MUSICA › LA CELLISTA SUECA BEATA SöDERBERG Y SU PASIóN POR EL TANGO
› Por Diego Fischerman
Como sucede con muchos comienzos –y con muchos amores–, Beata Söderberg no recuerda exactamente cómo fue. Cellista nacida en Suecia, sí sabe, o cree saber, que la primera vez que escuchó un tango, o que un tango le llamó verdaderamente la atención, fue en Nueva York. Y que, en algún momento, comprendió que se había enamorado de esa música tan lejana. Con dos discos recientes editados por Aqua, Beatas Aires y Tangos románticos para bailar, ahora conoce muchas más cosas que antes; toca con músicos argentinos, comprende un país y una ciudad a los que primero había imaginado (“y, curiosamente, bastante parecidos a cómo son”, dice a Página/12) y entiende de estilos y vocabularios. Sabe que una frase como “amo el tango” puede querer decir cosas muy distintas (Varela o Maderna, sin ir más lejos), según quién la diga. Y, aun así, la dice.
Empezó a ir a milongas mientras estaba en Nueva York, estudiando en la Escuela de Música de Manhattan. Y fue por esa época que empezó no sólo a tocar sino a componer tangos. “Mis amigos argentinos me enseñaron mucho”, comenta. “Al principio era más una cuestión sentimental, me parecía que lo que quería decir musicalmente era un tango y listo, no lo pensaba demasiado; después empecé a tener en cuenta cuestiones de estilo, de fraseo. No es que lo sentimental haya desaparecido, eso siempre está en la base de lo que uno hace. Pero ahora se completa con un cierto conocimiento que me hace sentir más segura.” Los dos discos (a los que preceden Beatitudes, de 2004; BeSo, de 2006; y Bailata, de 2007, también grabados en Buenos Aires) fueron registrados casi al mismo tiempo, entre octubre de 2009 y enero de 2010. En uno, Tangos románticos, Söderberg toca junto a una pequeña orquesta con dos bandoneones, dos violines, piano, guitarra, contrabajo y percusión. En el otro, Beatas Aires, se trata de un grupo más camarístico, bautizado Justango: cello (obviamente), piano, bandoneón, contrabajo y percusión más algunos invitados: el trompetista Gustavo Bergalli y César Angeleri en guitarra. Y en ambos hay un coprotagonista casi excluyente: el pianista Cristian Zárate que, en el primero, realizó las orquestaciones y dirige al grupo, aunque en los dos funciona como un conductor musical. Pero hay algo más que une a estos proyectos y, a la vez, los distingue de la mayoría de lo que se hace en nombre del tango. No hay piezas clásicas, ni de las más transitadas, ni de las otras. Todos los temas están compuestos por la cellista.
“La diferencia entre tocar y componer es más una diferencia de grado que otra cosa”, explica. “Para mí, una cosa es consecuencia de la otra. Es como si las ganas de tocar me hubieran llevado, naturalmente, a crear mis propios tangos. Por supuesto, ni uno ni el otro serían posibles sin los músicos que tocan allí. Cristian Zárate, por supuesto, Pablo Agri, Horacio Romo, me enseñaron y me enseñan permanentemente.” Sobre sus últimos discos dice que “podría pensarse que son complementarios. O que muestran dos caras de una misma moneda. Uno es un disco de tango moderno, libre, donde me moví con entera libertad. Es una especie de retrato de Buenos Aires, desde mi mirada. Es decir desde la mirada de una extranjera que ama esta ciudad y su música, que la conoce y la quiere cada vez más y que disfruta muchísimo con cómo es la gente de aquí. El porteño es una mezcla muy rara y muy difícil de encontrar en otra parte. Melancolía, buen humor, reflexión, pasión. En el otro disco hay una búsqueda de un sonido más tradicional. Es, en algún sentido, un ejercicio de estilo. Pero ambos me representan absolutamente. Yo estoy presente en ambas caras de esa moneda. Son mis contradicciones. Tal vez por eso me gusten los porteños. Porque yo también soy un poco así: una cosa y, al lado, la contraria”.
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