MUSICA › EL SHOW DE GREEN DAY EN COSTANERA SUR
Aunque ahora son un “trío ampliado” y los años no han pasado en vano, Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool comandaron una noche festiva y por demás efectiva, generosa en potencia.
› Por Leonardo Ferri
Músicos: Billie Joe Armstrong (voz, guitarra, batería), Mike Dirnt (bajo y coros), Tré Cool (batería y voz), Jason White (guitarra y coros), Jason Freese (teclados, guitarra y saxo), Jeff Matika (guitarra y acordeón).
Público: 35 mil personas.
Duración: 180 minutos.
Costanera Sur, viernes 22.
Intentar precisar qué es el punk rock –o mejor dicho, quiénes lo son y quiénes no– es una tarea tan imposible como responder qué es el rock mismo, o si es tan importante la imagen como lo son la música y la actitud: las infinitas definiciones y los fundamentalismos harían de ello una tarea interminable. A 22 años de sus comienzos –y lejos de estar preocupados por definiciones–, Green Day ofreció el viernes un show exuberante en tiempo (tres horas), cantidad de canciones (casi 40) y golpes de efecto como la pirotecnia –que no por ser un recurso añoso deja de ser eficaz– y la permanente arenga de un frontman como Billie Joe Armstrong, que con 38 años todavía luce como un adolescente ansioso, eléctrico einagotable. Se sabe el animador de la fiesta, el dueño de la kermesse. Y sabe bien.
A doce años de su primera visita, la banda californiana dejó claro que ya no es la misma en al menos dos aspectos: su música creció (se podrá discutir si es mejor o peor, pero es innegable que es más compleja y elaborada) y su popularidad también (las 35 mil personas en Costanera Sur pueden dar cuenta de ello). El comienzo con “Song of the Century”, “21st Century Breakdown” y “Know Your Enemy” reveló una banda grande en su formación, que en ningún momento vuelve a ser el trío de sus orígenes. A la batería ametrallante de Tré Cool y al bajista Mike Dirnt (el responsable de que la banda suene como un bloque de sonido) se le suman Jason White en guitarra (siempre presente en el escenario), Jason Freese en teclados y saxo, y Jeff Matika en guitarra. Aun así, todavía hay pasajes en que la banda de Berkeley se parece bastante a la que se dio a conocer en Dookie o Insomniac, como cuando tocan las viejas “Burnout”, “She” o “Nice Guys Finish Last” y las más nuevas “Holiday” y “St. Jimmy”.
Como toda banda popular y con varios años en la ruta, el setlist de Green Day abunda en clásicos (“Basket Case”, “Minority”, “American Idiot”, “When I Come Around”, “Good Riddance”), pero no se agota en ellos (“F.O.D.”, “2000 Light Years Away”), y hace un lugar para fragmentos de covers que homenajean a Black Sabbath, Led Zeppelin, Ramones, AC/DC, los Doors, los Stones y Los Beatles. También hay espacio para una mínima improvisación en cada canción y para las invitaciones a los fans para subir al escenario. Green Day –hay que decirlo– le da un lugar a su público que pocas bandas otorgan y se encarga de cumplir el sueño de muchos, de estar con la banda y tocar con ellos. De los ¡cinco! que ahí estuvieron, la que menos habrá podido dormir esa noche debe haber sido la adolescente que, a pesar de cantar muy mal, se llevó de regalo la guitarra del frontman.
Ese cantante es el responsable de sostener el show. Además de cantar y tocar la guitarra –aunque ya está más liberado de esto último– dirige a su gente con una habilidad y una presencia que no se condicen con su tamaño extra small. Sus mil caras y gestos y sus gritos de “¡Buenos Aires!” y “¡Argentina!” en cada una de las canciones son fórmulas ultraprobadas con éxito, que se repiten en cada ciudad donde la banda toque.
Aun con algunas exageraciones, Green Day ofrece el show que todos van a buscar. Las adulaciones al país (“son mejores que Brasil”) y las permanentes arengas de Billie Joe para que el público cante pueden terminar por aburrir, pero son efectivas, sobre todo en un público integrado en buena parte por chicos que no habían nacido cuando ellos empezaron. Los otros –los de la vieja escuela del punk pop– la pasan bien con el histrionismo de una banda que sabe cómo divertir: los disfraces circenses de todos los músicos y las bromas permanentes invitan a que nadie se tome nada demasiado en serio, ni siquiera aun cuando desde American Idiot y 21st Century Breakdown –sus últimos y conceptuales álbumes– promueven una bajada de línea bastante más seria y comprometida. Por lo visto, lo formal sólo queda reservado para los discos y no para el vivo. Ahí –en la ker-messe de la música, los sueños cumplidos, la pirotecnia y las pistolas que lanzan remeras– la idea es pasarla bien. Y entre tanta oferta de shows, no es poca cosa.
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