MUSICA › FERNANDO KABUSACKI PRESENTARá LUCK EN EL CAFé VINILO
El músico, que estudió con Robert Fripp y trabajó con él en varios proyectos, se siente completamente al margen del mundo del rock comercial, que alguna vez rozó al tocar con Charly García. “El under no tiene esas etiquetas y funciona de otra forma”, asegura.
› Por Luis Paz
Fernando Kabusacki no tiene grandes rasgos orientales. Sólo un pequeño gesto: cuando sonríe, las comisuras de sus labios caen un poco, lo mismo que sus párpados, y su expresión queda más cerca de Asia. Pero quitando eso tiene los ojos claros, el pelo bien brilloso y las proporciones típicas del caucásico. Tampoco toca el koto, el otamatone o el mu-kkuri, sino la guitarra, una marioneta que domina a la perfección en un juego siempre fantástico, ensoñado y luminoso. También puede ser que el ser uno de esos tipos que tienen la suerte de ser mundiales, de cruzar fronteras bastante a menudo, le haya dado ese gesto universal. Cree que viajar es de los mejores modos de aprender y, aunque haya grabado con músicos de la talla de Juana Molina, Charly García, Seiichi Yamamoto, Kido Natsuki, el Mono Fontana, Mussa Phelps o Hermeto Pascoal, dice que aún le queda mucho por aprender. “Por supuesto que en la vida, pero además en la guitarra. Matemáticamente es finita, hay cierta cantidad de escalas y de acordes. Pero sus posibilidades creativas son infinitas”, distingue, también lejos de una cultura (la nipona) que ha sabido conjugar de un modo insuperable la matemática con el arte, las leyes de la proporción con las formas de la creación. Algo que en sus discos bien hace, como se podrá comprobar esta noche en Café Vinilo (Gorriti 3780, hoy a las 21), cuando suba a presentar su octavo trabajo, Luck.
Kabusacki está en su departamento en Coghlan, un ambiente fresco con ventanales que desnudan al comedor frente al sol. Los rayos le dan de lleno a una alfombra que resiste estoica en su color y que separa al piso de cinco guitarras: una Fender Jaguar del recuerdo, en un azul no muy eléctrico; otra dorada y aerodinámica, una acústica y dos guitarras criollas. Hay una caja de sonido, un amplificador Marshall, una banqueta y una pedalera que bien funciona como la caja de Pandora de su música. “No conocía el mito de Prometeo, pero ahora que sé cómo es, veo que estaba acertado lo que dice en la gacetilla. Efectivamente, Luck es como una caja de Pandora, pero de la que salen más cosas solas de las que intento sacar”, se pone al día.
Luck –o “Suerte”– es casi una banda de sonido para un corto de fantasía, al mejor estilo del Disney clásico. Son 28 pequeñas (a veces pequeñísimas) piezas funcionales a un clima general que hace ver a este disco como la mejor banda de sonido posible para un videojuego de rol que mezcle la aventura con el ingenio y el azar, o para una película de animación... nipona, ahora sí. “El otro día me mandaron un mensaje que decía ‘suerte en el año del conejo’ y yo pensé que era por el disco, porque tiene los conejitos en el arte de tapa. Pero resulta que en el horóscopo chino es el año del conejo”, revela cierta coincidencia esotérica, aunque no hay nada de literatura de ese estilo cerca: apenas un piano sin cola, unos sillones tan blancos como cómodos y muchos muñequitos de personajes históricos del dibujo animado. “Incluso le había pedido a Ludovica Squirru que escribiera un montón de horóscopos únicos para cada CD, para que los discos fueran como galletitas de la fortuna, pero no se pudo hacer”, lamenta y patenta.
No fue un problema de onda con Ludovica: parece ser que todos quieren trabajar con Kabusacki. Amigo de Robert Fripp y los King Crimson (fue su “secretario” cuando vinieron a tocar y tradujo la clínica que Adrian Belew dio en Samsung Studio), actualmente es miembro de la banda de Francisco Bochatón, de Vértigo Colectivo y de la banda de María Eva, pero fuera del país también es reconocido como miembro fundador de Los Gauchos Alemanes, con quienes giró por Sudamérica, Estados Unidos y Europa; y de la League of Crafty Guitarists y la Orchestra of Crafty Guitarists que comparte con Robert Fripp. Sin abstraerse por su nutrido currículum, convidó para su nuevo disco a una impresionante colección de músicos de primera línea: los hombres-ritmo Fernando Samalea y Santiago Vázquez, la pianista Paula Shocron y el baterista de Manal, Javier Martínez, bien conocidos en lo suyo, pero también la cantante Bárbara Togander y el trovador Maxi Trusso. “Cada uno que vino a tocar creó algo especial y personal para cada canción, y eso fue riquísimo. Me gusta trabajar con gente que sea gente linda, que cree con amor y no tiene otras intenciones. Si alguna vez tuve problemas con alguien, mi postura fue abrirme, porque no quiero saber nada con la gente mala”, distingue. Y aunque los conceptos de lo bueno y lo malo parezcan un tanto naïf, Kabusacki es uno de los músicos con más experiencia en esto de patear escenarios, estudios y geografías por fuera del circuito habitual del rock. “Del mundo del rock comercial estoy totalmente afuera. Alguna vez con Charly, hace mucho tiempo, pude haber estado cerca, pero yo estoy en un circuito paralelo”, dice, afirmado en la colectora.
Tampoco es que sea un circuito muy definido: la música de Kabusacki tiene su plaza en la intersección de las avenidas de la world music, el dream pop, las bandas de sonido fantásticas, los guitarristas virtuosos por el gozo y no por la velocidad, el free jazz y la improvisación. Por supuesto, más cerca de otros guitarristas. “La última vez que estuve con Fripp me pasó el dato del luthier que usa Robert Plant en Estados Unidos, que es un maestro en puentes, y yo siempre tengo problemas con el puente de mis guitarras”, cuenta. Problemas sí, pero nada de mañas ni fetiches: “Tengo una correa que me gusta mucho, esa roja, que era de María Gabriela (Epumer, de cuya banda fue parte). Y esa otra, que la tengo desde los 12 años y se la pasa guardada en un cajón, pero cuando no tengo otra la desempolvo. Pero mañas, ninguna”. La red social de los guitarristas comparte muchos links. “De lo que podés hablar es de eso: de correas, de cuerdas, de luthiers. No hablás mucho de fútbol o de salir, charlás de eso o de la familia”, rompe la burbuja. Dice que la mejor Telecaster que usó no era Fender sino G&L, la marca que Leo Fender abrió luego de que la histórica luthería de guitarras fuera vendida a CBS en 1965, en un proceso de industrialización veloz que le quitó buena parte de su calidad original.
No usa marcas, salvo de instrumentos. “Hay cosas en las que Fender es insuperable, o una marca de cuerdas, o una de amplificadores. Y tampoco creo que Kabusacki sea una marca de calidad. De lo que sí puedo ser una marca para los que me escuchan es de una música genuina y bien curada, donde lo que está ahí es porque está bueno de verdad. Soy como los chefs que ven una hojita de rúcula que no los convence y la sacan sin dudarlo.” Es, en cierto sentido, un músico gourmet, a la manera de sus admirados Ian Dury o Bryan Ferry: “Los Beatles estuvieron buenísimos, pero para mí hay una parte de los ’70 que fue igual de genial: Talking Heads, Television, Brian Eno o Laurie Anderson. Toda una movida artísticamente muy grossa que quedó fuera de los carteles grandes de la historia del rock”.
Igual entendió, gracias a los viajes y las lecturas, que la historia oficial no siempre es la correcta. “Basta fijarse en lo que los estadounidenses nos hicieron creer sobre los japoneses y los rusos. En las películas de Estados Unidos, los japoneses parecen unos aparatos y en verdad son tipos súper cool, macanudos, elegantes y que tienen mucha onda. Lo mismo en Rusia: te imaginás a uno con un coso en la cabeza, pero cuando estuve en Moscú no podía creer la onda que había y los músicos increíbles del under ruso. En Portugal también hay una movida increíble, no es el Portugal del fado. Todos los países tienen esa imagen mundial que no representa la realidad, o que quedó vieja. La Argentina no es Caminito ni es tango, para mí lo más rico es el folklore de Sixto Palavecino, de Atahualpa, esas cosas súper jugosas.”
En su ida y vuelta constante, Kabusacki sigue encontrando al volver “una movida que también es muy rica artísticamente y que no tiene nada que ver con el mundo del rock mainstream, que muy cada tanto saca algo interesante, y que es el under, todo un circuito muy notable”. Como en todo el mundo, infiere Kabusacki, lo que sucede en la Argentina es que el mainstream del rock, con su look y sus marcas, es algo totalmente paralelo para otro mundo desconocido, explica. “Al rock y al punk, como palabras, ya les desconfío. El under no tiene esas etiquetas y funciona de otra forma. Flopa (Lestani) me decía que ella no manda discos a la prensa porque no le hace falta, funciona a través de Internet y el boca en boca. Es un circuito muy rico de gente joven que tiene modos mucho más libres de hacer sus cosas, más que los que somos más grandes y estamos más formateados. Y no me refiero a nuestros abuelos sino a tipos de 40 años. Tengo la suerte de viajar seguido y veo que cada vez que viajo lo que pasa con los jóvenes en el mundo me sorprende más. Tienen otra capacidad de respeto, son más tolerantes. O estarán menos cansados.”
Kabusacki no está para nada de acuerdo con que tener un disco sea lo mismo que bajárselo, y aclara que no es sólo por la economía del artista. “El disco tiene una energía que es importante cuando escuchás música”, marca y se entrega a una reflexión sobre la industria: “El principal problema de la industria musical, para mí, es la falta de honestidad. La peor piratería es la industrial, la del ejecutivo que se queda con la plata del artista, siendo pirata también con el público, estafándolo con cosas irrelevantes. Claro que no me cae simpático que alguien que puede pagar por el disco 25 pesos se lo baje, es el valor de una cerveza y hay un montón de gente que gasta mucha plata en jeans todos los meses. Los invito a comprar un jean menos y aportar a la cultura, comprar libros, discos. Después, si el artista quiere regalar su disco, está bien, pero que venga Sony o Ford y que te venda una camioneta con la música de Kabusacki precargada no me agrada... No creo que la piratería sea el problema, la industria discográfica se hundió sola”.
No toda, aclara, sino la del mainstream. Existieron y aún están esos sellos guía, esos faros pequeño-empresariales que de verdad apuestan por cosas de intereses. Menciona a Harmonia Mundi, a Matador. “Es importante la existencia de algunos sellos que sacan discos muy interesantes de world music o que son guías, está buena la existencia del sello como un respaldo, como algo que homologa algunos discos.” Igual, tampoco le cierra mucho la idea del CD y no por la cuestión de la fidelidad ni nada por el estilo: “Cuando se pasó del disco de vinilo al CD se decía que iba a ser buenísimo, casi una revolución, porque se iban a escuchar cosas que antes no y qué sé yo. Con ese verso pusieron todo más caro y le cobraron el doble a la gente por los discos que reeditaron y por los nuevos, porque el costo del CD es menor al de editar en vinilo. Evidentemente ahí pasó algo, y la ganancia sobrante y las regalías de las reediciones se la quedaron tipos que no las reinvirtieron”.
En lo particular, Kabusacki arma sus discos de manera azarosa, sin ideas previas. Simplemente va registrando lo que ocurre, invitando gente a la que no le indica qué tocar y desistiendo de convocar a productores. “No porque no respete el trabajo de muchos sino porque lo mío es espontáneo y está jugado, no debe ser ordenado por un productor. Y la escucha de los discos hoy es así. Difícilmente alguien se tire en el sillón a escucharlo completo, lo van a escuchar de manera azarosa porque le tocan el timbre, le suena el teléfono o se va a servir algo para tomar.”
Además, Kabusacki es parte a veces accidental y en otras incidental de otro arte: el cine. Compone música para dibujos animados, cine y teatro, y desde hace veinte años dirige y coordina La National Film Chamber Orchestra, con la cual musicaliza en vivo películas mudas, habitualmente en el Malba y en el programa Filmoteca de la Televisión Pública. “Hay muy buena música en cine actualmente. Sin ir más lejos, Trent Reznor acaba de ganar el Globo de Oro por la música de La red social y es impecable, ni siquiera te das cuenta de que está hecha por el tipo de Nine Inch Nails, es muy versátil. Cuando se premia a alguien así, me alegro, porque siento que ganaron los buenos. Me pasó por primera vez cuando ‘John, I’m Only Dancing’ de Bowie llegó al número uno.” A Kabusacki lo pondría contento ganar un reconocimiento del mundo del cine, siempre y cuando sea por una música que esté buena y sea genuina, y no como resultado de una banda de sonido que intentó el premio y no la funcionalidad a la historia.
Le encanta Johnny Cash, pero también goza con algunos exponentes de la cumbia santafesina. Coincide en que los guitarristas de Los Del Fuego son buenísimos y que las orquestas de cumbia colombiana y peruana de antaño son impresionantes. Lo hacen mover tanto como los Bee Gees, ABBA y el Chic de Neil Rodgers. “Me fascina Chic con ese súper funk, pero por otro lado no me gusta que haya quedado representando a todo un mundo de glamour tonto y de merca.” Cree que la de The Clash debe ser una de las mejores músicas del mundo, que aunque a Phillip Glass no lo quieran en el ambiente clásico es autor de un pop de los más sofisticado que ha visto, y que Skay Beilinson y Luis Alberto Spinetta tienen una libertad de vida y de obra admirable. Se cruzó con Cerati en un disco de Samalea y siente que es uno de los violeros y cantantes más in-creíbles de la historia, a la par de John Lennon, Roger Waters o Lou Reed. Y lo dice en serio. “Es uno de los pocos que entendió todo: el concepto del disco, del show, de la gira, del vestuario, del videoclip, además de ser un cantante y guitarrista sin techo. Me hubiera gustado grabar algo con él.”
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