MUSICA › GABO FERRO PRESENTARá HOY LA AGUJA TRAS LA MáSCARA, EN CIUDAD CULTURAL KONEX
El flamante álbum del cantautor versa sobre la tristeza y el amor, como polos a los que no hay que temer ni reprimir. “Nunca podré desculturalizarme y ser un animal feliz, pero voy a tratar de quitar todo lo cultural posible de mí y de mi trabajo”, afirma.
› Por Sergio Sánchez
La Industria Cultural, como la entenderían Herbert Marcuse, Adorno y otros intelectuales marxistas de la Teoría Crítica, es un engranaje más del sistema productivo que da como resultado una sociedad “unidimensional”, que reduce al discurso y al pensamiento a una dimensión única. Ellos sostienen que la estrategia de estereotipar, estandarizar y uniformar los llamados bienes culturales no permiten el libre pensamiento y la diversidad. De una manera muy similar, el cantautor Gabo Ferro entiende a la cultura y lo manifiesta en cada uno de sus discos. Su último grito se llama La aguja tras la máscara y versa sobre la tristeza y el amor, como polos a los que no hay que temer ni reprimir. “Hay temas que no se tocan, que no se hablan, que no se cantan, sobre los cuales no se compone y hasta probablemente no se piensen, porque son piantavotos o se cree que a la gente no le gusta escuchar”, dice Ferro. “Probablemente sea más fácil vender discos si se habla del amor de una manera más colorida. El terror, la muerte y la tristeza son temas a los cuales la canción tiene que atender.” Así, despojado de prejuicios, el músico presentará su séptimo trabajo solista hoy a las 20.30 en Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131).
De entrada, el disco de Ferro revela frases definitivas, ésas que ponen en crisis los valores del derecho canónico: sin sutilezas, en el primer tema, canta: “Lo que te da terror, te define mejor” (“Lo que te da terror”). Luego, en “Soltá”, pide “traicionar de una vez al dolor”. “El disco tiene la intención, como toda mi obra en general, de tratar de poner dentro de la canción temáticas puntuales que no se encuentran en general dentro de la mayoría de la música escrita y editada por estos tiempos”, sostiene el músico. “Entonces, en todos los discos se fueron atendiendo esos temas inconvenientes. Me interesa hablar sobre las urgencias contemporáneas, sobre los temas que nos tocan como generación, como argentinos, como sudamericanos, en esta parte del mundo y en este tiempo.”
El compromiso y fidelidad de Ferro por y para sus canciones se evidencia en todos los planos. Su voz, desafiante, asexuada, provocadora, siempre al límite, es uno de los rasgos fundamentales de su música. Es una forma más de serle fiel a su verdad. “Trato de que sea una voz que trascienda lo genérico, una voz que, el que no me conoce, no sepa si canta un hombre o una mujer. Y eso también aleja giles. Por mi voz, hay gente que no me tolera. También los alejan mi manera de amar, pensar, lucir y hasta escribir. Por otro lado, es fundamental serle fiel a la canción: porque la canción es lo que fuimos, lo que somos y lo que seremos. No es cualquier cosa, entonces no la podés traicionar. Es algo aún mayor que una traición a uno mismo. Porque, además, cuando alguien me dice que una canción le salvó la vida, deja de ser sólo mía. Trato de que sean lo suficientemente transparentes, como un envase, y que cada uno las pueda cargar con su propia historia.”
La aguja tras la máscara es un bello y sincero disco en el que el amor como campo semántico nuevamente está presente. A base de texturas folklóricas, acústicas y con aires de trova latinoamericana, Ferro vuelve a teorizar sobre la historia de las ideas y la cultura. Aunque suene extraño, en los ’90 lideró la banda de hardcore Porco y luego se alejó de ese mundo para estudiar Historia en la Universidad de Buenos Aires. Su pasó por las aulas le dejó mucho más que un título. “No me sirvió conocer sucesos, nombres y hechos. Pero sí me sirvió la cosa historiográfica, es decir, ver un suceso de diferentes perspectivas; para mirar el contexto y ver a la cultura, las artes y a los artistas como una consecuencia histórica, económica, política, social y de vanguardia. La historiografía es plantarse desde una perspectiva para mirar un hecho. Toda la sacudida histórica de la década del ’80 para acá: historia de género, queer, la microhistoria. Todo me fue útil para escribir canciones.”
Según entiende, el artista tiene que molestar y tratar de salirse de los valores absolutos que determina la vida en sociedad. Ligado políticamente a la autogestión, su búsqueda artística es más que ambiciosa: “Hace tiempo que vengo tratando, si fuera posible, de quitar lo cultural y volver a la naturaleza completa. Pero nunca podré sacarme el lenguaje, mi estructura de pensamiento. Nunca podré desculturalizarme y ser una animal feliz. Pero voy a tratar de quitar todo lo cultural posible de mí y de mi trabajo. Cada vez quiero tocar más solo y cada vez estoy más cerca de Oriente con la voz, con esa ausencia de ritmo, de melodía. Y si quiero quedarme tres minutos en silencio perfectamente podría quedarme, si hay un momento de tensión que quiero aguantar. La verdadera identidad o el verdadero espejo de la historia de uno es el silencio de la canción”.
–En la última década, los nuevos cantautores volvieron a abordar al amor como temática, pero con un anclaje político. ¿A qué cree que se debe?
–Fui uno de los primeros que empezó a hablar del amor desde un lugar más político. Después de la dictadura, la urgencia lógica por la fiesta hizo que cierta cultura pop y ciertas cuestiones como la tristeza o hablar del amor de cierta manera fueran a dar por culo. Entonces, ciertos temas se dejaron de tocar y se abandonaron, sobre todo después, porque eso cuajó perfectamente dentro del mercado. Hasta que en los ’90 el amor fue a dar al lugar del pop latino, donde se hablaba del típico amor de pareja. Yendo más atrás, las políticas y lógicas clásicas de los ’60 y ’70 no son las mismas que hoy. Ahora son clase, raza y género. Desde ahí, hablar de amor ya tiene un perfume diferente. Porque no es el amor burgués, el amor del cofrecito, de San Valentín, sino que es un amor que quien lo enarbola es un ciudadano inconveniente para el canon. Se trata de una manera de decir amor alejada del consumidor de música, pero sin duda cercana a quien escucha y busca música. Al primero no le gusto, no nos gustamos, no nos queremos, no nos importamos. En cambio, con aquel que busca la música, que va al concierto, que pasa el disco, que pasa el link, nos llevamos muy bien.
–¿Usted inviste al amor con otro sentido?
–Creo que, parado en este lugar y en este tiempo, hay que hablar del amor en estos términos, tratando de desagregar y desmalezar toda la cuestión cargada desde el romanticismo, de la caja de bombones, de la que se fue cargando a fines del siglo XIX y todo el XX. Trataron de hacer del amor algo totalmente inofensivo y de quitarle todo rasgo de peligrosidad. En los ’60 surgió el amor como fuerza y luego se anuló y se lo volvió a domar; se domó su potencia, se lo sedó, se lo convirtió en prosaico. Y lo que hay que hacer es justamente eso: liberar la furia amorosa y mostrarla como violencia vital, como lo que es. La podés culturalizar, alivianar, adornar, pero la potencia del amor es enorme.
–Se lo suele banalizar...
–Eso es un problema de cómo enunciás tu propio discurso. Si vos te sentís tímido cuando hablás de amor, avergonzado, estás entendiéndolo mal. En cambio, si se te hace carne lo que realmente significa amar y la violencia vital del amor, no parás de hablar de él. Algunos entienden al amor como lo que canta Arjona u otros compositores, autores, libros y pinturas que hablan de un amor naif, inofensivo, sin punta, redondito, blanco, católico, heterosexual. Ese es el amor que circula fluidamente por los medios masivos de comunicación, ese amor canónico.
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