MUSICA › LUIS EDUARDO AUTE PRESENTO INTEMPERIE EN EL GRAN REX
El cantautor español, de 67, años pide por la existencia de más hombres que griten que otro mundo va a ser posible. Como John Lennon, de quien hizo una versión libre de “Imagine”. Pero lo hace de un modo fresco, calmo, íntimo, casi de entrecasa.
› Por Cristian Vitale
“A Lennon lo mató el FBI.” Al día de hoy quedan mil sospechas pero ninguna evidencia concreta de que la realidad haya sido tal, aquel 8 de diciembre de 1980 en las puertas del Dakota. Pero Luis Eduardo Aute arriesga. Para él, Mark David Chapman fue algo así como la carne de cañón del sistema. Promedia la noche del largo set que el cantautor, pintor y poeta español (nacido en Manila) se tomó para presentar su último disco en el Gran Rex. Viene de una canción dedicada al movimiento 15 M que surgió el último 15 de mayo con el foco de cambiar la cosa política en España y de una reflexión “personal” que lo ubica en el punto medio exacto entre la libertad, la revolución y el amor. Acaba de decir que a fines del siglo XX se asistió al derrumbe del socialismo real, y que a principios del XXI, dadas las revueltas globales, se está asistiendo a la lenta caída del capitalismo irreal. La canción se llama “Alguien sueña por ahí”. Habla de déficit y recortes. De que existen quienes aún distinguen entre precio y valor. Y va hacia “A día de hoy”, una bella canción de amor, de esas que tanto sabe escribir. En el medio está Lennon, que Aute se toma como espejo. Lo desea –más allá de la gélida data real– como un mártir de la libertad, como lo desean tantos otros. Y le ofrenda una adaptación tan libre de “Imagine” que, dialéctica entremedio, termina llevando su rúbrica: “Yo quise imaginarme como tú en tu canción, un mundo sin fronteras, sin patria, sin banderas... pero ya lo ves, mi querido John, nada es lo que es, todo es sinrazón”.
La canción y sus deslindes configuran el nodo de lo que Aute, nacido hace 67 años, quiere decir hoy. Lo que pide. La existencia de más Lennon que griten, más que que otro mundo “puede ser” posible, que otro mundo “va” a ser posible. Así lo expresa y así transcurre el todo de una obra fresca, calma, íntima, casi de en-trecasa. Sin estridencias, sin tensión, basada en una ínfi-
ma formación de tres músicos
que acompañan el decir suave del trovador. Está Igor Tukalo apoyando con dúctiles colchones de teclados y está Tony Carmona que, además de trabajar amplios registros con su guitarra, es el director musical y el productor. Ese dúo, acompañado por una corista al tono, le da coherencia estética a un disco que, en sí, la posee: Intemperie. En otras instancias de la noche, Aute estrena otra arremetida de rebelión llamada “Atenas en llamas” y la dedica, extrapolando geografías, a los sucesos ocurridos durante las protestas de los estudiantes en Chile. Pide educación pública y gratuita para todos. En otro, amparado por las luces azules que dominan la escena, quiere creer que puede huir de la hidra inteligente, “ese pandemónium del poder que nadie ve” (“Intemperie”, la canción) y en otros parece llegar a la síntesis a caballo de una frase que lo puede: “Esta locura que nos une, a golpes de rabia y amor” (“Toda una vida”).
Más allá de los inevitables que marcaron a fuego su historia, esos que resultaría utópico, además, extirpar de la lista de temas (“Slowly”, “Alevosía”, “Sin tu latido”, “Midley”, “La Belleza”, “Al alba”), el trovador logró plasmar la coherencia de sus intenciones últimas, ante el atento oído colectivo. A esa intención, la búsqueda del idealismo y el amor, con todos sus mojones (sus contracaras necesarias de escepticismo, cierta desesperanza y dudas) del grueso de las canciones, le adhirió deslindes estéticos. “Tríptico de luces y sombras” y su formidable descripción de las diferencias entre Velázquez, Goya y Picasso, que acaban siendo un solo pintor total, casi un manifiesto.
Pasaron 42 años de su trabajo debut. Pasaron 32 discos. Pasó una memoria modificada por las circunstancias pero no en su esencia, la que dice sobre las coordenadas que hicieron de Aute un artista cabal. Crítico y jugado, cálido y contumaz con la esperanza. El todo de una lírica que, más reveladora que la música que la acompaña, se dispara en mil matices para confluir en uno mayor. “Un soplo de alegría”, de las mejores piezas del disco –y de las más bienvenidas, entre las nuevas, en el Rex–, lo contiene bien: la del abrazo como único refugio ante el escepticismo. Un eje que Lennon presagió, cuando el mundo era otro, y del que Aute tomó una posta necesaria, sin rock (o con poco), sin camas por la paz (o al menos no expuestas) y sin aquella genialidad única que le cambió el pulso musical al globo, pero con la tozudez de persistir con un legado. No es poco.
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