MUSICA › CHUCHO VALDES PRESENTARA SU ALBUM CHUCHO’S STEPS EN LA ARGENTINA
El pianista cubano tocará junto a sus Afro Cuban Messengers el 16 en el Gran Rex, el 17 en Córdoba y el 19 en Rosario. Su álbum descarga energía virtuosa, ritmo, sabor y saber y ganó el Grammy como “Mejor disco de jazz latino”.
› Por Santiago Giordano
“Este es un trabajo muy experimental, se mueve entre las raíces afrocubanas y los elementos de jazz moderno”. Del otro lado del teléfono, Chucho Valdés se entusiasma hablando de Chucho’s Steps, su último disco, un álbum que descarga energía virtuosa, ritmo, sabor y saber. Es un trabajo elogiado por la crítica de distintas latitudes y reconocido con numerosos premios, entre ellos el más sonoro de la industria discográfica: el Grammy, en el rubro “Mejor disco de jazz latino”. Valdés estará el jueves 16 de junio en el Teatro Gran Rex para presentar Chucho’s Steps, junto a The Afro Cuban Messengers, un sexteto integrado por Carlos Manuel Miyares Hernández (saxo tenor), Reinaldo Melián Alvarez (trompeta), Lázaro Rivero Alarcón (contrabajo), Juan Carlos Rojas Castro (batería), Yaroldy Abreu Robles (percusión) y Dreiser Durruthy Bambolé (tambores batá y voz). El viernes 17, Valdés y su banda tocarán en el Teatro del Libertador de Córdoba y el domingo siguiente en el teatro Príncipe de Asturias del Centro Cultural Parque España de Rosario. “En este caso la experimentación tiene que ver con los patrones rítmicos, con el cambio de compás y de clave –continúa el pianista–. Tradicionalmente la música afrocubana es en compases regulares, pero en este trabajo insertamos compases irregulares, en cinco y en siete tiempos, para dar mayor interés rítmico y transformar el sentido de lo afrocubano. En este sonido son muy importantes los tambores batá, nuestra herencia africana.”
Desde New Conceptions, el disco del año 2002 en el que el pianista dialoga con contrabajo, batería y congas, Valdés no grababa con su grupo. “Durante estos años no quise grabar con el grupo hasta que no aparecieran claramente los resultados de esta experimentación rítmica, que es lo que logramos con Chucho’s Steps –dice–. Esta idea rítmica está muy bien concebida en temas como ‘Yansá’ y ‘Zawinul’s Mambo’, por ejemplo.” En el disco también están “Danzón”, un crisol de ritmos en el que el saxofonista Miyares Hernández despliega un trabajo memorable y Valdés regala uno de esos solos estrepitosos que son la marca de su estilo; “New Orleans”, un declarado homenaje a la familia Marsalis; y “Las dos caras”, una manera de explicar de cómo se puede transitar con la misma música las dos tradiciones del jazz: la moderna y la latina.
Más que componer ninguna clave rítmica en especial, los ruidos en la línea telefónica molestan. No obstante, la charla continúa. Valdés reconoce que más allá de colores locales y toma de posición respecto a las tradiciones, con sus Afro Cuban Messengers también rinde homenaje a The Jazz Messengers, el mítico quinteto con el que a comienzos de la década del ’50 el pianista Horace Silver y el baterista Art Blakley plantaron las bases del Hard Bop, además de inaugurar un laboratorio donde se forjaron varias generaciones del jazz, desde Clifford Brown, Lee Morgan y Freddie Hubbard hasta Wayne Shorter y Wynton Marsalis. “Claro que éste es un saludo a Art Blakey y a su historia”, asegura. “Sobre todo por el formato: una base rítmica sobre la que se desplegaban trompeta y saxo. Los Messengers me influyeron mucho en su momento y para mí es como devolver ese mensaje que alguna vez mandaron.”
–¿Cuál sería el núcleo de esta identidad musical en transformación que propone en Chucho’s Steps?
–Los tambores batá, sin duda. Creo que este disco significa un quiebre en la tradición del jazz afrocubano, a partir del juego de tambores batá que de Nigeria llegó a Cuba. Ese juego está compuesto por tres medidas y sonidos diferentes, y hacen falta tres músicos para lograr esa polirritmia increíble. En mi grupo los batá están en manos de una sola persona, que toca los tres al mismo tiempo. Ese es Dreiser Durruthy Bambolé, que además canta. Yo también estudié los tambores batá, para poder trasladar esa polirritmia al piano, de manera que esté la identidad afrocubana en mi música.
–Antes de formar Irakere, usted grabó el disco Jazz Batá, en el que usaba esos tambores...
–Claro, ése era un trío con piano, contrabajo y en lugar de batería estaban los tambores batá. Ese concepto se desarrolló después en Irakere, que además de los batá tenía batería y un set de percusión. Eso permitió un trabajo mucho más profundo en la fusión.
–¿Qué papel juega la improvisación en su música?
–Es fundamental. Si bien hay muchas cosas que están escritas, siempre hay un espacio para la imaginación repentina: ahí entra el fuego de la improvisación.
Dionisio de Jesús Valdés Rodríguez nació en 1941 en Quivicán, provincia de La Habana, Cuba. A los 3 años, mucho antes de tener conciencia del mundo, ya sabía que iba a ser pianista. A los 15 se sentó en el taburete que había ocupado su padre, el gran Bebo, en la Orquesta Sabor de Cuba. “Bebo había dejado el piano para dedicarse sólo a dirigir y me puso en su lugar –recuerda Chucho–. En tanto, también me enseñaba piano y orquestación para jazz band. Bebo fue la primera y la más grande escuela. Tuve esa inmensa suerte. Entonces, Sabor de Cuba estaba entre las orquestas importantes, que por esos años eran muchas, y Bebo era una de las figuras destacadas de la música cubana. Eran épocas de grandes desafíos, en la que actuaban músicos excepcionales. En ese ambiente aprendí muchas cosas de esta profesión. Una cosa era el conservatorio, que por supuesto hice, y otra la calle, la práctica en los escenarios.”
Después de Bebo, llegaron más influencias. “La lista es interminable, por suerte”, asegura Chucho, y comienza por los cubanos: “Ernesto Lecuona, Rodrigo González ‘Peluchín’, Lilí Martínez, Jesús López, Rubén González”, dice Valdés como quien repite la delantera del equipo querido. “Y entre los norteamericanos están Art Tatum, Bud Powell, Oscar Peterson, Bill Evans, Herbie Hancock, Chick Corea y Keith Jarrett”, completa.
–Lo impresionó algún pianista argentino?
–Salgán, Horacio Salgán...
Valdés acaba de terminar una gira europea en la que junto a la cantante Omara Portuondo presentó el disco Omara y Chucho. Dice que si bien en este momento le interesa más tocar con su banda que dar recitales de piano solo, acompañar cantantes es siempre un placer y aprovecha cada oportunidad que en este sentido se le presenta: “Me gusta acompañar cantantes. Cambia mucho la manera de tocar si está acompañando a un cantante y también cambia según el cantante. Es más difícil ser un buen acompañante que un buen solista, estoy seguro de eso. El solista toca lo que siente y es eso. En cambio, el acompañante debe escuchar y meterse en la piel del que está cantando, adaptarse a su mundo y hacerlo sentir cómodo. Acompañar a Pablo (Milanés) es una cosa y otra es acompañar a Silvio (Rodríguez); y ni hablemos de Omara (Portuondo) o Charles Aznavour, con quien hice un disco en 2006”.
–¿Qué le atrae del jazz actual?
–El jazz tuvo etapas más o menos ricas, momentos de expansión y momentos de contracción. En los ’40 salieron Dizzy (Gillespie) y Charlie Parker con el bebop y rompieron los esquemas. Esa fue una etapa tremenda, de gran creatividad. Después Miles Davis hizo otra cosa con el cool jazz, Art Blakey con el hard bop, Coltrane con el jazz modal, apareció Bill Evans... y así sucesivamente se anduvo con altas y bajas. En este momento hay muy buenos músicos, pianistas como Bad Mehldau, por ejemplo, que son de un grandísimo talento, y otros jóvenes que están en busca de su propio estilo. Pero me parece que nos hace falta una inyección. Nos hace falta un nuevo Miles, un nuevo Coltrane, un nuevo McCoy (Tyner)... O un nuevo Ellington. Estamos en una etapa de transición, esperando algo diferente.
–Hace unos días recibió, junto a su padre Bebo, el doctorado en la Berklee College Music. ¿Qué significa este reconocimiento a esta altura de su carrera?
–Para un jazzista, recibir el doctorado de la escuela de jazz más importante de Estados Unidos es recibir el máximo honor. Entre los doctores de esa escuela están Duke Ellington, Dizzy Gillespie, Herbie Hancock, Chick Corea, Miles Davis. Y ahora también Bebo. Para mí, estar en esa lista es un sueño cumplido.
–Recién decía que antes de tener conciencia del mundo ya estaba sentado en un piano. ¿Se imagina en otra profesión que no sea la de músico?
–Para nada. Estudié la carrera de magisterio y pedagogía, pero fue para darle el gusto a mi familia. Fuera del piano y la música, muy pocas cosas me interesan. No me interesa otro instrumento, tampoco; si me dijesen puedes ser músico pero tocando la trompeta o la guitarra, diría que me encanta oír esos aparatos, pero es en el piano donde está todo lo que yo siento.
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