Lunes, 28 de marzo de 2011 | Hoy
MUSICA › RECITAL DE OZZY OSBOURNE EN GIMNASIA Y ESGRIMA DE BUENOS AIRES
Ante unos 15 mil fans, el ex Black Sabbath desplegó sus tics de eterno sobreviviente. No hubo sorpresas, pero tocó todos los clásicos.
Por Mario Yannoulas
El hombre de 62 años desfilaba empapado por el escenario, mientras el viento fresco de la noche otoñal circulaba entre los cuerpos. Con la apariencia de un monje loco, corría de un lado al otro de las tablas y acercaba la palma abierta de la mano a una de sus orejas, como queriendo escuchar más aliento. Si no se tratara de un eterno sobreviviente, sería para preocuparse. Pero Ozzy es así: transitaba el segundo tema de la noche (“Let me hear you scream”, único tema perteneciente a Scream, su último disco), y ya se había vaciado un balde de agua en la cabeza para mirar a su público con expresión border marca registrada.
Ozzy Osbourne es mucho más que un viejo loco. Además de mito viviente por su protagónico en la historia del rock (tanto con Black Sabbath como en su carrera solista), es un notable compositor de canciones. Por eso, si bien es cierto que el show del sábado en GEBA ante unas 15 mil personas no se caracterizó por tener demasiadas sorpresas, también lo es que tocó un temazo tras otro, piezas que no merecen ser olvidadas (seguramente no lo serán) y que vale la pena recordar cada tanto.
La tradicional “Carmina Burana” echó a correr cinco minutos antes de lo anunciado. Los músicos salieron a escena sin demasiado prólogo, y Ozzy hizo la esperada pregunta: “¿Se van a volver locos esta noche?”. Sonó “Bark at the moon” y la gente explotó. “¿Me extrañaron? Yo también...”, jugó, y dio paso a las inmortales “Mr. Crowley” y “I don’t know”, y empapó a la gente con una manguera de bombero. A esta altura, nadie le pide a Ozzy que afine: no es ahí donde el carismático cantante marca la diferencia. Sin embargo, aunque con oscilaciones, mantuvo con dignidad la línea hasta el momento de los bises, cuando prácticamente se quedó sin voz y cantó más desde el corazón que desde la garganta.
Más que sorpresas, que hace rato que no abundan en la música de Ozzy, lo que había eran ciertos interrogantes acerca de la banda con la que retornaba al país, tras su última visita en 2008. Ozzy volvía sin la última gran columna vertebral de su sonido, que durante años habían sido el guitarrista Zakk Wylde, a quien amablemente despidió en busca de otros estilos y, en menor medida, el baterista Mike Bordin, que abandonó el barco para volver con Faith No More. Ozzy regresaba con su nueva columna: Gus G en guitarra y Tommy Cufletos en batería se sumaban a Blasko en bajo (ex Rob Zombie, igual que el baterista) y Adam Wakeman en teclados, más un guitarrista invitado en algunos temas. La banda respondió bien, a pesar de que por momentos la falta de decibeles atentara contra su tarea, y de que no generan en el público la misma empatía que sus antecesores. Gus G fue, a lo largo de todo el set, bastante respetuoso del estilo y los arreglos de Wylde, incluso durante el solo de guitarra, donde varió para incluir un fragmento de “Libertango”, de Piazzolla.
El quinto tema de la lista y el primero correspondiente a Black Sabbath, “Fairies wear boots”, sí sorprendió gratamente: el sonido se acomodó mejor, y los músicos mostraron destreza. Después siguieron “Suicide solution”, “Road to nowhere”, un nuevo recuerdo para Sabbath con “War pigs”, y la presentación de la banda antes de “Shot in the dark”, un reflotado clásico de los ‘80 que precedió a la sección de solos, que tuvo a “Rat salad”, también de Black Sabbath, como leitmotiv.
Ya promediando el show estaba claro que no se saldría demasiado del manual. Sería un nuevo repaso de sus canciones más conocidas (al igual que en 2008 faltó “No more tears”). El cantante se movía de un lado al otro, jugaba con el agua, pedía más aliento, más locura, y eso era todo: puede ser mucho o poco, depende de cómo se lo mire.
El tramo final estuvo marcado por “Iron Man” y “Crazy train”, coronado por una formación del Mitre que pasó por detrás del escenario justo en el clímax. Los bises, ya con las cuerdas vocales de Ozzy pidiendo el cambio, fueron “Mama I’m coming home” y “Paranoid”, cuyos últimos acordes dieron lugar a un “Gracias” y la música del final, una pieza de Scream llamada “I love you all”, basada en el latiguillo característico del cantante para decirle a su público cuánto lo quiere. Porque Ozzy sabe que a esta altura lo que lo une con su gente es un interminable afecto.
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