció al compositor y que permanece en el museo de su casa natal, en Salzburgo, conoce las interpretaciones historicistas, comparte con ellas la pasión por el texto y el rigor pero discute sus fanatismos: “Creo que se puede adecuar Bach a los instrumentos de hace 20 años y tocarlo con conocimiento profundo de su época. Los dogmáticos de la corriente auténtica o históricamente bien informada no pueden ejercer de policías y establecer sus normas para todos. Entiendo que surgiera esta corriente, sobre todo después de la gran influencia que tuvo Herbert von Karajan en el siglo XX con su sonido Hollywood para todo lo que hacía, pero creo que muchos se están excediendo”. Y con respecto a las sonatas de Beethoven, ese fenomenal corpus que el director Hans von Büllow definió, a mediados del siglo XIX, como “el Nuevo Testamento”, Schiff, al reflexionar sobre cómo la práctica interpretativa le ha sobreimpreso otra historia, pone como ejemplos, precisamente, las dos sonatas que tocará en Buenos Aires. “Cuando escuchaba la ‘Waldstein’ de niño no me impresionaba demasiado y pienso que era porque las interpretaciones no eran satisfactorias; ahora, cuando la toco, siempre me sobrecoge el poder revolucionario de su enorme planteo. Y la Sonata Op. 27 No. 2 nos provee otro ejemplo posible: Beethoven indica que todo el primer movimiento debe ser tocado ‘senza sordino’. Y muchos intérpretes ignoran totalmente esta indicación que, cuando se respeta, hace que la música suene totalmente nueva.”
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