MUSICA › EN LA SALAMANCA ROCK TOCARON CIRO Y LOS PERSAS, BABASóNICOS Y LAS PELOTAS
En la cancha del Club Sarmiento, de La Banda, Santiago del Estero, diez mil personas pasaron por las dos fechas del encuentro en el que, además de rock, también hay folklore, reggae y cumbia. El cierre estuvo a cargo del ex cantante de Los Piojos.
› Por Luis Paz
El rock ha quedado históricamente ligado a procesos de liberación, sino colectivos (que también), por lo menos individuales, con casos que aseguran que el rock, de algún modo, les cambió la vida, los salvó de algo o los instruyó en otra cosa. Con base en eso es que resulta notable que así como Córdoba, con su tradicional Cosquín Rock, desde el año pasado Santiago del Estero tenga su propio festival de música joven, con una presencia crucial del rock, pero también con destellos de re-ggae, cumbia y folklore, cada cual una música y una cultura que también viaja en tren de liberación. Pero en una segunda mirada, amplia sobre la cancha del Club Sarmiento, centenario orgullo de La Banda, la segunda edición del festival de La Salamanca Rock desnudó ciertos reparos. No deja de ser extraño que, para una provincia en la que el rock (de cualquier lado) ocurre tan poco, las casi 10 mil personas que participaron de sus dos fechas hayan permanecido ligeramente lejos de lo que se podía presuponer como un encuentro festivo en lo general, con excepciones particulares como Las Pelotas, Ciro y Los Persas, en términos de celebración popular, y de Babasónicos y Los Auténticos Decadentes, por una fórmula en la que se cruzaron su oficio, su cancionero popular (y nacional, volvió a quedar demostrado) y su capacidad explosiva.
El tenedor hinca el choripán, el choripán gotea, la gota toca las brasas, las brasas largan humo. La banda toca, la tocada se viste con luces, las luces atraviesan el humo. Una columna sale desde el fondo del predio, en el arco visitante. La otra, desde el escenario apostado en el área local. En el medio, unas cinco mil personas se reparten en el campo de juego con una formación insólita. La defensa de la valla ahí, apostada, arenga al 10 del equipo que toca ahora: Raly Barrionuevo. El joven folklorista local da un show notable y se entiende: rock & folk, un solo corazón. “Política hacemos todos al caminar”, asegura el músico santiagueño (que además menciona en sus canciones al Mocase, las Madres y hace una versión “Hasta siempre, Comandante”), y es una verdad que acompaña con su Telecaster. A dos horas de viaje en avión, los porteños terminan de definir su voto, pero la elección de los asistentes a La Salamanca Rock es menos amplia en espectro: pizzas, panchos, hamburguesas o choris con lechuga, tomate y mayonesa.
Los Cafres impactan contra la aridez del paisaje con un reggae frondoso de hits, más celebrables que cerebrales. Aunque más cansino y arrastrado que la chacarera, el reggae funciona en el predio como una llovizna de ésas que aquí no caen seguido: refresca, levanta vapor (u otras columnas de humo, no se divisa bien) y ofrece momentos de emoción para una juventud a la que mucho reggae tampoco le llega. En estos casos es claro que aquello de la globalización web sea una idea metropolicentrista: sin industria local, publicaciones, información ni curaduría y casi sin disquerías de música no folklórica, se refuerza aquella idea de la liberación inconclusa, del pogos interruptus.
El dije que cierra certeramente el círculo de la conexión entre bandas y gente, que no es wi-fi sino hi-fi (una conexión de alta fidelidad entre un público que aguardó tanto, tanto la llegada de estos artistas), es Babasónicos. A Luis Alberto Spinetta y Fito Páez, esa fidelidad hará que se los siga esperando, ya que por motivos de salud debieron bajarse del festival. Lo mismo para el Cuarteto de Nos, secuestrados en Aeroparque por cenizas bandidas y rurales. Pero durante el concierto de Babasónicos, no se los recuerda mucho: la banda da un show contundente que le vale el recuerdo como la mejor de la primera jornada. Hit tras hit (metiendo, incluso, “Egocripta” dentro de “Y qué?”), de esos que aquí también cantan todos, se desmorona ese revoque grueso de que son una banda “poco argentina”.
Las Pelotas cierra la primera jornada con buena dinámica y un buen show, que si no termina de explotar es, en parte, porque en este caso sí no son tanto una novedad absoluta. Suena hasta curioso, cuando podría ser al revés, pero así es como funciona. El ala más rockera del público, que abraza banderas y porta sus remeras, ha podido verlos de cerca en un par de provincias aledañas y el “aguante” del rock del país, en términos de movilizarse para “bancar al equipo”, aquí sí se justifica: en el viaje, en el apoyo y el aguante a la banda y no al propio público.
Pasada la medianoche, el feriado –en el que el lugar común de la siesta santiagueña se vuelve una realidad irrefutable– acaba y en la madrugada del domingo, a kilómetros de la veda alcohólica, el piberío se reparte por los boliches del centro de Santiago. En uno ocurre una fiesta post festival y actúa Néstor, imitador local de Charly García. Más que eso, Néstor es una celebridad: el público le pide fotos y autógrafos como se los pedía en el Club Sarmiento, lo que no deja de ser tierno.
La temprana tarde del domingo vuelve a desnudar la siesta como lugar común: a la vera del río y en los bares, la ciudad hormiguea bajo un solcito que acaricia. En el predio, Peteco Carabajal vibra una suerte de “free folk”: folklore para consumo interno cruzado por la matriz musical ideológica del free jazz. Peteco ya no toca descalzo y apoya fuerte las suelas de su música, pisando los pies de los que bailan, por todos lados, chacareras rockeras. Rockareras, quizá, que acomodan otra piedra en el camino del rock para las masas del país, para el que el folklore puede entenderse como una verja: si bien en la provincia la industria musical se basa en la música popular y toda producción de rock, reggae, punk o heavy es independiente, valdría saltar esa verja para amplificar las culturas.
Gustavo Cordera aparece después con su “asalto de cumbia” y unos cuantos monólogos que no se terminan de entender ni en su lógica ni en su fin. Con una banda que cuenta con dos pilares como el multiinstrumentista y productor Juanito El Cantor y la talentosa tecladista Licina Picón, Cordera repasa sus dos discos como solista y algunas piezas de Bersuit Vergarabat, como “La soledad”, que provocan nuevos estallidos emocionales en un público negado de ese bersuitero en particular durante años. El show es, para algunos, una bomba. Para otros, un avioncito de papel.
Y entonces, otra seguidilla apabullante: Los Auténticos Decadentes repasan todos sus hits, todos (¿o será que todas sus canciones lo son?), cerrando un círculo más perfecto que el que arman, de un lado, los quince puestos de comidas y bebidas (esta vez, a diferencia del año pasado, se vendió alcohol y no hubo ni el mínimo disturbio o drama); y del otro, las tribunas ya algo vencidas donde la afición del club local se divide en tres: una parte de la barra de un lado, la tradicional; otra del otro lado, la escisión, y entre medio, el público “independiente”. Una distribución por lo menos no muy segura para estos últimos. Serrano es celebradísimo, Diego de Marco arengadísimo por las chicas santiagueñas y el cover de “Gente que no”, obra de Serrano tocada por Todos Tus Muertos –banda de la que participó en su origen–, le da un alegrón inesperado a un puñado de rockerazos.
Y entonces, el silencio. Durante una hora, a diferencia de lo que pasó en todo el fin de semana, no hay bandas locales tocando entremedio. Una de las más esperadas era Karma Sudaca, notable banda de rock duro y pesado con influencias folklóricas, vecina tucumana. Pero Andrés Ciro precisaba armar todavía no se sabe qué en el escenario, y Karma Sudaca y otras dos bandas fueron levantadas. Una verdadera lástima y un gesto injusto que, de todos modos, nadie le reclamó a Ciro, que con Los Persas eran la atracción más horizontal del festival. El ex Los Piojos repasó su disco Espejos casi por completo y ofreció algunas piezas de su anterior banda que provocaron un embotellamiento tembloroso en la zona cercana al vallado. Cuando su habitual lectura de banderas y carteles llega, los nombres de pueblos y ciudades varias de Salta, Tucumán, Chaco o Santiago mismo, entre varias otras, termina de catalizar la mayor capitalización de La Salamanca Rock: la federalización de ese conglomerado que amucha rock, reggae, hard rock, heavy, cumbia y punk es una posibilidad. El público está, las bandas existen. Que la frase hecha de las campañas, ésa de “mancomunar esfuerzos entre el sector privado y el público, entre la Nación y las provincias” sea real en el campo cultural. Que sea rock. Ese es el canto más fuerte de la juventud en La Salamanca.
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