Lunes, 6 de septiembre de 2010 | Hoy
MUSICA › DOBLE PRESENTACIóN DE PACO IBáñEZ EN EL TEATRO COLISEO
A lo largo de dos horas y media de concierto, el cantautor valenciano recorrió su amplio repertorio, que es también el de la mejor tradición poética iberoamericana.
Por Karina Micheletto
Un hombre solo, empuñando una guitarra. Colocado detrás de una cantidad de poetas: son ellos los que han venido a decir esta noche, parece dejar sentado apenas se apagan las luces y comienza la sucesión de rostros y nombres desde la pantalla. No necesita nada más, Paco Ibáñez; no ha necesitado de más en unos cincuenta años de carrera. El valenciano que hizo de poesía canción, y de canción bandera, concretó su quinta visita a Buenos Aires el viernes y sábado pasados. Actuó en ambas ocasiones frente a un teatro Coliseo lleno, transformado en algo más que una sala de conciertos: un espacio de encuentro, una ocasión para agradecer, desde arriba y abajo del escenario, que aún se puede compartir la poesía.
A Paco Ibáñez lo reciben ya de pie, ya con hurras: trae consigo una historia y, seguramente, la que representa en la historia de muchos. Así que el público, que promedia los cuarenta bien plantados, le da la bienvenida con el calor fraternal que corresponde. Apenas comenzado Paco Ibáñez en concierto, queda claro hacia dónde se dirige su arte: ¡más volumen!, le piden un par de voces desde el público. El anfitrión explica amablemente por qué no accederá al pedido: “Estamos viviendo una cultura decibélica. Con más volumen pero también menos sustancia, menos sentimiento. Elegid”. Es cierto: son tiempos de decibeles sueltos, de instrumentos enchufados –de esos que Paco Ibáñez no usa– y de un empleo desproporcionado de la tecnología. Basta ver la gigantesca consola de sonido que, en una punta de la sala, se usa para dar presencia sonora a un hombre solo con su guitarra.
Ibáñez carbura a fuerza de poesía. Al comienzo del espectáculo se proyectan las palabras que le dedicara José Agustín Goytisolo: “Pero ahí están, trovadores y juglares de hoy, como antiguos y gastados luchadores en favor de la alegría, y de la libertad”. Al rostro de Goytisolo se van sumando otros en la pantalla: Brassens y Yupanqui –a quienes Ibáñez define como sus principales referentes–, Neruda, García Lorca, León Felipe, Antonio Machado, Miguel Hernández, Gustavo Adolfo Bécquer. Pero también Pedro Salinas, Gloria Fuertes, y contemporáneos como Fanny Rubio o Antonio García Teixeiro. Y Blas de Otero, Gabriel Celaya, Luis Cernuda. Y González Tuñón, Alfonsina Storni, César Vallejo.
Serán quienes digan estas noches, porque Paco Ibáñez se encarga de presentarlos antes de cada canción, sin decir que él los ha “musicalizado”: “Se me ocurrió esta música”, “encontré esto”, “me salió esto”, dirá, en los casos en que narre la forma en que los tomó. Como si hubieran estado allí desde antes, esperando a que alguien abriera la canción. Son músicas, por cierto, que suenan modernas, con ese arcaico sabor español. Cantadas con una voz que invita a acercar el oído, antes que a levantar el volumen. Y que forman parte de la obra construida por un lector sensible, de exquisito buen gusto. Paco Ibáñez no las canta sentado, sino apoyando la zurda sobre una silla, como si estuviese de paso, a la manera de aquellos guitarreros que cantan una aquí y enseguida siguen con otra allá.
“Estoy muy emocionado, por tres motivos: porque estoy en Buenos Aires, porque estoy aquí cantando, y también por la gran noticia para España, esta salvación que llega desde Argentina”, comenzó el concierto Paco Ibáñez. Durante el resto de la noche volvió a ese motivo de celebración que marca un hito en el derecho internacional: los crímenes de lesa humanidad de la dictadura franquista podrán ser investigados por la Justicia argentina, al reabrirse la causa impulsada por el abogado Carlos Slepoy. “Ahora podremos empezar a sacarnos de encima esta vergüenza nacional, podremos caminar por la calle un poco más tranquilos. Quiero celebrar que empezamos a buscar justicia en España, como lo estáis intentando aquí, en la Argentina”, apuntó el trovador.
“Había pensado comenzar el concierto con ‘Coplas por la muerte de su padre’, de Jorge Manrique. Pero dadas las circunstancias, propongo ‘Un español habla de su tierra’, de Luis Cernuda, que hoy también podría llamarse ‘Un argentino habla de su tierra’. Se lo dedico a Slepoy, y a todos los que luchan por la justicia.” A lo largo de dos horas y media de concierto –con un intervalo–, las canciones van apareciendo de acuerdo con el ritmo que va dictando la noche y, hacia el final, ya impregnado el teatro de un espíritu de peña, a los pedidos que se acumulan desde el público. El clima va in crescendo, con poesías como “A galopar”, de Rafael Alberti, “La poesía es un arma cargada de futuro”, de Gabriel Celaya, “Andaluces de Jaén”, de Miguel Hernández, el anónimo “Romance del Conde Niño”, “Me lo decía mi abuelito”, de Goytisolo, “Ya no hay locos”, de León Felipe, dedicado al juez Baltasar Garzón. También hay lugar para el canto colectivo de “La mala reputación”, de Georges Brassens, “El lobito bueno” y, por supuesto, “Palabras para Julia”, ambas de Goytisolo.
Un segmento especial se delineó junto al bandoneón de César Stroscio, quien ya compartió varios conciertos con Ibáñez como solista y como parte del Cuarteto Cedrón. El dúo interpretó a Neruda y a Alfonsina Storni, y hacia el final invitó al guitarrista Carlos Padula para hacer un “tango” de Storni. Hubo tiempo también para que Ibáñez recordara su última estadía en Argentina, en 1994, y el concierto que dio en Obras Sanitarias con el Cuarteto Cedrón, para que reclamara rebeldía a la juventud, empeño en saber, resistencia cultural frente a la barbarie. Para que despotricara contra el inglés, contra el fútbol y contra “la puñetera” Copa del Mundo; y para que lanzara una de sus frases registradas: “A los norteamericanos y los ingleses, les deseo que vivan mil años, pero lejos de mí”.
El poema de José Agustín Goytisolo que en la voz del mismo poeta se escuchó al inicio de su presentación fue la punta de lanza para lo que dijo y cantó Paco Ibáñez: “En tiempos de ignominia como ahora, a escala planetaria y cuando la crueldad se extiende por doquiera fría y robotizada, aún queda buena gente en este mundo, que escucha una canción o lee un poema (...). Que nadie piense nunca: no puedo más y aquí me quedo. Mejor mirarles a la cara y decir alto: tirad hijos de perra, somos millones y el planeta no es vuestro”.
Y así como lo recibieron de pie, a Paco Ibáñez lo despidieron con largos aplausos y vivas. “Olé, olé, olé...”, “una más y no jodemos más...”, pero también acercándose a saludarlo al escenario, abrazándolo, queriendo contarle cosas. Como a un viejo amigo.
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