Domingo, 17 de octubre de 2010 | Hoy
MUSICA › RUSH BRINDO UN CONCIERTO IMPECABLE EN GEBA, ANTE QUINCE MIL PERSONAS EXTASIADAS
Geddy Lee, Alex Lifeson y Neil Peart pagaron con creces tantos años de espera: en excelente forma, la banda dio un descomunal show de tres horas que repasó discos clave y todo Moving Pictures, el álbum que concentra sus mejores cualidades.
Por Cristian Vitale
Músicos: Geddy Lee (bajo, teclados y voz), Alex Lifeson (guitarra, coros) y Neil Peart (batería).
Duración: 180 minutos.
Público: 15 mil personas.
Estadio GEBA, viernes 15 de octubre.
El viento impulsado por un tren le pega en la nuca a Neil Peart y suena su primer tom. Ya no hay marcha atrás: la máquina Rush devendrá más potente que los 30 trenes ramal Mitre que pasarán por detrás, pegaditos al escenario de GEBA. Se harán inaudibles, casi invisibles, durante las tres horas que estará tocando el trío canadiense, nacido hace más de 40 años en el frío poblado de Willowdale, Ontario, en su primera visita al país. El marco es el Time Machine Tour, que los llevó a rodar por unas 40 ciudades de Estados Unidos, y el contenido, visto en global, expresa constantes clave en el largo devenir de la banda. Constantes que hablan de una agrupación única, atípica, referencial, impecable. Consumado el hecho, la primera es que Rush atravesó intacta el paso del tiempo. No le pasó lo que a tantas otras, enfocadas en conjunto o a través de sus individualidades, que brillaron en los setenta y luego se fueron eclipsando. Las partes y el todo, en Rush, conforman una primera conclusión atada a la constante: no destiñeron.
La voz de Geddy Lee, el bajista del registro agudo y los lentes achatados, permanece incólume. Tanto como el pulso exacto y contundente de su bajo, o la habilidad de tocar varios instrumentos a la vez –teclados, pedal midi, bajo, lo que sea– en un aporte vital para las complejidades rítmicas de la banda. Los riffs pesados, adrenalínicos y hechizantes de Alex Lifeson tampoco han claudicado. Ni en su despojo, ni en sus alteraciones sonoras procesadas. Y Peart, único baterista capaz de levantar aplausos rabiosos con un largo solo –apoyado en una percusión electrónica, claro– torna permanente en el tiempo lo que muchos opinan de él: que es uno de los mejores –si no el mejor– bateros de la historia del rock. Versátil, calmo en su contundencia, técnico y animal, el también letrista solo ha perdido el pelo, y ha sumado kilos en su cuerpo.
Con las partes inmunes a la acción corrosiva del tiempo, entonces, es automático que el todo determine efectos inevitables: piezas largas, complejas, de capas sobre capas –muchas canciones en una– y arreglos enmarañados que, lejos de aburrir o buscar atención, transportan. Hacen flashear en colores. Piezas épicas, melodías asincopadas, imprevisibles, tempos irregulares y el solo de guitarra, el estribillo –no siempre clave– o la voz, que entran en momentos inesperados. Música atmosférica, progresiva en el más cabal sentido de la palabra, y una llegada al público que al menos esta vez –aquí, en Argentina– provocó que la gente que pagó una pequeña fortuna para sentarse cerca de sus deidades permaneciera parada. Impávida. Como no creyendo lo que estaba escuchando. A un paso de la irrealidad, reforzada por esa impecable puesta de luces y los videoclips con pasos de comedia.
No es cosa del azar, lógico, que Rush haya tomado Moving Pictures (octavo disco de la banda, editado en 1981) como la columna vertebral del Time Machine Tour. Es el disco que mejor muestra y condensa el péndulo estético que ha atravesado el trío desde los lejanos tiempos del hard rock (la tríada Rush, Fly by Night y Caress of Steel), pasando por un período intermedio sinfónico, progresivo (la tríada 2112, A Farewell to the Kings y Hemispheres), y determinando un devenir focalizado en temas más “livianos” para el oído medio –no siempre– y en aperturas estéticas que, con suerte dispar, sumaron a su núcleo duro algunas pinceladas reggae, new wave, funk o disco... en escasa medida, por suerte. Moving Pictures, disco de transición, es por ello la mejor entrada al mundo total de Rush. Y lo tocaron entero, y en orden cronológico, tal como había sido dispuesto en el vinilo original. Lado A: el más clásico y conocido de los temas del trío: “Tom Sawyer”, la historia del guerrero moderno y su melodía de alto impacto; el “fierrero” y virtuoso “Red Barchetta”; “YYZ”, complejo en su compás y bien representativo de la esencia Rush; y “Limelight”, más ganchera pero abrillantada por el bello solo de Lifeson. Lado B: “The Camera Eye”, pieza onírica, de largo desarrollo, con el foco puesto en las teclas; “Witch Hunt”, dark y mística y “Vital Signs”, tema que, como su nombre lo indica, preavisa los cambios estilísticos que propondría la banda durante el primer lustro de los ’80.
El resto fue un tester salpicado que, exceptuando algunos trabajos como Caress of steel o Grace under pressure, detectó temas de casi todos los discos de la banda. Del primer período, el de un fuerte y centralmente influido por Led Zeppelin, Lee, Peart y Lifeson desempolvaron la canción dedicada a los héroes de la clase trabajadora que los llevó a rotar en las primeras radios importantes de América (sajona y latina): “Working Man” (1974) único que, en su versión original, no fue tocado por Peart sino por John Rutsey, primer baterista. De 2112 (1976), la opción lógica fue recrear esa suite clave de 20 minutos y 7 partes que determinó la entrada de Rush al rock progresivo por la puerta grande, refrendada por “La Villa Strangiato” (Hemispheres, 1978), otro viaje sonoro –de los más logrados del período, cómo negarlo– que en GEBA trascendió tal cual, como si fuera un calco irrefutable de su original. Dos composiciones de larguísimo aliento, y una bellísima en su levedad acústica (“Closer to the Heart”, de A Farewell to Kings, 1977) completaron la revisión apasionante de los setenta.
Del período postransición –después de Moving Pictures y Permanent waves, placa anterior, de la que sonaron la edulcorada “The spirit of radio” y “Freewill”–, Rush ofrendó “Subdivisions”, tema que alcanzó el cenit maximalista del sintetizador (del grandilocuente Signals, 1982); “Time stand still”, caballito de batalla de Hold your fire (1987); la polirrítimica “Presto”, del trabajo homónimo publicado en 1989, o “Leave that thing alone” y “Stick it out” –maravilloso cuelgue-, dos de las composiciones que mejor grafican la vuelta al énfasis puesto en las guitarras que determinó Counterparts, álbum publicado en 1993. El largo hiato que separa aquel disco del reciente Snakes & Arrows (2007) –provocado en parte por dos discos más de escaso vuelo, en parte por las muertes de la hija y la mujer de Peart, que lo mantuvieron alejado un tiempo– no hizo mella en la plenitud de la banda. Tres temas de este disco seminal (“Workin’ them angels”, donde Lifeson se le atreve a la mandolina, “Faithless” y “Far Cry”) prefiguran una llave precisa para entender la vigencia de una banda que, muy lejos de dormirse en los laureles, sigue dominando el pulso con su pulso: el denso y contundente “Caravan” más “BU2B”, ambos temas de Clockwork Angels –pronto a salir– determinan un estado de cuestión que redundaría seguir explicando con palabras. ¿Para qué?
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