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Domingo, 5 de septiembre de 2010

MUSICA › ENTREVISTA AL CANTAUTOR URUGUAYO JORGE DREXLER

“No quiero caer en el automatismo”

El músico cambió de rumbo en su último CD, Amar la trama, donde dejó de lado sus inquietudes electrónicas a favor de una mayor interacción con los músicos de su banda. “Mis anteriores discos son un ejercicio de collage estético, éste es una instancia social”, señala.

 Por Cristian Vitale

Drexler, que ya lleva quince años de residencia en España, se presentará el 17, 18 y 19 de septiembre en el Gran Rex.
Imagen: Gustavo Mujica.

Son las seis y media de la tarde en Madrid. El sol aún se cuela entre las hendijas edilicias de Chueca, el barrio gay de la ciudad donde el hetero Jorge Drexler tiene su estudio musical. Brillan colores, los bares y las tiendas están hiperpobladas y sus calles angostas dejan su superficie en los pies de fauna diversa y divertida. “Es una especie de Soho madrileño, una Madrid del futuro donde se cruzan la señora de toda la vida que vive en los pisos antiguos, las familias con hijos, el transexual que compra verduras y las parejas gays”, describe él, observando por la ventana, mientras empuña el teléfono para la nota con Página/12. Un paisaje humano, urbano y ambiental que se infiltró en todos los sentidos del cantautor para definir, pasado por su tamiz, claro, ciertos lineamientos centrales de su nuevo disco: Amar la trama. “Voy a tratar de ser sintético para definirlo, aunque es lo que más me cuesta”, preavisa.

–¿Sintético en todos los ámbitos?

–Sí. Soy una persona que no se mueve por líneas rectas. Me gustan más los caminos laterales que las autopistas.

El link entre tal disposición ante la vida y su nuevo disco, que presentará el 17, 18 y 19 de septiembre en el Gran Rex (Corrientes al 800), no requiere de esfuerzos interpretativos descomunales para ser descifrado. Amar la trama es, conceptualmente, una transpolación de visiones recortadas de la realidad, de emociones efímeras, espontáneas y movibles que este uruguayo, médico además, de 45 años –con quince de residencia en España–, absorbe para expulsar en forma de canciones. Procesarlas y largarlas de un suspiro con un plus: esta vez, y en los antípodas de varios de sus discos anteriores, Drexler descarta recursos electrónicos y se reapropia de las bases humanas. Un volver a las fuentes que se traduce en nueve músicos grabando doce canciones durante cuatro días, en una habitación.

–¿Por qué el viraje, el descarte de la electrónica y el regreso al trabajo grupal, a la interacción entre músicos tocando todos a la vez?

–Tiene que ver con no caer en el automatismo. En eso de una vez que descubriste cómo funciona un sistema, usarlo mecánicamente. Probar diferentes metodologías de la electrónica fue una gran revolución para lo que yo hacía, porque me cambió la manera de escuchar la música y hacerla. Digo, eso en un momento rompió el automatismo, pero luego se volvió un automatismo en sí mismo. Entonces, desde el momento en que ya sabés qué programa usar de antemano o cómo cortar los loops, lo que aparece es la necesidad de un cambio. En este caso, se me ocurrió ir al polo opuesto: no hacer un collage de fragmentos musicales grabados por separado y compaginados por una especie de cabeza arquitectónica que pone todo en su sitio, como en otros discos, sino registrar la interacción de varias cabezas de personas.

–¿Resultó?

–Sí, porque el grado de complejidad que adquiere cuando nueve músicos están tocando en vivo, sin metrónomo y en la misma habitación, es más que lo máximo a que puede aspirar la más grande de las súper computadoras del mundo, o la más brillante de las cabezas que la planifican. Hay interacción a muchísimos niveles: el baterista guía, el saxo duda y el de la marimba responde, ¿no? Esto es lo que estaba buscando. Mis anteriores discos son un ejercicio de collage estético, éste es una instancia social.

–¿Por qué Amar la trama?

–Porque el disco habla más de los caminos laterales, de las vías de servicio que de las autovías centrales. De detenerse, regodearse, distraerse... irse por las ramas. No sé si me viene de mi abuelo materno, pero siempre tuve la sensación de que la anécdota, la conclusión o el golpe de efecto final son lo menos importante de una historia. Que lo más lindo era escuchar la voz de la persona, en este caso la de mi abuelo, un gran contador de historias, y ver cómo te iba describiendo las situaciones. Por eso también hablo de las películas de Rohmer, que no están basadas en golpes de efecto, sino en circunstancias, en momentos. La vida está hecha de detalles que aparentan no tener importancia.

–Podría entenderse entonces como una trascripción musical de la Nouvelle Vague, si se quiere o, por buscarle otro enfoque, la situación de encarar un viaje en tren que dure días, sin importar el destino.

–Y te puedo asegurar que algo te queda de ese viaje. No necesariamente teniendo que demorar la llegada, pero el trayecto en sí es muy interesante. No es algo muy consciente en mí. Me gusta hablar, paladear el lenguaje, viajar físicamente por las palabras.

–La sonoridad, el ritmo, claro. Ahora, ¿las canciones no le quedan insuficientes ante esta necesidad de estiramiento y detención?

–Las canciones siempre son insuficientes. Nunca completan un sentimiento. Digamos que la canción es un perfume, una muestra de algo. Al menos las mías no pretenden nunca contener una totalidad. Cuando digo, por ejemplo, “la vida puede que no se ponga mucho mejor que esto” (“Todos a sus puestos”), no quiere decir que siempre piense así. O cuando digo “cada uno da lo que recibe, luego recibe lo que da” (“Todo se transforma”, Eco, 2004), no creo que haya una justicia universal siempre. Por eso una canción se queda corta siempre, nunca completa la realidad. La realidad es mucho más compleja, y yo no tengo idea de cómo es, sólo veo fragmentitos.

–¿Y esto le produce una sensación de insatisfacción permanente o hay una aceptación de que es así y punto?

–No hay insatisfacción, porque llega un momento de la vida en el que asumís que no sos todopoderoso y eso deja de ser una frustración. No soy un eterno insatisfecho por no concebir una canción perfecta. Tengo claro que estoy muy lejos de la perfección y me contento con encontrar chispas de belleza formal, sonora, textual... y esto no me parece poco. El encuentro con la belleza es algo efímero, raro, que hay que saber valorar. La belleza y la alegría son situaciones muy efímeras en un mundo que tiene mucho de lo otro y poco de eso. “Los días raros son muchos y los días buenos, raros”, ¿no?... el encuentro con un amigo, una copa de vino, una mesa, una trasnochada, una conversación o ver salir la luna desde el agua son cosas dables de ser celebradas.

–¿Por qué entonces una canción como “La nieve en la bola de nieve” que sintomáticamente anida en lo contrario, en las obsesiones y el malestar permanente que provocan? “Para este corazón anhelante que hoy piensa sólo en la mitad faltante.” Aquí parece estar hablando de una insatisfacción, de un sufrimiento.

–Porque, como decía, ninguna canción es completa. Está bien la referencia, porque esta canción contradice a casi todas las demás del disco. Digo, no soy una persona consistente, no tengo un mensaje central. Cada canción es diferente, es uno de los pequeños espejos multirrefractantes de esa bola de espejos divergente que es la realidad, y el espejo de esa canción mira hacia la obsesión. De hecho, la escribí componiendo y cuando compongo estoy muy vulnerable. Me abro para las ideas, pero también para las obsesiones. Entra una obsesión en mi cabeza y se queda y empieza a girar en espiral como una bola de nieve que se va construyendo a sí misma, y se vuelve gigante, peligrosamente leve. El lado malo de mi personalidad es la obsesión, se me mete una cosa en la cabeza y demoro en quitármela. A veces da un resultado bueno, como una canción, pero otras veces es estática, es una molestia.

–¿Y la canción resuelve ese malestar?, ¿lo sublima?, ¿lo alivia?

–Definitivamente. Es de las pocas cosas que lo resuelve, porque no sale una canción cada vez que tenés una obsesión. Pero no hay nada que combata mejor una pena que una canción. El mismo hecho de transformar algo doloroso en un mínimo de belleza modifica totalmente para bien mi estado de ánimo.

–¿La visión de la realidad como partida en fragmentos, siempre incompleta, está influida por lecturas filosóficas? ¿Foucault, Derrida, los deconstructivistas acaso? ¿O tiene que ver con otra raíz?

–Hubo una época en que leí algunas cosas de Foucault, pero no me acuerdo nada (risas). Tenía una novia socióloga y sus libros estaban arriba de la mesa, pero soy una persona con grandes lagunas en su formación. He leído mucho de algunas cosas y nada de otras, aunque he leído mucho sobre la naturaleza humana a través de la medicina entrando a través de la biología. No tengo una formación humanística sólida, pero sí del ser humano, que tiene que ver con una carrera que aparentemente no uso, pero que sigo usando.

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