MUSICA › D’ATTELLIS-ESMOK LEW EN ESPACIO TUCUMáN
› Por Cristian Vitale
No sorprende ya que un músico argentino de treinta y pico asuma que otras músicas le tocan más hondo que el rock. Es ésta una época de reconfiguraciones, de retorno a cierta identidad cultural, de un florecer de escuelas, cursos y espacios destinados a indagar en y a la música de raíz. Una época mosaico, con sus inevitables mediums, de la que Federico D’Attellis no está exento. “Fui rockero hasta el secundario”, se ríe él, seguro. Menos lo está su compañero de dúo, Juan Pablo Esmok Lew: “No sé, puede ser como una forma de agarrarse de algo, un contraste con la época de Menem en la que iban desapareciendo muchas cosas. Había que agarrarse de algo como para que la corriente no te llevara y buena parte de nuestra generación se aferró al tango o al folklore. El impulso fue no perder la identidad”, sentencia. D’Attellis y Esmok Lew, en la misma estela, son dos guitarristas fundidos en uno. D’Attellis es profesor de artes en música especializado en guitarra. Aprendió de Aníbal Arias, Chocho Ruiz, Kelo Palacios y Osvaldo Burucuá. Y reemplazó, ya profesor, a Juan Falú en la cátedra “Ritmos y formas del folklore y la música ciudadana”. Lew, también pichón del conservatorio Manuel De Falla, porta un disco solista (Significativo, 2004) y una agitada agenda acompañando a cantantes.
Ambos combinaron pareceres hace cinco años y, más allá de cada hacer individual, conformaron un dúo con una convicción nodal: trabajar sobre las sonoridades y composiciones de música folklórica contemporánea. Recrearon, en ese andar, y a veces bajo el mote de Los Primos Gabino, versiones de Remo Pignoni, Cuchi Leguizamón, Raúl Carnota, Lilián Saba y Juan Falú. Y con ellos como espejo, se animaron a componer. La propia Saba los concentró en tres palabras: nobleza, sabiduría y calidez. “Lo que hicimos fue interiorizarnos en nuestra música para tratar de darle una vuelta de rosca al lenguaje académico que veníamos trabajando en el conservatorio”, sostiene Lew. Como prueba están el disco debut (Color a nuevo, 2007), la dirección musical y los arreglos de los temas que conforman Camino milongas, disco del zitarroseano Miguel Duré (2010) y el reciente Con cuerda propia, que el dúo presentará hoy en el Espacio Tucumán (Suipacha 140). “Lo que subyace en nuestros discos es esto de desarrollar una identidad, algo que nos toca más hondo que el rock”, insiste D’Attellis. “Cuando escuché a Yupanqui, me dije: ‘¿Qué puedo hacer con esto, con mi formación, con mi lenguaje y mi manera de ver las cosas? Y salió lo que salió.”
Justamente, lo que salió fueron doce inspiradas piezas –90 por ciento instrumentales– que ubican a la guitarra en el umbral de la emoción. Con picos como “Jenaro”, una formidable versión de Lew que incita un viaje a las entrañas, o una defensa de “Lavanderas del río chico”, con la armónica de Franco Luciani y los coros de Belén Ilé, o de “Coplas sin luna”, matizada por el bombo y la voz de su autor, Raúl Carnota y “La impredecible”, milonga que D’Attellis dedicó a su compañero. “El significado no es el que se piensa, se presta a confusión”, es el chiste. El calvo Lew sonríe y trata de desandar cómo ocurre eso de sentarse a componer con tales referentes como espejo. “Luego de haber transitado y tocado distintos géneros, obras y repertorios, tenemos una serie de herramientas que se juntan con la inspiración. Es un trabajo arduo, no es que nos sentamos y las cosas salen, a veces estamos meses y meses para que salga algo.”
–¿Es duro el paso de lo académico a lo folklórico?
Federico D’Attellis: –Depende. Nosotros tuvimos la suerte de tener un profe como Juan Falú, porque nos hizo ver un mundo nuevo con la guitarra, cuando estábamos muy metidos en el ambiente clásico.
Juan Pablo Esmok Lew: –Espejos como Falú, o como el Chango Farías Gómez, cuyas convicciones son innegables, son como guías inevitables. En nuestro caso, fue escuchar “Zamba para no morir”, por ejemplo, y decidir hacer una versión muy tocado por la muerte de Mercedes Sosa.
F. D.: –Lástima que no sea nuestra, si no también se la hubiésemos dedicado a la Negra... la suya es de esas presencias que nunca se dejan de extrañar en este camino de resignificación.
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