Mar 21.12.2010
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MUSICA › BALANCE 2010 PARA LA MúSICA CLáSICA

Entre los vaivenes del Colón y la pluralidad de tendencias

El máximo coliseo argentino vivió la fiesta de su reapertura, pero siete meses después aparece atravesado por un conflicto con los trabajadores que llegó a un punto de fricción inédito. La temporada, en particular en el campo de los conciertos, tuvo puntos altísimos.

› Por Diego Fischerman

Alguien, en China, hace tiempo, ideó la peor de las maldiciones: “Ojalá te toque vivir en tiempos interesantes”. Hoy, en Buenos Aires, tan lejos de aquella imprecación, no cuesta encontrar sus víctimas. Y es que lo menos que puede decirse de 2010, para el Teatro Colón, es que fue un tiempo interesante. La gestión de Pedro Pablo García Caffi había logrado sacar al teatro de la parálisis en que lo había sumido el propio ingeniero Macri durante todo su primer año de gestión, consiguió armar una temporada que en particular en el campo de los conciertos tuvo puntos altísimos, pudo terminar la parte más visible de las obras y reinaugurar la sala el 25 de mayo. Siete meses después, el teatro aparece atravesado por un conflicto con los trabajadores que llegó a un punto de fricción inédito. Y, sobre todo, está nuevamente cerrado, salvo que se contabilice el Himno Nacional Argentino, tocado por la Agrupación Sinfónica del Ejército Argentino, en la fiesta de Allianz, una compañía de seguros, que vaya a saberse por qué fue realizada en el Salón Dorado en los mismos días en que los organismos estables, con sus actividades canceladas, tocaban en la calle como forma de protesta.

La Sinfonía Nº 8 de Gustav Mahler, en superproducción.

La falta de diálogo que denuncian los empleados del teatro, más la falta de respuesta a un reclamo salarial que, paradójicamente, las autoridades consideran justo, y los pedidos del ballet en relación con la necesaria adecuación de los pisos de salas de ensayo y escenario a la tarea que realizan, derivaron en varias suspensiones de funciones y, como respuesta, las sanciones al personal que había participado de la última asamblea. Independientemente de las razones que puedan asistir a una y otra parte, lo cierto es que la dirección no ha mostrado la muñeca política necesaria para conducir al teatro en tales coyunturas. Las visitas a La Plata de integrantes del directorio del Ente Autárquico y de funcionarios allegados al Ministerio de Cultura porteño, buscando tentar el regreso de quienes conducen actualmente los destinos del Argentino, terminan aportando un buen balance de situación. Y las respuestas que reciben, también. Nadie quiere agarrar la papa caliente. El problema es que si algo escasea en el macrismo es, justamente, gente capaz de enfriarla.

En rigor, si algo podía vaticinarse a partir de una inauguración como la que tuvo el Colón, pensada como una fiesta para la farándula y la política en la que el mundo de la cultura estuvo casi ausente, era esto. Mal podía garantizarse el buen funcionamiento de un teatro al que se conocía tan poco. No obstante, en el terreno puramente artístico, el Colón encaró un abono de lujo, con el nombre de “Bicentenario”, que nucleó a mucho de lo mejor de la temporada: un genial recital del pianista András Schiff, un gran concierto del violoncellista Yo-Yo Ma con la pianista Kathryn Stott, la orquesta y coro de la Scala de Milán dirigidos por Daniel Barenboim, que también condujo a la West-Eastern Divan Orchestra, para el Colón y para el abono del Mozarteum, y el director Zubin Mehta. También la Filarmónica tuvo una buena temporada, homogénea, ajustada y con algunas actuaciones memorables, como la que su director principal, Arturo Diemecke, condujo con Schiff como solista. En el terreno operístico, las puestas fueron en general pobres y poco imaginativas pero, musicalmente, tanto la Manon de Massenet como el doble programa con Una tragedia florentina, de Zemlinsky, y Violanta, de Korngold, ofrecieron elencos adecuados y correctas interpretaciones. Independientemente de la inadmisible autoprogramación de García Caffi como su régisseur, también tuvo buen nivel Katya Kabanová, de Janacek. La gran asignatura pendiente, tanto en el campo sinfónico como en el de la ópera, es una política de encargos a compositores argentinos.

Lady Macbeth... abrió temporada en el Argentino de La Plata.

La ópera fuera del Colón mantuvo una actividad encomiable. Tanto Juventus Lyrica como Buenos Aires Lírica presentaron espectáculos cuidados y en muchos casos alejados del lugar común, como en el notable Serse de Händel presentado por BA Lírica, con una magnífica puesta de Pablo Maritano donde brilló Marisú Pavón. Esta soprano, por su parte, deslumbró en la Aynadamar de Osvaldo Golijov presentada en el Argentino de La Plata, donde también se destacaron el Giulio Cesare in Egitto de Händel, con muy buen elenco y excelente puesta de Gustavo Tambascio, Rigoletto de Verdi, con puesta de Maritano, y la Lady Macbeth del Distrito de Msensk, de Shostakovich, con dirección escénica de Marcelo Lombardero, que abrió la temporada. El Argentino consolidó además el proceso de su Orquesta Estable, con Alejo Pérez al frente, y del Coro Estable, que conduce Miguel Martínez, y produjo una suerte de superproducción que, sin embargo, nada tuvo de demagógica: la Sinfonía Nº 8 de Gustav Mahler. Con dirección de Alejo Pérez y la participación, además, del Coro de Niños del teatro y el Coro Polifónico Nacional, la interpretación mostró un trabajo profundo y fructífero. La repetición en el Luna Park, así como la alianza entre la Opera Studio del Argentino y la del Sodre en Montevideo, con el estreno en esa ciudad de El Kaiser de Atlantis de Viktor Ullmann, marcaron la pauta de una política de apertura tanto en la conformación del repertorio como en relación con las formas de circulación.

Uno de los acontecimientos del año fue sin duda el miniciclo planteado por el Mozarteum con la orquesta palestino-israelí de Barenboim y las sinfonías de Beethoven, que tuvo también su encarnación callejera con un concierto masivo en la 9 de Julio, de espaldas al Obelisco. El contenido humanista de esta orquesta, formada por jóvenes de pueblos tan vecinos como enemigos, no eclipsó la calidad musical de las interpretaciones ni su poderosa comunicatividad. El efecto simbólico de Beethoven hizo lo suyo y este compositor fue también protagonista de otra integral, la que el pianista Alexander Panizza realizó de sus 32 sonatas para piano, a un concierto por mes, en el Centro Cultural Parque de España de Rosario. En el Centro de Experimentación del Colón, por su parte, tuvo lugar un estreno trascendente, el de la obra El (A)parecido, del dramaturgo y director teatral Emilio García Wehbi y el compositor Marcelo Delgado. Obra sobre la deshumanización y sobre la memoria, continúa la línea de composiciones fuertemente políticas en la que estos dos artistas han colaborado. La sutileza con la que la música se enreda en esa trama de recuerdos perdidos y recobrados es admirable, y la puesta en escena fue verdaderamente conmovedora.

Fue notable el recital del pianista András Schiff en el Colón.

Ciclos como el de la Biblioteca Nacional, un lugar ganado para la música actual, y el Centro Nacional de la Música tuvieron que ver con mucho de lo mejor y más creativo de una escena musical en la que no dejan de suceder cosas nuevas. También el Centro Experimental del Argentino de La Plata y el ciclo de música contemporánea del San Martín mostraron, además de pluralidad de tendencias, algunas muy buenas producciones. En el primero sobresalieron las Recitaciones de Aperghis con coreografía de Edgardo Mercado, la Máquina Lírica de Martín Liut –que ocupó, literalmente, el espacio del teatro– y la particular lectura sobre el Fausto criollo de Martín Bauer. En el segundo, la deslumbrante y teatral Le noir de l’etoile de Grisey y el fantástico cuarteto Diotima (con una excelente performance de Luigi Nono que, curiosamente, acentuó ciertos signos de su envejecimiento) pusieron la vara en un muy buen nivel al que, lamentablemente, la desmañada lectura de obras de Schönberg, Ligeti y Donatoni, que condujo el francés Diego Masson, estuvo muy lejos de alcanzar.

También Amijai continuó con una muy buena programación musical, que incluyó a Ute Lemper, mucho más cerca del music hall à la Broadway que del Weill filologista que supo cultivar. El apoyo de la Fundación Alejandro Szterenfeld fue un estímulo fundamental para muchas de las creaciones del año y, más allá de la buena temporada de la Sinfónica Nacional, se destacaron también las actividades del dúo del violinista Elías Gurevich y la pianista Haydée Schvartz, en el ciclo “Manos a las obras” de Radio Nacional, del trío Luminar –que dio una serie de conciertos con estrenos de autores argentinos en el CETC– y de la Compañía Oblicua que conduce Delgado, quien este domingo –también en Radio Nacional– dio un recital multitudinario con Gerardo Gandini como pianista invitado.

Giulio Cesare in Egitto tuvo excelente puesta de G. Tambascio.

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