Viernes, 18 de febrero de 2011 | Hoy
MUSICA › MAVI DIAZ PRESENTA SONQOY, ACOMPAÑADA POR LAS FOLKIES
La ex Viuda e Hijas de Roque Enroll grabó un disco con mayoría de canciones propias en el que hay huayno, gato, chacarera, zamba, taquirari, chamamé y escondido, pasados por el tamiz de una voz pop. “Mi aporte extrafolklórico pasa por mi forma de cantar”, explica.
Por Cristian Vitale
Mavi Díaz no puede escapar a la dinámica nómade que signó su vida. Ahora, por azar y estación, vive en un departamento de Once, con la cama pegada a las hornallas, pileta y balcón a la calle. Las paredes son blancas y una bandera lila contrasta en colores: dice “Músicos con Cristina”. “También vivo en uno de invierno, en otro lado”, comenta al pasar. No debe costarle demasiado el movimiento a esta cantante y compositora que pasó veinte años fuera del país, entre Londres, las Islas Canarias y Madrid, y que, criada en Buenos Aires, jamás dejó de besarles la boca a los montes de Santiago del Estero –terruño de su padre Hugo– cada julio durante muchos años. “Amo al Gordo Abalos, a los Carabajal y a los Farías Gómez... tanto como los cines, Cortázar, Hermann Hesse y el jazz. Yo soy todo eso”, redondea en un mediodía de calor descomunal. Díaz, por lógica de dinámica, es todo eso más el pop de las Viudas e Hijas de Roque Enroll, la impronta de sus genes, el primer simple que le regaló su padre (“Doña Laura”, de Manal) y las boquitas pintadas de un tiempo algo impreciso.
No podría explicarse bajo otras coordenadas el disco que acaba de editar y que presentará esta noche en la Casa del Bicentenario (Riobamba 985). Se llama Sonqoy (Mi corazón, en quichua), sus acompañantes (Silvana Albano, Pampi Torre y Martina Ulrich) se hacen llamar Las Folkies y las trece piezas, en su mayoría compuestas por Díaz, implican un mosaico de estilos folklóricos (huayno, gato, chacarera, zamba, taquirari, chamamé, escondido), pasados por el tamiz de una voz pop, un glam de escena que la ex Viudas no dejó en los ’80, y arreglos que en ningún momento le faltan el respeto al barro de la tradición. “Somos como modernas de los ’70, tenemos el espíritu del folklore de esa época, cuando mi viejo se juntaba con otros salían cosas y no ensayaban, porque ensayar era de maricones (risas). Para mí, la modernidad terminó ahí”, sentencia. Y sigue: “Fue un boom conocer a las chicas porque me resultaba complicado juntar a mis músicos anteriores por razones de fechas y esas cosas. Además, lo primero que armé cuando volví al país fue un repertorio de otros para hacer versiones y, cuando las conocí a ellas, me salieron ocho temas en dos semanas... Increíble”. El primero fue “Zamba mía”, una música de su padre grabada a fines de los ’60, a la que Mavi agregó versos pensando en lo que hubiese pensado él. “Le puse una letra imaginando que la escribía él. La canción es del momento en que se separó de mi vieja, que fue una época de bohemia a full, porque se había ido a vivir a un hotel y nos lo pasábamos yendo al cine, leyendo a Hesse, a Roberto Arlt... El me regaló El juguete rabioso.”
–Una zamba urbana: “Se enciende la ciudad, su pálida luz me abraza y me abriga...”
–Totalmente. Después, hablando de gran urbe, me salió “La ahuyentadora”, cruzando una calle en París. Veníamos de grabar con Daniel Melingo para una película y me vino toda la melo junta en una esquina.
–Bravo el tema: habla de un desamor bien pesado.
–Sonqoy es un disco que habla de los distintos estados del amor que uno atraviesa en la vida. “Si pudiera”, de cuando el amor está en su pico más alto y uno solo quiere que el tiempo se detenga; “Vestida con tus besos” es la explosión total de la pasión; “Cuchillos”, de cuando se pudre todo, y el “Gato de Estocolmo” gira en torno de lo que pasa cuando uno quiere escapar de un amor y, como no puede, termina enamorándose del carcelero (risas).
–¿Lo suyo es una conversión al folklore o una vuelta a las fuentes?
–Vuelta no, porque nunca toqué folklore de manera profesional, pero sí un retorno a mi vida familiar, a mi infancia, a lo que me nutrió como músico. Empecé cantando folklore en la peña infantil del palo borracho cuando tenía 8 años. Ya era fan de Marián Farías Gómez a full y escuchaba su primer disco solista, que es del ’69. Tocaba los arreglos de “La Pomeña” exactamente igual a los de ella y también le hacía canciones de amor a Sandro, que eran iguales a las de él, pero con letras mías.
–Entonces sí hay un retorno a las fuentes...
–En cierto sentido, sí, pero después me tocó generacionalmente otra época y nunca más volví a tocar folklore. Lo amé toda la vida, sí, y siempre le tuve mucho respeto. Incluso en 2004, cuando Alejandro Larrán, el director de A los Cuatro Vientos, me propuso cantar “Zamba del ángel”, le dije: “No, yo no canto folklore y menos ese tema, y menos aún en una película sobre mi viejo”. Me negué al principio por el respeto que le tengo al género, pero bueno, él después convocó a los estudios ION a todos los músicos que tocaban con mi padre (su tío Domingo Cura incluido) y terminé cantando tres temas. Vino todo el mundo a ese estudio: Vitillo Abalos, Zamba Quipildor, Kelo Palacios, y el productor me decía “esto es un Buena Vista de la música argentina, grabá un disco ya”. Por eso hice “Baile en el cielo”.
–Las Viudas, Los Twist, el pop de los ’80 y todo ese glam histriónico, ¿fue rebeldía, una postura contra los padres?
–Para nada... Yo no necesité ser rebelde, porque en mi casa no eran folkloristas: se escuchaba jazz, Beatles, rock, los crooners yanquis, música orquestal, de todo. De hecho, mi tío Domingo grabó en nuestros discos y venía a tocar con nosotras al Luna Park. Fue la época y también la suerte de integrar la primera banda de chicas que “triunfó”, digamos. Nos puso la vida en un lugar del que nosotras no éramos conscientes, recién lo vimos más tarde.
–Y una marca innegable, porque usted canta zambas, chacareras o huaynos con un registro que no es propio de esos géneros: es una voz pop.
–Mi aporte extrafolklórico pasa por mi forma de cantar, por los arreglos de voces, el sonido. Todo eso forma parte de mi background pop rock, pero la esencia, la tierra, el swing de las canciones, es de barro. No me quiero hacer la canchera, pero es cierto que tengo una manera de frasear y una gran escuela: mi vieja (Victoria Díaz), que no es tan conocida, tiene discos de los ’50 o los ’60 y me mata como frasea. Ella tampoco era una cantante con voz folklórica, parecía Doris Day, sin embargo tiene un swing de la hostia.
–Venir de una familia con una gran reputación en la historia de la música popular argentina puede ser pesado. ¿Cuál es su autonomía en este aspecto? ¿Dónde está su yo?
–Lo estoy haciendo, por ahora. Me pasa que toco, viene gente que jamás iría a un recital de folklore y dice: “No sabía que me gustaba esto”. Mucha gente piensa que el folklore es determinada cosa, solamente. Lo mío es una nueva manera de acercarme al género. Todavía no tengo mucha conciencia del lugar que ocupo, pero sí sé que quiero ser súper fiel a la tradición, a la estructura y a la instrumentación. No me gustan las guitarras eléctricas, no necesito rockear. Para rock, tengo al rock.
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