MUSICA › EL SHOW DEL CANTANTE CONGREGó A UNA IMPACTANTE MULTITUD DE 80 MIL PERSONAS
Con una puesta impecable y un sonido poderoso, el ex cantante de Patricio Rey recalentó el hipódromo con un concierto en el que los temas propios y los clásicos ricoteros tuvieron el plus de un par de inéditos y covers inesperados de Manal y Pescado Rabioso.
› Por María Daniela Yaccar
Desde Tandil
Tandil alberga a unos 123 mil habitantes. Los que la rockearon en la noche del sábado fueron más de 80 mil. Las cuentas dan una idea de lo que significó el único recital que el Indio Solari brindó este año: en el hipódromo local se juntó un número que representa al 65 por ciento del total de una ciudad. Hasta al Indio se lo notaba sorprendido. “No se puede creer”, repetía con insistencia, cuando se decidía a observar lo que ocurría detrás de sus anteojos negros. Era una auténtica misa india con hostias de ricota y momentos inesperados. Con sus palabras, el Indio respondía al gran interrogante que despierta su figura: ¿qué le pasa al artista que se define por el ostracismo acérrimo en su show más poblado?
Se sabe que la misa es pagana, pero los tandilenses lo ignoraron al caratular el fenómeno que el Indio desata por estos pagos cuando se presenta con Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado: es “la segunda Semana Santa”. La mayoría de los fanáticos llegó el día del recital, desde la provincia de Buenos Aires. No obstante, el movimiento había comenzado entre el miércoles y el jueves. Todo estaba colmado. De hecho, la oficina de turismo derivaba a la gente a ciudades cercanas. El diariero de la terminal hacía de eso una lectura sociológica: “Los ricos y los pobres se juntan, porque están los que alquilan una cabaña por 500 pesos y los que duermen en la calle”.
Tal cantidad de visitantes –los había también de Bolivia, Chile y Uruguay– hizo estallar Tandil horas antes del recital. La ciudad volvía a recibir al músico después de dos años, cuando reunió a poco más 30 mil espectadores. En esta oportunidad, la ansiedad se combatió en la calle, con la música del Indio a todo volumen y el flameo de enormes banderas. Había decenas de puestos improvisados. Un comerciante piola sacó el parlante a la calle y así absorbió a un buen número de consumidores. Claro que cuando sonó “Ji ji ji” se armó el pogo en plena avenida. No el más grande del mundo, pero sí una postal de lo que vendría después, en una velada que sedujo sobre todo a un público joven, de menos de cuarenta (¿cuántos de los que estaban ahí habrán visto a Los Redondos?).
Lo que vendría después sería la confirmación de que el Indio es el icono del sentimiento ricotero, ya que cánticos y remeras remitían por sobre todo a la banda, pero también la reafirmación de lo que puede dar en tanto estrella de lujo. Lo acompañaron Sergio Colombo (saxo), Miguel Tallarita (trompeta), Hernán Alamberri (batería), Pablo Sbaraglia (teclado, coros y guitarras acústicas), Baltasar Comotto (guitarra), Gaspar Benegas (guitarra) y Marcelo Torres (bajo). Cuando todos pedían el regreso, el Indio respondía con su capacidad de generar estados de ánimo, de pasar de la euforia a la emotividad sin escalas, durante dos horas. Pareciera haber una fórmula matemática: el Indio conoce el momento justo para dar el cambio. Sabe cuándo actuar como ladrón de cerebros, cuándo apuntar al corazón, cuándo pedir el agite. La veta visible de esa fórmula está en la mixtura que suele aplicar en sus presentaciones: clásicos ricoteros y temas propios. Pero hubo novedades interesantes.
El factor sorpresa estuvo desde el inicio, poco antes de las 22. Con pantallas gigantes que proyectaban llamaradas, el Indio ofreció lo que nunca: un cover de “Jugo de tomate frío”, de Manal. No sería el único tema ajeno: más tarde sonó “Post-Crucifixión”, de Pescado Rabioso, en la que arrasó con su potencia vocal. Al primero lo ensambló con un inesperado inédito de Los Redondos, “Un tal Brigitte Bardot”; al segundo, con el clásico “Vamos las bandas”. Y se reservaría otro viejo inédito para descoserla más tarde: “El regreso de Mao”.
“Se vinieron unos cuantos hoy”, recalcó antes de dar paso a la inquietante “Ramas desnudas”. En ese momento cambió la dirección de los elogios del campo: el cantito comenzó a dirigirse a su entidad como solista. Se lo siguió ganando con ese retrato de obsesiones personales que es “Martinis y tafiroles”, también de Porco Rex. Llegó luego el primer pack ricotero, con clásicos de distintas etapas: “Noticias de ayer”, “Me matan limón”, “Rock para el negro Atila”, hasta el clímax con “Divina TV Führer”. Lo cierto es que el campo estallaba con los temas de Los Redondos, a los que el Indio antecedió más de una vez con un “vamos a cantar una que sepamos todos”. Y así brillaron “Un ángel para tu soledad”, “El arte del buen comer”, “El infierno está encantador esta noche”, “Juguetes perdidos” y “Fuegos de Oktubre”.
“Asistamos con cariño a los amigos que andan con enfermedades malas” –algunos en el campo gritaron “Gustavo Cerati”, pero él no aclaró de quién hablaba–, expresó luego de “Bebamos de las copas lindas”. Como teoriza el tema, “donde hay dolor habrá canciones”, y parte de esa atmósfera en la que la sensibilidad se agudiza la completaron “Vuelo a Sydney” y “Flight 956” (de Porco Rex), “El tesoro de los inocentes (Bingo fuel)” y “Pabellón séptimo” (de El tesoro...), dedicado a “amigos, primos y cuñados que están pasando por un lugar espantoso”. Otro tema regalado fue “Héroe del whisky”, para Enrique Symns, “un viejo amigo que antes me odiaba y ahora parece que me quiere”.
En una noche de varios “increíble”, la puesta en escena mereció varios elogios: la figura del Indio estuvo enmarcada por proyecciones que eran verdaderas obras de arte, que actuaban como escenografía, pero que también tenían efectos narrativos. En este aspecto, el show superó al de julio de 2008 en esta ciudad, también en las luces y en el sonido. En medio de esa estética poderosa se encontraba el Indio con su semblante firme. Su conmoción se filtraba en las frases que pronunciaba entre tema y tema. Primó el buen humor, salvo en dos oportunidades en las se quejó porque arrojaban objetos al escenario. El punto final, claro, fue “Ji ji ji”. A la medianoche, la frase se seguía repitiendo: “No puedo creer lo que fue este recital”. Todos bien contentos, aun sin noticias del regreso. Todos contentos con el Indio solista. Todos contentos, a pesar de una salida del hipódromo terriblemente lenta. Todos contentos por el cielo poblado de fuegos artificiales... y por el anuncio del siguiente show, el 26 de marzo en Salta. Otra fecha, otra misa.
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