MUSICA › ENTREVISTA AL MUSICO DIEGO FRENKEL
El hastío que llevó a la disolución de La Portuaria se convirtió en angustia de hoja en blanco y luego en pulsión creativa, que es individual pero también común: “Si algo nos significa algo es porque la voz del cantante resuena en el viaje interno de cada quien”.
› Por Gloria Guerrero
Hace unos meses llegó el segundo álbum solista de Diego Frenkel: Un día después, pero no llegó sólo un día sino catorce años después del primero. En ese lapso, y lejos de tomarse “lustros sabáticos”, el artista trabajó incansablemente en grupo/s: editó otros seis discos con La Portuaria (la colección suma once, contando las recopilaciones y vivos) y uno más con Bel Mondo. Hoy, al parecer ya definitivamente afincado en solitario, Diego (edad: alega “40 y pico...”, coqueto) está entusiasmado con este nuevo “camino interior” que lo muestra en plan “abiertamente introspectivo”, si cabe la paradoja.
–¿Este “camino interior” le llevó a tal punto de renunciar a su nombre de pila?
–La verdad, que el disco esté firmado como “Frenkel” y no como “Diego Frenkel”, como una definición de identidad, fue una propuesta del equipo de arte, que creía que “Frenkel” tenía que ver con algo más personal, más sintético, adecuado a este disco...
–Y adecuado a la gráfica: quizás en el diseño de tapa entraban mejor siete letras que doce...
–(Se ríe) También, como gesto estético y artístico, no deja de ser arbitrario y caprichoso. En definitiva, quién sabe en el fondo por qué...
A lo largo de una tarde de tremenda tormenta (que complicó sus fotos soñadas en el verde del Botánico, concordantes con la imaginería también verde de su nuevo CD), el cantante de tan perfectas verba, gramática y sintaxis habló de cine, de subtes metropolitanos, de cromañones, de presencias femeninas en el rock y hasta de leyes de música y medios.
–No podría decirse que este asunto de la introspección resulte nuevo en su poesía: de hecho, muchos temas de La Portuaria trabajaron esa tendencia...
–Es que la gente conoce más mi carrera en términos populares a través de la saga de hits que La Portuaria dio a luz, como “Selva”, “El bar de la calle Rodney” o “Devorador de corazones”: todos fueron muy extravertidos, de pulsos muy altos, muy festivos. Así y todo, dentro de los discos de La Portuaria, e incluso en el disco de Clap (1986) –y ni hablar de mi anterior álbum solista (1996) o del disco de Bel Mondo (1998)– siempre hubo canciones muy reflexivas. Incluso la letra de “Selva”, en medio de un tema agitado, bailable y de una contundencia rítmica importante, expresa metáforas con un montón de interioridad. Dice: “Voy buscando un oasis donde nadar”: es casi una respuesta interior a un agite y a una sensación de ebullición interna... Creo que la palabra “introspectivo” implica que, para escribir y para componer, uno se repliega un poco sobre sí y va a bucear en lo profundo de su inconsciente, y en este disco eso está como disparador, como una búsqueda de los huesos de mi narrativa y de la poética de mis canciones. Si bien es un disco íntimo –en el sentido de que la propuesta y el sonido son próximas a la persona–, el disco no es intimista al punto de proponer un acobijamiento o una voz baja. Hay zonas tormentosas y muy arregladas, con orquesta de cuerdas en el medio de los temas... Lo que pasa es que toda la travesía del disco es interior: psíquica, y emocionalmente. Siempre creo que somos “individuos”, pero de manera limitada, porque somos...
–¡Ruido de animales salvajes..!
–(Sonríe) ...También somos eso. Pero lo digo porque el suceso de cada persona es, en un punto, el viaje de todos: es común a todos. Es decir, si algo nos significa algo, es porque la voz del cantante resuena en el viaje interno de cada quien. Lo personal no es único, ni está aislado del mundo.
–¿Estuvo leyendo a Carl Jung?
–No, pero a mi mujer (Mayra Bonard, actriz, directora, bailarina) Jung le gusta bastante. Jung pisa sobre algunos conceptos orientales, ¿no?; sobre una existencia que trasciende el Yo y creo que algo de eso hay. Estoy seguro de que la existencia trasciende el Yo. Y de que lo que seguro el Yo trasciende es a este presente hiperinmediato y de una fuerza material absoluta que parece recordarnos constantemente el sistema de vida actual: el hipercapitalismo.
–Que se cae a pedazos.
–Esperemos que sí, porque es un callejón sin salida para la felicidad.
–Usted es un fino cinéfilo, pero lo de El día después, a priori, remite al cine yanqui posapocalíptico de Nicholas Meyer, muy lejos de su estilo.
–En realidad, en mi disco hay una influencia de aquel otro cine que a mí me gusta mucho y que está presente en su sonoridad: David Lynch, Alfred Hitchcock, François Ozon... Algo atemporal, que me gusta. Y el misterio. No necesariamente el misterio policial, o el de suspenso...
–¿Descree del ¡cri cri cri! de la bañera?
–¡No! (Se ríe.) La propuesta de que los caminos del alma son bastante misteriosos e insospechados, y de que un viaje interior requiere fundamentalmente de... (piensa)
–De huevo.
–...de cierta valentía, sí. El disco propone una aventura por aguas tormentosas. Y por ciertos oasis también.
–¿Tuvo algún quiebre que le moviera a componer este trabajo, que define como algo tan especial?
–Concretamente venía de un tiempo en el cual con La Portuaria tocábamos bastante seguido, pero empezamos a sentir cierta insatisfacción y repetición. Al principio sufrí la angustia de la hoja en blanco y haber dejado lo que durante años me había sostenido como estructura pero, de a poco se fueron generando nuevas ideas y canciones que son como pequeños seres vivos que te habitan... aunque vos no lo sepas... en una especie de embarazo inconsciente... Y se van desarrollando hasta que un día nacen. Y son como...
–¡El Alien de Ridley Scott!
–(Sonríe, pero no afloja) Son las ideas que luego quieren salir al exterior... y uno se hace cargo de elaborarlas, de regarlas, de darles forma a través del trabajo, del oficio.
–Su nuevo grupo en vivo tiene una gran presencia femenina.
–Sí, es una parte importante de mi espectáculo. Lucy Patané es una guitarrista y cantante de origen punk garajero combinado con el jazz tipo Django Reinhardt; es muy sofisticada y, al mismo tiempo, muy salvaje. La más joven es Poli, que toca el piano y tiene una voz hermosa para los coros y los apoyos. Vicky Carambat es actriz y cantante, una mezcla de lírica y soul... Y la banda se completa con Pedro Bulgakov en batería, percusión y tablas; y Florencio Finkel en voz y bajo. Pero grabé el disco sólo con Fernando Samalea y Lisandro Aristimuño –quienes a veces vienen a tocar con nosotros en vivo–; en el álbum yo mismo hice los pianos, las guitarras y casi todos los arreglos de cuerdas.
–Si La Portuaria significó mucho para el “ser urbano”, este disco suyo, y ya desde la tapa, habla de praderas y bosques...
–Definitivamente mi álbum no pisa sobre un paisaje definido, pero soy un hombre urbano; no podría vivir en otro lugar que en una ciudad, aunque quizá esté más retirado hacia una urbanidad interior. Hay un tema que se llama “Sábado lunar”; lo compuse hace dos otoños, cuando los sábados por la noche caminaba unas veinte cuadras –me gusta caminar– y me subía al subte, como un observador oculto: era muy llamativa la vida en el subterráneo; la gente se vestía de fiesta y aparecía el verdadero Yo de las personas. Siempre escribí canciones así, como “El bar de la calle Rodney”: me gusta ser un viajero a través de la ciudad y del mundo de las gentes.
–Toca en lugares pequeños y viaja mucho al interior: ¿cómo ve el escenario musical de la Argentina?
–Si la ley de la música se aplica será un gran paso para la sociedad y para los músicos, que estamos en una difícil encrucijada. Y otro punto importante es la aplicación verdadera de la ley de medios: que haya música en castellano en las radios; que los artistas argentinos puedan ocupar un espacio merecido y con la posibilidad de que se desarrollen y crezcan. Y es importante que se genere un Instituto de Música que pueda financiar, subsidiar, producir discos y espectáculos, como se hace con el teatro, la danza o el cine, que tienen sus respectivos institutos. Hay que generar lugares, facilitar espacios y a la vez cortar con las prohibiciones que, después de Cromañón, se convirtieron en persecuciones “legales” pero policíacas; con aquella excusa les dan con un hacha a los lugares pequeños, y la escena independiente trabaja en condiciones muy precarias. Creo que todo se está mejorando de a poco. La ley de la música es un paso. La conciencia de los músicos, es otra. Pero el rock que hizo Artaud; el rock que se nutrió de Castaneda o de Rimbaud; el rock que leyó Alicia en el País de las Maravillas... De todo ese panorama creo que el rock debe nutrirse ahora, no sólo como un canto banal y donde no se ejerce una verdadera transgresión, sino una transgresión superflua. El rock se volvió muy conservador. El arte es un elemento revolucionario. Y tiene que seguir siéndolo.
* Diego Frenkel presenta su nuevo disco Un día después hoy a las 22 en Boris, Club de Jazz, Gorriti 5568. Habrá nuevos shows los días 12 de noviembre y 10 de diciembre.
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