MUSICA › BOCóN FRASCINO, EL GUITARRISTA QUE NO QUERíA TOCAR MáS EL BAJO
En 1968 Pappo lo llamó para tocar el bajo en Engranaje. Volvió a ser convocado como bajista en Pescado Rabioso. Pero él dice que siempre fue guitarrista. Ahora con su CD Darwin se sacó las ganas.
› Por Cristian Vitale
“Yo soy rockero y hago rock and roll.” Bocón Frascino se planta acá y no se mueve. Ya lo era cuando el rock argentino ocurría como expresión marginal. En 1968, cuando Pappo, a medio camino entre los Abuelos de la Nada y Los Gatos, lo convocó para tocar el bajo en Engranaje (ambos, más Tito Milanesa y Horacio “Droopy” Gianello) y lo sigue siendo, no a los 18 años sino a los 60, a través de la cabal muestra de identidad que implica Darwin, su flamante disco con el grupo que Pappo abandonó cuando disparó tras una Gibson. “Nebbia le ofreció una Gibson negra y un equipo Fender y el tipo piró a Los Gatos... lógico, ¡nadie tenía un equipo así en esos tiempos!”, evoca el guitarrista que trascendió en el under de la historia como bajista. “No sé qué onda, pero en esa época no había bajistas, loco. Yo quería tocar la viola y me daban un bajo”, se ríe. Así fue en Desatormentándonos, el seminal disco debut de Pescado Rabioso (1972) cuando ensambló la base de ese sonido histriónico, bien zarpado en decibeles, junto a Black Amaya, y así fue cada vez que Bocón (Osvaldo de nombre) necesitó trabajar. “Pero yo siempre fui guitarrista, punto.”
–Y Darwin fue la gran revancha. Tardó pero llegó...
–Después de un largo laburo, sí. La banda siempre funcionó con cortocicuitos hasta que en 1998 decidí encarar un proyecto serio. Trabajamos mucho con Eduardo Frezza (ex bajista y cantante de El Reloj), pero después él se fue y quedó el trío que somos hoy: Daniel Molinari en batería, Adrián Domanski en bajo, y yo en guitarra y voz.
Darwin, cuyo dibujo de tapa –una especie de hombre mono encadenado entre las manos– salió del pincel inobjetable de Rocambole, es un fresco vital de rock primitivo con sonido claro y actual. Doce piezas dominadas por poderosos riffs a lo Zeppelin, y una base que le tiende un puente sin peajes a la médula espinal del género, a otra Era. “Yo digo que estamos conservando la especie rock, porque pienso que hoy hay mucha música que pasa por rock and roll y no lo es. Me parece que el auténtico es el que se hizo en nuestra época porque después, en la medida en que se fue integrando al sistema, perdió su esencia. Sí, hay grupos como AC/DC que suenan de la puta madre, pero están arriba, llegaron... el resto no puede pasar las barreras que pone el mercado”, argumenta Bocón, escéptico.
–Si lo que pasa como rock no lo es, ¿cómo lo definiría?
–Derivaciones. No sé, como Cristo que predicó una cosa y sus discípulos terminaron diciendo otra. O la Revolución Cubana. Es cierto que los Doors, Hendrix o Purple incluían elementos musicales distintos en el género, pero no tocaban su esencia... ellos eran parte del verdadero espíritu del rock and roll.
–¿Por qué Darwin?... Es paradójico porque él hablaba de la evolución de las especies, no de la “conservación”...
–¡Ja!, claro. Pasó que justo cuando estaba pensando qué nombre ponerle al disco crucé la calle que lleva su nombre y dije “mirá qué copado para ponerle así al disco”. Además, el científico fue un capo... es como mi homenaje a un genio.
–Y como la concreción de un viejo sueño, porque no sólo compuso todos los temas sino que también los canta y los toca en guitarra cuando, dicho está, siempre que la quería tocar le daban un bajo.
–Y sí. Noel Redding tenía el mismo problema con Hendrix (risas) y al final se terminó yendo por ese motivo. Se enojaban mucho, discutían.
Bocón, el Redding de esta historia, también se terminó yendo de Pescado Rabioso por un motivo similar. Como destellos brillantes de su paso por una de las bandas que marcó a fuego el rock argentino de los setenta quedaron los solos de guitarra en “Me gusta ese tajo” y “Dulce tres nocturno”, dos temas en las antípodas y la base ultrasólida junto a Black Amaya que le dejó el vuelo servido a Spinetta para el resto de los temas: “Serpiente”, “Blues de Cris”, “El monstruo de la laguna” y “El jardinero”. “Yo no estaba muy convencido de entrar como bajista, pero mi amigo Black, que había tocado conmigo en la segunda formación de Engranaje (la que teloneó a la banda inglesa The Foundations en La Rural) me convenció y bueno, me mandé.”
–No fue por pedido de Spinetta, entonces...
–No. Yo al Flaco lo conocía de zapar juntos en la casa de Pappo, y también de la Cueva de Billy Bond, la del sótano de Pueyrredón, porque a la otra no llegué a ir, pero entré a Pescado por Black.
Y se fue por decisión propia, antes de que la banda empezara a grabar el mítico doble e ingresaran David Lebón –en su lugar– y Carlos Cutaia. “Yo no me quería pegar al bajo porque vivía traumatizado y entonces me separé. Decidí hacer la mía con la viola porque, dada la onda que teníamos con Pescado, no daba para quedarse por un interés económico. La lógica es que cualquiera hubiera seguido, pero yo hice ésa porque la viola no se puede olvidar... es como una mujer que no da para traicionar”, compara. El paso posterior de Frascino fue Sacramento, junto a Ciro Fogliatta, Roberto López, Alfredo Toth y Ricardo Jelice, y un disco –el segundo de la banda– que nunca llegó a salir. “Lo grabamos, pero justo nos agarró el quiebre de RCA Victor y ni siquiera pudimos mezclarlo...; el disco quedó inédito y es una pena, porque estaba buenísimo.”
La reaparición de Frascino, luego de un largo naufragio por los mares-bares del rock antro, fue nada menos que el 4 de diciembre de 2009, el día de la spinetteada total en Vélez, como invitado en los solos de guitarra de “Me gusta ese tajo”. “Cuando me enteré de la movida le hablé al Flaco y me dijo: ‘tengo casi todo armado, pero te tiro una buena: tocás los dos solos de ‘Me gusta ese tajo’, porque sé que no tocás más el bajo’. Fue bueno, porque se ve que la gente estaba esperando un rock and roll, y ahí entré yo, bien eléctrico”, se ríe.
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