MUSICA › TANGOS ECCLESIASTICOS, UNA APUESTA CONTRA LAS CONVENCIONES GENERICAS
La obra de Guy Bovet, en versión del saxofonista Eduardo Kohan y el tecladista Norberto Broggino, va de gira por distintos templos, católicos y protestantes, con coreografía de Noemí Lapzeson. La propuesta es una mezcla de ritmos arrabaleros con música sacra.
› Por Gustavo Ajzenman
A lo largo de su historia, el tango fue fusionado, con mayor o menor éxito, y permanencia, con distintos géneros. La música clásica, la electrónica o el jazz son sólo tres ejemplos, a los que el compositor suizo Guy Bovet agrega una combinación más anacrónica y provocativa: la mezcla de ritmos arrabaleros con música sacra. No se trata de una misa tanguera, que abundan, sino de algo más extremo. Las doce piezas que conforman sus Tangos Ecclesiasticos están compuestas sobre los diferentes modos gregorianos y fueron pensadas para ser tocadas en un órgano de iglesia. La obra, en versión del saxofonista Eduardo Kohan y el tecladista Norberto Broggino, fue presentada ayer en la Catedral Anglicana. La gira porteña continuará por distintos templos, católicos y protestantes, e incluirá una coreografía ideada por Noemí Lapzeson e interpretada por la bailarina Romina Pedroli.
Aunque la nada frecuente combinación de saxo y órgano –una adaptación de los propios intérpretes– es completamente ajena a los dos estilos que le dieron origen a la composición, el resultado suena perfectamente natural. La amplitud de matices del saxo termina de acercar la obra al mundo de la música popular, mientras que el órgano la mantiene anclada, física y tímbricamente, a la liturgia. “Yo vengo del jazz y del tango, mientras que Norberto es especialista en música antigua. Tocar esta obra fue la mejor forma que se nos ocurrió de poder hacer algo juntos”, explica Kohan. Ambos músicos, y también Lapzeson, viven en Ginebra desde hace décadas y vienen presentando el espectáculo en distintas iglesias europeas desde hace dos años. A pesar del desarraigo, consideran que aún conservan una esencia porteña que se distingue en su interpretación de la suite. “La composición es clásica, pero nuestra versión suena más tanguera que las que se hicieron antes: las notas son las mismas, lo que cambia es el acento, el lenguaje, la forma de decir las cosas”, sostiene el saxofonista. Aunque el órgano parece ajeno a esa tradición, cubre eficientemente la vacante que deja el bandoneón, que es en definitiva su primo más portátil.
La ambigüedad entre lo sacro y lo profano se da en distintos niveles, algunos más sutiles que otros. Las piezas están compuestas sobre un Cantus Firmus –una melodía típicamente gregoriana sobre la que se montan el resto de las voces–. El primer tango, por ejemplo, está basado en el himno medieval Ave Maris Stella, y el octavo, en el Veni Creator Spiritus. El comienzo es desconcertante: un solo de saxo tenor con timbre brillante y jazzero, pero con la cadencia y la melodía de un canto litúrgico. El arrabal aparecerá luego a través del ritmo sincopado, los arrastres, las yumbas, pero, sobre todo, del sentir porteño. Bro-ggini, a quien el compositor le regaló la partitura, sostiene que aunque la sonoridad está ligada a lo popular, es posible utilizar los distintos movimientos para las diferentes partes de la misa. “Hice uno de los números en una iglesia como parte de la ceremonia, y alguien se me acercó después para preguntarme si había tocado un tanguito”, se ríe el organista, que considera que la fusión del tango con otros estilos es inevitable: “Hay una escuela que quiere purificarse y salvarse de las influencias, pero en este momento es muy difícil volver atrás”. Por eso la obra también se enriquece con otros géneros emparentados: la habanera, el pasodoble e incluso la bossa nova. No sólo eso, algunos números incluyen referencias a piezas españolas o incluso una cita a Chopin.
“Los conocedores del tango dirán que esto no es tango, sino música sacra, y la gente de la iglesia dirá que no es música sacra, sino tango; los dos tendrán razón”, resumió en un concierto el compositor. Aunque es mucho más conocido por su trabajo como intérprete de teclados antiguos, entre sus más de 200 opus hay desde música para películas y cortos de animación hasta variaciones sobre temas populares. El humor es parte fundamental de su creación, y los subtítulos de algunos de sus números –“Canónigo” o “A los bárbaros teutones que pisan la música con los pies”– dan la pista de que sus Tangos Ecclesiasticos pueden ser leídos también como una sátira a los géneros que los conforman.
La coreografía es en su mayor parte improvisada sobre una estructura fija. La bailarina va sacándose capas de ropa de diferentes colores, desde el negro al blanco. Para Lapzeson, el cambio representa el pasaje a la espiritualidad, ir perdiendo lo más superfluo para llegar a lo esencial, pero aclara: “No es algo místico, yo no soy religiosa ni tengo nada que ver con la Iglesia, la danza es algo humano, terrenal, concreto y profano”. Admite, sin embargo, que la propuesta es provocativa. “En Europa una mujer me preguntó indignada cómo me atrevía a hacer un strip tease en un templo”, recuerda divertida.
Las dificultades de utilizar iglesias como salas de baile y concierto son múltiples. La primera es conseguir que un templo acepte cobijar un espectáculo de tango y danza contemporánea. “En las iglesias protestantes nunca hubo problema, pero las católicas son más reticentes a asociar su imagen con la del tango, aunque nada de lo que hacemos vaya en contra de lo sacro. No es que lo tocamos en iglesias para provocar, sino porque son lugares geniales para hacer música”, cuenta Kohan. Otro de los inconvenientes es el espacio físico. Cada lugar es distinto y ninguno tiene escenario. La solución que encontró Lapzeson fue incorporar el lugar disponible, sus paredes, asientos y escaleras a la coreografía. Esa imposibilidad de previsión se transforma en un elemento más que contribuye a que cada representación sea diferente de las anteriores.
La función de ayer fue la primera de cuatro presentaciones con entrada libre y gratuita. Las siguientes serán mañana a las 13 en la Iglesia San Juan Bautista, el domingo a las 20.30 en la Basílica de San Carlos y el sábado de la semana siguiente a las 20 en la Iglesia Presbiteriana.
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