MUSICA › VIGéSIMA EDICIóN DEL FESTIVAL DE LA SALAMANCA
La fiesta folclórica santiagueña desplegó desde el jueves pasado una notable cartelera de artistas y representantes de la cultura popular. Una multitud, que superó las 20 mil personas algunos días, seguirá vibrando hasta hoy en La Banda.
› Por Pablo Donadio
Desde La Banda, Santiago del Estero
Arde Santiago. Cuentan por aquí que es el espíritu de La Salamanca, ese lugar misterioso y profundo del monte donde van a pedirse las destrezas del baile y los instrumentos, así como las artes de conquista para ganar el corazón de alguna buena moza. El precio, nada menos, es entregar el alma al diablo Zupay. Más allá de los mitos y leyendas que habitan esta tierra bella, hay algunas certezas comprobables empíricamente: desde el jueves pasado ya no hay mañanas aquí, y todo se ha vuelto noche eterna, que sigue y sigue de fiesta. Al cierre de esta edición aún faltaban las actuaciones del emblemático Peteco Carabajal, de Néstor Garnica, el Chango Farías, Roxana Carabajal y Marcela Morello, celebrando el cumpleaños número 20 de un Festival de La Salamanca que, se sabe, no se olvidará.
Mate fresquito al rocío mañanero, baile, guitarreada: comienza el día en Santiago. “Recuerdo imágenes de mi esposa con mis hijos, bailando chacareras en la cocina bien temprano. Después los changos se escapaban por la ventana a jugar al fútbol con los amigos. Cuando volvían, estudiaban un rato y bailaban y cantaban conmigo y con ella, y seguían jugando nomás”, relata Horacio Banegas en un bar de la plaza Libertad, minutos después de probar sonido en el escenario Jacinto Piedra. A ese compañero que ya no está, el compositor de “Mensaje de chacarera” dedicará horas después “Chacarera del cardenal”, uno de los temas más sentidos junto a “Un pájaro canta”, de Raly Barrionuevo, evocando su desaparición de este mundo. Hacia ese escenario, montado en el Club Sarmiento, no paran de llegar familias, jóvenes, viejitos con sillas en la mano.
La expectativa, se nota, es enorme. Con este son 20 festivales, y si bien aquí las peñas y guitarreadas son cosa diaria, esta cita trae de regreso a muchos al patio de su infancia. La nostalgia y los recuerdos se entreveran con la alegría desbordante en algunos músicos. La Salamanca es una suerte de retorno para quienes han salido a mostrar lo suyo por otros pagos, y la vuelta es emoción y también responsabilidad, combinación compleja y hermosa si las hay. Una chacarera de estos lares lo explica: “Dejé mi tierra cantora por conocer otros pagos, voy andando los caminos pero mi alma está en Santiago/ Desde entonces vivo solo, por las calles de la vida, callada sombra que pasa, guitarra llena de heridas / Guitarra llena de heridas, mate amargo mal cebado, tu llanto dentro del pecho me anda llorando, llorando / Cuando yo pegue la vuelta, no sé ni cómo ni cuándo, tierra madre he de contarte lo mucho que te he añorado.../”. Y más allá de la selección de músicos de renombre, hay que destacar que el festival ha sabido ofrecer lo mejor de la gastronomía y las muestras del arte local, presentes en varios stands representativos de la cultura popular santiagueña: cerámicas, instrumentos, mantas al telar, empanaditas, tamales y un cabrito asado, todo en una misma y maravillosa fila que atraviesa el estadio.
Soy bailarín de los montes / nacido en La Salamanca / acompañado de un bombo / yo vengo del tiempo’i ñaupa. Quién sabe qué viejo diablo / quedó prendido en mi danza... El baile flotante y poderoso de Juan Saavedra es otro de los paisajes que Santiago muestra con orgullo. En París, en Bagdad, en tantos lugares. Pero ninguno, claro, como en casa. El bailarín que supo ser inspiración de “Bailarín de los montes”, de Peteco Carabajal, fue otro de los lujos salamanqueros, ovacionado por tradicionales y modernos del rubro. Para dejar claro cómo vendría la mano, el primer día arrasó de movida con los nombres: la noche 1 fue León Gieco quien desplegó sus éxitos hacia los bandeños, santiagueños y visitantes de varias provincias del país, acompañado de las Guitarras del Amor y la troupe de Mundo Alas. Además del set de homenajes a personajes destacados de la cultura, la música y la política latinoamericana (Mercedes Sosa, Alfredo Zitarrosa, Violeta Parra, Jorge Cafrune, Víctor Jara, Evo Morales...), recordó “haber tenido el honor” de componer “La guitarra”, junto a Atahualpa Yupanqui, tema que interpretó mientras las pantallas gigantes pasaban imágenes del emblemático poeta, cantante y guitarrista de Pergamino. Tras él siguieron Abel Pintos y el Dúo Coplanacu, haciendo delirar a las jóvenes y los folcloristas de pura cepa por partes iguales, mientras Los Carabajal dejaron su sello y el africano Abdulai propuso unificar el baile y los ritmos africanos con nuestras raíces folclóricas, algo que muchos estudiosos aseguran yace en la raíz de la chacarera.
El viernes no se quedó atrás, y el inagotable Horacio Banegas, ícono del sentir local, mostró uno de los mejores repertorios de esta fiesta. Sergio Galleguillo levantó la gente a pura chaya, y Carlos Cabral reafirmó su camino solista tras su salida de Los Carabajal. Momento esperado el de La Sole y una banda que no deja de sorprender: potente y con un manejo de escenario perfecto, la de Arequito brindó una compilación más folclórica de la habitual, parte del desafío (claramente aprobado) de llegar a tierra de chacareras. El sábado fue de Los Manseros Santiagueños, casi los Rolling Stones de estos pagos, festejando 50 años de trayectoria. Ahí, pegadito, el ya nada nuevo Raly Barrionuevo reafirmó ser uno de los exponentes más versátiles y talentosos de la actualidad: el nacido en la localidad de Frías hizo uso pleno de su DNI santiagueño y pasó de una saga pura de chacareras a rockear, literalmente, su versión de “Hasta siempre”, recordando al Che Guevara.
Por si faltaba poco, además del festival y de las visitas ya clásicas al patio del luthier de bombos Froilán González, muestra viva de todo aquello dicho sobre la cultura santiagueña, la casa de la abuela Carabajal se hizo peña permanente, y la programación propuso para 2011 una “Siesta salamanquera” con guitarreada de las 10 de la mañana y las 22. Así la agenda oficial y extraoficial dejaba claro que había que zarandear y zapatear hasta gastar las suelas. Otra de las novedades fue la trasmisión por primera vez del evento en vivo. Anunciado como “Festival 2.0 de América”, se ha logrado compartir en tiempo real las actuaciones, fotos y noticias del show. A todo ello, la informal y tal vez más disfrutada hospitalidad de las juntadas peñeras en casas de familia hacen que uno se sienta como en casa, y realmente no quiera regresar. Pero querer no siempre es poder, y la vuelta llega inclaudicable, como el cierre de la zamba, de la chacarera, de los gatos y escondidos brindados a mansalva estos días.
Son las 6.32, y de regreso el camino de La Banda a Santiago capital todavía muestra la luna brillante sobre la figura colosal del Puente Carretero. Extrañamente el río está calmo y faltan algunos minutos para que aparezcan los primeros pescadores sobre el Mishki Mayu, como supieron llamar los pobladores originarios a este río Dulce. Aún queda una jornada más, y la cita a la biblioteca de Pablo Trullenque, a la Villa Atamisqui y los trabajadores del Movimiento Campesino (Mocase) trata de apretarse en la agenda antes de las 22, porque allí habrá que estar bien temprano, para ver qué Salamanca desvelará el espíritu musiquero para el cierre final.
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