Martes, 15 de febrero de 2011 | Hoy
MUSICA › COSQUíN ROCK CERRó CON ANDRéS CIRO Y LOS PERSAS
El ex líder de Los Piojos incitó a la mayoría de los 20 mil asistentes a una celebración de banderas y géneros, con más blues que candombe. En el escenario temático, Almafuerte ratificó el idilio con sus fieles. Pero en el festival, en general, no sobraron las nuevas ideas.
Por Luis Paz
Aquello que pasó del sentarse a una mesa de madera en algún bar a mirar parado y cerca del escenario, luego a saltar, a abalanzarse sobre otros, a surfear sobre las cabezas y a lanzarse del escenario se ha estancado. Hace años que no aparece un movimiento nuevo en el público y, pese al esfuerzo (bastante medido) de los artistas argentinos por llevar a un nuevo paso al rock argentino y, por trasmisión, a los rocks de la región, la música mainstream de producción nacional también está frenada. Cosquín Rock, el fundamental encuentro de la música federal que cerró el domingo con Andrés Ciro y Los Persas en el escenario principal y con el Almafuerte del nuevo mediático Ricardo Iorio en el temático dedicado al heavy, tuvo en su decimoprimera edición varios botones de muestra de aquello. El ex Los Piojos incitó a la mayoría de los 20 mil asistentes a una celebración de banderas, géneros (con más blues que candombe) e influencias, mientras que el ex V8 directamente liberó los cuerpos y las mentes de una minoría bien militante en un show implacable con una banda con pirotecnia. Pero todo se desarrolló dentro de los mismos cánones que hace una década.
Lo de Kapanga, en el clímax de una tarde parcialmente nublada, fue certero más que otra cosa: con su habitual megamix en plan ska-punk bizarro generaron un movimiento continuo de rotación y traslación en las juventudes inquietas, como unos Decadentes del nuevo milenio con alma de DJ de rock clásico. Pero un rato antes, Los Gardelitos también habían cautivado con canciones simples, sin berretines de nada, pero directas al corazón de la vida en los barrios, con esa mezcla de tallarines de domingo, metegol y nono escuchando tango en la vereda.
Casi como esos abuelos dueños de la vida más pacífica (la de las tardes en musculosa bajo un árbol de paraíso), hubo muchos que en el transcurso de la jornada se echaron un rato al sol, prestamista de energías hasta que se pudiera dormir. Otros se animaron a la cama elástica. O a las competencias de ingesta de fernet con cola. O las hamburguesas. Hasta que entre los heavies Horcas y los uruguayos No Te Va Gustar se repartieron la atención, como sistemáticamente ocurrió durante el festival: el modelo de escenarios paralelos aligeró el trámite, pero además permitió tanto el zapping (eso sí, la caminata era de unos quinientos metros) como la permanencia estoica, esa vieja idea de “luchar por el metal”.
No Te Va Gustar arrancó liviano pero terminó descocando al público, que largó al aire banderas argentinas, uruguayas, coscoínas, bonaerenses y que contaban las bondades de su barrio o del equipo del que son hinchas. Pocos sabían a esa altura que Boca había perdido 4 a 1, pero tampoco interesaba: el microclima del festival es mucho más amplio que un menú de bandas en vivo, y a cada rato muchos se iban de un escenario para ver la película Pájaros volando, echarse una siestita o pasar por el hangar “Para todos”, que las bandas cordobesas autogestionaron.
La cosa se mantuvo bastante variable hasta un poco después de la cena, cuando Las Pastillas del Abuelo y Logos cerraban sus shows para dar paso al doble cierre del Cosquín Rock 2011. Lo de Las Pastillas estuvo bien, aunque por momentos su show se aplane. Piti Fernández, el cantante, con esa mezcla de Sabina, Zitarrosa y sus arranques en rima, podrá no tener una voz privilegiada, pero es emotivo y, al igual que el resto de la banda, da la sensación de que se esfuerza por mejorar (él, en lo particular, intentando cantar y escribir mejor, aunque a veces caiga en un reduccionismo a la Coelho), algo poco presente en los cuatro escenarios de las tres lunas rockeras de Cosquín, que siempre son una buena postal del estado del rock argentino en lo general.
Con las 20 mil que estaban allí para cuando Ciro y Los Persas y Almafuerte salieron a escena, fueron 75 mil las personas que asistieron a este festival. Unas catorce mil estaban de cara al escenario principal, desde donde Ciro y Los Persas intentaron frente a un público de festival despegarse de lo piojoso, con algún resultado más logrado que otro. Por su corto camino, la banda no puede prescindir en vivo de aquellos temas aún, pero el contrapunto estético y en la recepción entre los temas de Los Piojos y de Los Persas se siente. Al “compañero que fue Tavo” le dedicó Andrés Ciro “Todo pasa”, y con el bajista piojoso Micky Rodríguez compartió varias piezas. Las banderas, allí presentes y más coloridas que los cambios de vestuario o los solos, piezas a menudo prescindibles en los recitales de rock.
“Supongo que nadie lo habrá bajado de Internet”, dijo Ciro, por el disco Espejos, único de esta nueva banda, antes de sumarse a las menciones expresamente políticas de otros músicos (Manuel Moretti de Estelares, Walas de Massacre): “Celebremos la unión, de una vez por todas, de toda América latina. Hubo tiempos difíciles con Menem. Y bueno, con Alfonsín, que mucho no pudo hacer, pero ahora tenemos la posibilidad de que el cambio se profundice y todos debemos tomar la responsabilidad para que así sea”, sumó el cantante a las solicitadas rockeras.
En el escenario temático, el Almafuerte de Ricardo Iorio directamente eyectó el fervor patriótico y la fraternidad humana, pero entre una logia de humanos que no se correspondan con “El hombre peste”, contra el que combatieron con canciones. De amor, en ocasiones, más allá de que por lo común se vea a Iorio y se piense en una suerte de nigromante. Nada de orcos, los seguidores de Almafuerte son fervientes creyentes de una raza más digna. Algo complicado que, en ocasiones, deviene en fascismos; pero al fin un péndulo que también puede acercarse a la búsqueda de lograr una forma de existir más interesante y pura. Algo que, en última instancia, no vino para nada mal expresar en un ambiente general que se ha estancado también.
Porque otra de las cosas que se vieron en Cosquín fue que, en líneas generales, la mercadotecnia del rock crece en propensión geométrica mientras las prácticas y los discursos del rock lo hacen en propensión aritmética. O en castellano: el armado detrás de la música se ha venido renovando más que la música y las prácticas de resistencia desde ella, sea la falta de variables para interactuar durante un show, la ensalada de ritmos en que se basa el rock mainstream y el perfil cada vez más abierto y desconcentrado de la música. Y esa meseta es un lujo que va más allá de la copa de bebida gratis, y que el rock no se puede permitir.
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