MUSICA › GRAN REGRESO DE ILLYA KURYAKI & THE VALDERRAMAS
La dupla conformada por Emmanuel Horvilleur y Dante Spinetta cortó con diez años de trabajar por separado en un concierto que fue parte del Movistar Free Music. Ahora vendrán un disco de canciones nuevas y una “gira universal” para los ninjas del funk.
› Por Luis Paz
Wachiturros, el fenómeno de la temporada, es un grupo de adolescentes (wachines) a los que les gusta vestir bien (turros) y que dan rienda suelta a una música bailable, entre rimas, coreografías y menciones a algunos elementos cotidianos de la vida de los jóvenes. Pero la Argentina ya había visto a otros wachiturros, los originales: Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur, conocidos en la última década por sus trabajos musicales como solistas y ninjas del funk y el hip hop durante los tempranos años ’90 al mando de Illya Kuryaki & The Valderramas. Anteanoche, ese combo mestizo revivió una década después de su desintegración para ponerle un poco de alimento imperecedero al rock como expresión, frente a la seguidilla de conciertos enlatados. A IKV le caben unos cuantos méritos: haber logrado un hitazo de una canción que versa mágicamente sobre una de las instituciones del transporte contemporáneo, los remiseros; hacer que multitud de personas grite por Leche (su disco) y “Coolo” (su tema) con lujuria en el rostro; dar leña a una ronda de pogo en un VIP (en un VIP separando los públicos de... ¡un concierto gratuito!); y acabar su show con un hit instantáneo de antaño, “Abarajame”, obligando hipnóticamente a las 10 mil personas presentes a despedirlos a pogo peludo y grito pelado: el “Illya... Illya Kuryaki and the Valderramas, Illya...”, impuesto en esa canción de su CD fundamental, Chaco.
“El funk está de vuelta, motherfuckers.” Con ese slogan, el dúo anunciaba su reunión y daba cuenta de que iba a usar las palabras que quisieran para llevarla a cabo. Así, en un evento que fue patrocinado por la compañía de telefonía móvil Movistar (en el mismo ciclo que había traído a Jane’s Addiction, también a Puerto Madero), Dante mencionó a Chevrolet y, a la hora de dedicarles “Coolo” a los hijos de los músicos, etiquetó a los infantes como “la guerrilla Nestlé; asesinos de Danoninos”. Un poco de comedia stand up y de sutil irreverencia que atravesó la hora y poco de show, y acabó de maquillarla de encuentro vital: el estreno de la reunión fue entretenido, interactivo y, musicalmente, todo lo sólido que sus fanáticos y curiosos podían esperar. Excepto por ese momento de rapeos por demás improvisados que antecedió al grand finale que facilitaron con “Remisero” y “Abarajame”.
Porque también sucede que la reunión de IKV es distinta a otras: Spinetta y Horvilleur estuvieron trabajando los últimos diez años de manera sostenida (Dante publicó tres álbumes; Emmanuel, cuatro) y se mantuvieron como actos estables de cada calendario rockero a caballito de carreras que funcionaron, cosecharon hits individuales y los mantuvieron siempre presentes. Entonces, su timing musical sigue intacto, encima de que se rodearon de una banda magistral: Rafa Arcaute, tecladista del grupo devenido en productor estrella latinoamericano, volvió a sus funciones; el baterista Sergio Verdinelli (impecable, solemne) sostuvo junto al bajista Mariano Domínguez el pulso de un funk ambiental y rabioso; el percusionista Carlos Salas, en tándem con las notables proyecciones, facilitó cierta psicodelia; el guitarrista Matías Rada, hijo de Rubén, provocó respeto por su tamaño, el de su cabellera y el de su talento; y las coristas le sumaron magia a una noche que fue para el recuerdo.
Con esa banda, Dante y Emmanuel saldrán de “gira universal” el próximo año y grabarán un disco con nuevos temas. Pero los que interesaban en la noche del jueves eran los viejos, los de esa década que pasó entre Fabrico cuero y Kuryakistán, con foco en aquel lustro de alta gracia en el que hilaron Chaco, Versus y Leche (entre los que sumaron medio millón de discos vendidos). Una galería de canciones sobre lesbianismo, dominación cultural, tiempo perdido, cachondez y magia, guardadas en una Cartuchera porno, cocidas en un Horno para calentar los mares y entregadas en horizontal, para todos: desde el hombre más pequeño del mundo, Nelson de la Rosa (que participó en el épico e histórico video de “Abarajame”), hasta la mujer de las caderas más codiciadas, la actriz y cantante Jennifer López (citada en “Jennifer del Estero”).
Claro que interpretaron esas canciones. Y también una maravilla no tan conocida como “Virgen de riña”, impecable oda plena de arreglos. Claro que también hicieron “Chaco” (con la que comenzó el show), “Jaguar house”, “Expedición al Klama Hama” y “Abismo”. Claro que repasaron, al menos en modo medley, “Fabrico cuero”, “Es tuya Juan” y “No way José”. Y claro que “My chevy y mis franciscanas” desató una locura hermosa y saludable entre la gente; porque el pogo, que ellos mismos pidieron, en última instancia, fue breve y danzarín.
La picardía de saltar la valla hacia el VIP no pasó a mayores (varios fueron recibidos “cálidamente” por la “seguridad”), pero le puso un poco de color a un segmento delantero del campo con olor a cuero, textura sedosa y pisotón doloroso por los tacones de las botas de las chicas. Bailar, se pudo igual. Una pachanga rockera, gritona pero afinada y delirante aunque certera, liderada por guerreros del ritmo como Dante Spinetta, que descolló cuando agarró la guitarra para solear, y Emmanuel Horvilleur, que destacó con sus pasos de karate-disco. Esos dos tipos que fueron y, como mostraron el miércoles, siguen siendo cruciales, por su manejo del humor, por su incontinencia verbal, por su performance artística, por sus voces, por su talento para cocinar una música revoltosa bajo el agua de las corporaciones y, fundamentalmente, por su música: ese jugo que, al que le cae encima, lo enchastra y lo deja embebido de un sudor de acidez rockera y dulzura pop, refrescante y adictivo.
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