MUSICA › VICTOR LAVALLEN PRESENTA BUENOSAIREANDO EN LOS 36 BILLARES
El bandoneonista que tocó en las orquestas de Osvaldo Pugliese, Miguel Caló y Osvaldo Ruggiero armó un septeto para mostrar en vivo los tangos que grabó en su disco más reciente. En el concierto tendrá al cantor Hernán Lucero como invitado.
› Por Cristian Vitale
“¿Qué es el tango? Uh, me mató.” Víctor Lavallén, 75 años, bandoneonista, compositor y arreglador de mucho andar, rebobina rápido su vida y resuelve como puede la respuesta: “Muchas cosas: historias, emociones... ¡tantas cosas! Yo empecé a los 14 años a tocar y a los 7 ya lo escuchaba... No sé qué decir, era la música que se difundía, que se escuchaba en todos lados, no como hoy”. El tango es, pasado más ordenadamente por su tamiz personal, tocar en un sinfín de orquestas (Miguel Caló, Enrique Mario Francini o Atilio Stampone, entre muchas otras) antes de ingresar, bien de joven, a la de Osvaldo Pugliese, la estupenda de 1958. Es, o fue –el tiempo verbal no viene al caso–, la fundación del Sexteto Tango diez años después, o de Color Tango (1989), el grupo destinado a proseguir el legado del maestro comunista. Es treinta años al lado de Osvaldo Ruggiero. Es la dirección musical de Forever Tango, espectáculo que lleva mil millas diseminando dos por cuatro por el globo; la Orquesta Escuela de Emilio Balcarce, que dirige en reemplazo de su fundador; o el septeto que formó para hacer su último disco, Buenosaireando, que presentará hoy en Los 36 Billares (Avenida de Mayo 1265), con el cantor Hernán Lucero como invitado.
–¿Se anima a profundizar en la ontología del tango, entonces?
–¿Su ser, no?
–Sí...
–Bueno, el tango es visto como una cosa que no va más y, sin embargo, es una música que siempre está vigente. Como todas las músicas, es buena o mala pero no es vieja ni nueva. El tango es depende cómo se toque y cómo se haga igual que el rock o el folklore. Si llega a la gente y musicalmente está bien escrito, es bueno.
–Bien, ¿pero cuáles son los parámetros que usa para diferenciar lo bueno de lo malo?
–En el hacer. Hay tangos que son buenos y otros que son malos, pero en última instancia define el gusto personal, creo.
En el universo Lavallén, entonces, los buenos irían por el lado de Arolas, Bardi, Pugliese, Troilo o Piazzolla, “unos creadores impresionantes”. Y empezarían por los De Caro. “Creo que en ellos está el inicio de la evolución del tango, sobre todo en Francisco, que era el cerebro. Me lo dijo una vez Laurenz, en Caño 14... Francisco era el que escribía todo, era un avanzado para la época. Con eso me refiero al tango bueno, que es el tango sin tiempo, o antiguo pero de calidad”, define. Y contrapone con ejemplos concretos: “Después estaban los que no me gustaban: Ricardo Tanturi o D’Arienzo, que no era buen músico, aunque dirigía su orquesta y sabía lo que quería”. Lavallén legitima sus apreciaciones en haber visto y escuchado todo desde que se mudó a la Buenos Aires de principios de los ’50. Recién llegado de su Rosario natal, lo llevaron a vivir a un departamento de Gorriti y Bustamante. “A una cuadra de la casa de Troilo. Qué bueno empezar así, ¿no? Enseguida me relacioné.”
–Pero no llegó a tocar con él.
–No se dio. Pero en 1954 llegué a estar en cinco orquestas a la vez. En esa época faltaban músicos y había mucho trabajo. Yo empecé a los 14 años, cuando todavía no estaba para tocar en orquesta, e incluso me echaron de la primera porque no podía tocar, era demasiado para mí. Me dijeron: “Usted tiene que empezar en una orquesta de barrio”. Y después tuvieron que volver a convocarme porque no tenían músicos (risas).
–Muchos de sus colegas coetáneos coinciden en esto: la época era buena para el trabajo pero no para el estudio. Y dicen que ahora es el revés: los pibes estudian más pero tocan menos.
–Sí, los pibes de hoy estudian y tocan bien, el problema es que a veces les falta experiencia para encarar estilos y formas. Es un problema que nosotros no teníamos porque teníamos la suerte de tocar para muchas orquestas a la vez. El drama es que no hay lugares para mostrar lo que hace la gente nueva, excepto los espacios para el turismo. Hay diez o doce lugares en los que se toca tango standard para los turistas y chau.
–¿Lo asocia a la falta de políticas culturales o al desinterés de la iniciativa privada?
–Ambas cosas tienen mucho que ver, porque la gente sí se interesa: el otro día había una cola tremenda para sacar entradas para el Mundial de Tango. Interés hay, falta difusión... Al revés que el rock: mire todos los que vienen. Es impresionante... ¡y la plata que cuesta una entrada!
–¿Le gusta el rock?
–Sí, me gusta toda la música buena. En Londres estuvimos tres meses y medio con Forever Tango y nos vino a ver mucho Brian May, el guitarrista de Queen. A los muchachos del rock les gusta el tango porque es una música medio extraña para ellos. Les llaman la atención los bandoneones y la sonoridad. Me gustan mucho Queen y los Beatles, que eran más melódicos que los de ahora. El metal no, no me gusta, no lo entiendo. No me llega lo pesado, pero lo más melódicos sí, los que llevan cuerda y piano son impresionantes.
Esta predisposición instrumental es la que, trasvasada a su género, Lavallén intenta en Buenosaireando, un corpus de doce piezas instrumentales que huelen a un tango sin fecha de vencimiento, atemporal. Convive una versión arriesgada de “Adiós Nonino” con una más ajustada a su matriz original de “Morena”, de Julián Plaza; una intensa y sutil defensa de “Ventarrón” (Pedro Maffia) con composiciones propias que pueden sonar medio piazzollianas (“Meridional”) o bellamente personales (“De norte a sur”). “No sé, la música viene sola, depende la inspiración que tenga, pero siempre tengo algo en mente. Borro, escribo, borro... No soy de hacer todo derecho viejo, pero a veces sale bien”, se ríe Lavallén. “En el caso de las versiones, está la de ‘Adiós Nonino’, que la tocaba con Forever y después la adapté. Hice una cosa distinta a todo el disco: hay un solo de bandoneón muy largo, algo que no habitúo hacer, pero no está distorsionado el tema, está todo organizado de forma normal. No hay distorsión de melodías, porque el tango está como es.”
–“Danzarín”, de Plaza, no parece correr por la misma vía.
–Es un arreglo del pianista (Pablo Estigarribia). Yo aporté una variación, algunos cambios. Y esto es algo que me viene de las épocas de Pugliese: cuando hacíamos los arreglos con él, todos escribíamos. Uno llevaba el arreglo pero después se cambiaba, por eso incentivo a la gente joven para que estudie. Con Pugliese había que tocar pero también crear. Yo hago lo mismo, meto mano y dejo. Es una buena porque les da oportunidad a los jóvenes de mostrar sus ideas y las diferencias, ¿no? Porque en la Orquesta de Pugliese yo no escribía igual que Plaza, ni Plaza que Balcarce, ni Balcarce que Ruggiero. Era una cosa de “todos para uno y uno para todos”.
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