Jueves, 26 de mayo de 2011 | Hoy
MUSICA › SE REALIZó LA TERCERA EDICIóN DEL FESTIVAL JAZZ AL FIN EN USHUAIA
El encuentro, que lleva ya tres años, definió su perfil a través de una programación en la que se destacaron Roxana Amed junto a Adrián Iaies, Carmen Baliero en un notable trabajo sobre Violeta Parra, Sophie Lüssi y los hermanos Archetti.
Por Diego Fischerman
Desde Ushuaia
“Una vez que me asediaste/ Dos juramentos me hiciste/ Tres lagrimones vertiste/ Cuatro gemidos sacaste/ Cinco minutos dudaste/ Seis más porque no te vi/ Siete pedazos de mí/ Ocho razones me aquejan/ Nueve mentiras me alejan/ Diez que en tu boca sentí.” Ese es el principio, las diez primeras de las trescientas décimas que Violeta Parra escribió, a pedido de su hermano Nicanor, en seis horas, poco antes de suicidarse. Ese es el comienzo de “Las centésimas del alma”, un viaje infinito, lleno de recovecos, de humor, de dramatismo, de resplandores y oscuridades, que Carmen Baliero, jugando entre la cueca y una suerte de minimalismo maximalista, musicalizó hasta el final y con el que deslumbró al público del Festival Internacional Jazz al Fin, en la ciudad de Ushuaia.
El arte de Baliero es, entre otras cosas, el de generar densidades extremas por deslizamiento, sin que se note; el de desplazar formas y rituales conocidos hacia lugares absolutamente inexplorados y hacerlo de tal manera que el oyente se de cuenta recién cuando ha llegado allí. Con simpatía y desparpajo, su presentación comenzó con una especie de sit-down show, junto al piano y hablando del sweater que se había puesto para actuar y acabó con un bis y una de las frases del universo amoroso más perfectas que se hayan cantado jamás (“te mataría sin sufrir y sin testigos si no supiera que es un acto irrevocable”). En el medio, las trescientas décimas y los seiscientos versos de Violeta Parra, con un sutil trabajo de ostinatos y repeticiones de secuencias entendidas como leit motiv, asimetrías imperceptibles para acomodarse a las trampas del texto (donde a veces falta y a veces sobra una sílaba), y los juegos rítmicos de hipnótica riqueza habían sido lo más parecido a una extraña ceremonia de iniciación poética y musical donde esas dos caras de la canción nunca parecieron estar más cerca entre sí, como si una no fuera más que la continuidad natural de la otra y como si no se tratara de la poesía de una mujer musicalizada, mucho después, por el talento de otra.
Haber programado a Baliero en un festival de jazz que, además, tomó para su edición de este año –la tercera consecutiva– el eje temático de “la mujer en cuerpo y voz”, es, en ese sentido, un acto de convicción estética. No era la inclusión más obvia y, por lo mismo, resulta la más destacable. En un carril más previsible –pero no menos interesante– el festival había cerrado su primera noche con la notable actuación de Roxana Amed y Adrián Iaies, precedida por la apertura de una saxofonista bahiense (Diana García del Cerro) y por el virtuoso swing de la violinista suiza Sophie Lüssi, que homenajeó luminosamente a Stéphane Grappelli y al repertorio del Quinteto del Hot Club de Francia, junto a las guitarras de Ramiro Penovi y Adrián de Felippo.
Si en ese trío fue notable el concepto de revisita a un mundo estético cristalizado, en el dúo de Iaies y Amed prima la idea de relectura o, más bien, de apropiación. Monk (fantástica “Pannonica”), el Cuchi Leguizamón (una exquisita “Zamba del laurel”) o Charly García (“Rasguña las piedras”) pasan a formar parte de un mundo en que cada tema, cada gesto, cada inflexión, se deconstruye para aparecer después transformada, reiluminada, mirada desde nunca antes se había visto. El pianista edifica, en estas cuidadosas construcciones a dúo –mucho más que acompañamientos–, un ascetismo visceral. Cede toda pretensión de lucimiento espectacular para ceñirse al papel de un orfebre tan exacto como sensible en su afán de bordear, señalar, difuminar y colorear el preciso cosmos expresivo de cada canción. Amed, con una voz que puede ir con facilidad de la explosión al susurro, recrea también, cada vez, esas pequeñas obras maestras provenientes de las tradiciones musicales más diversas. Las calles cubiertas de hielo, en esta ciudad que coquetea –y comercia– con el fin del mundo, y el inusual cielo azul reflejado en el quieto mar de la bahía fueron el marco, también, de la presentación del dúo de la cantante y tecladista Ana Archetti quien, junto a su hermano, el bajista Marcos, y, como invitado, Rubén Nievas, un muy buen músico fueguino, fue de una canción mexicana recopilada por Lila Downs y de temas originales a una bellísima versión de “Nostalgia santiagueña”. Un tema de Hermeto Pascoal explicitó, en todo caso, el espíritu creativo del brasileño que, en rigor, había estado presente en todo momento. Ayer, ya en el cierre de este encuentro que en cada una de sus encarnaciones anuales se ha ido superando a sí mismo y ha logrado definir un perfil cada vez más nítido, se presentaban las brasileñas Fernanda Cunha y Camila Dias y las uruguayas Lea Ben Sasson y Ana Prada.
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