MUSICA › EDELMIRO MOLINARI, GUITARRISTA HISTORICO DEL ROCK LOCAL, DE REGRESO EN LA ARGENTINA
Integró nada menos que Almendra y Color Humano, hasta que su búsqueda de otro alimento musical lo llevó a Estados Unidos. Ahora está presentando Expreso de agua santa, que –aunque parezca mentira– es su primer disco solista.
› Por Cristian Vitale
¿Cómo pedirle a Edelmiro Molinari que una nota periodística sea “lo típico”, si todo lo que hizo en su vida fue atípico? Lo de este músico personalísimo fue romper límites y estructuras. Fue buscar la sorpresa y detonar mundos interiores en el otro, muy lejos del confort espiritual. Buceador inagotable de la guitarra, compuso gemas imborrables cuando militaba nada menos que en Almendra y Color Humano. Intentó con su pluma expresar imágenes a menudo incomprensibles (“Hombre de las cumbres/ ven a mí/ o te haré sentir/ mi feroz cachetada”). O viajarse entero en aquel disco con Skay Beilinson (Edelmiro y La Galletita) principiando los ochenta, o irse un día, de loco nomás, a Estados Unidos sólo para tocar con negros, para embeberse durante 23 años de ese swing imposible de hallar en la Buenos Aires bohemia y blanca que había curtido en los sesenta.
Una nota con Molinari, entonces, nunca puede pasar por ponerle un grabador para que hable. Lo primero que hace es agarrar una acústica, enchufarla a un pequeño equipito y tocar. Tocar todo el tiempo. Y mostrar, por ejemplo, cómo quedó la nueva versión de Mestizo que, pasada por el tamiz de sus vivencias en Estados Unidos, no suena como cuando era de Almendra y la grababa para el simple de 1969. “Siempre me pareció una canción de unidad americana, por eso me salió un agregado de letra”, dice y prosigue con su set súper mínimo, de entrecasa. Una corazonada. “Sudamérica, Centroamérica, Afroamérica, unidas”, vocea. “Yo qué, sé, debo tener un sueño bolivariano”, se ríe. “Sería alucinante que ocurra esta unidad, ¿no? Podríamos ser provincias, no países. Algo que las grandes potencias no quieren, porque sería tremendo para sus intereses”.
–La letra original es entre volada y antropológica. Ahora le metió una instancia política que no tenía...
–Totalmente...
–Y suena negroide, más parecida a la que grabó con Oscar Moro y Rinaldo Rafanelli en 1992 cuando retornó Color Humano, que la original.
–Sí, y también es una versión menos dramática. A mí me gusta el concepto de tribu para tocar. Con Daniel Maza y Sebastián (Peyceré) –su nuevo grupo– lo he logrado. Uno, por suerte, evoluciona. Yo antes tocaba la guitarra con púa y ahora no. Toco con los dedos, pero sin uñas largas, porque me gusta el contacto de la piel con las cuerdas.
En el miniset frente al grabador, una especie de presentación casera de su flamante disco Expreso de agua santa (que distribuye él mismo, a través del mail edelmiro [email protected]), también suena una pieza de 1915 –Acompañando a mi nena a casa, de Fred Ahlert–, que se parece a una vieja melodía instrumental del segundo disco de Almendra: Verde llano. “Si tuviera que elegir a dos guitarristas serían Jimi Hendrix y Oscar Alemán. Lo que oís es muy reminiscente del estilo que tocaba Oscar”, apunta, en una pausa. “Es acompañarte llevando la línea del bajo, la melodía y el canto. Mi relación con la guitarra hoy es mucho más piel. Piel y cuerdas”. Se entusiasma también con la intro de Sílbame Oh cabeza, viejo tema de Color Humano II, que parece irreconocible. “Antes empezaba así –toca una intro densa– y ahora así –contrasta con algo indudablemente influido por lo negro, con más swing–. Salió con un vuelo muy especial”. Además de Mestizo y Sílbame, Edelmiro incluyó de su acervo El vuelo 144, Amantes solitarios, Hace casi dos mil años –menos pomposa que la original–, Color humano y Cosas rústicas, también conocida como Coto de caza. “Quería rescatar algunos de mis temas tradicionales que, por hache o por be, me fueron despojados. Recuperarlos para retener como un tesoro dentro de mi obra”.Entre las nuevas, figuran Late late choco–late, Dame dame dámelo, la bellísima Teta de amor, Para Jidu –dedicada a su hijo de 3 años– y Atemporal. “Hay canciones que te llevan años y otras segundos... ésta me pegó así. Como cuando se abre una flor y le da el sol. Todo eso que es el amor, lo atemporal”, argumenta Molinari.
–Igual que en Almendra. El tópico del amor aparece como el absoluto del mundo...
–Es lo único válido, pese a que la humanidad se distrae con otras cosas.
–¿Piensa en Jidu?
–Sí, porque los pibes tienen una pureza que después se empieza a deteriorar. Lo notás en las cosas cotidianas. Jidu hasta hace poco no había tenido contacto con la TV y de golpe se enganchó con ella y sufrió una transformación para menos. No sé... la pantalla le tira otras ansiedades. Igual, todos somos sensibles a eso. Mirá un noticiero de una hora y fijate las cargas negativas que te tira. Es una carga que pone callos en el espíritu de los chicos.
–Hay muchas canciones suyas en las que se manifiesta el amor, pero no el prelavado de canción melódica... sino aquel “a la hippie” que parece tan lejano. Viene a la mente Vuelo 144, tema denso que hizo cuando enfermó su mamá y usted se tuvo que volver de EE.UU. en avión...
–Es que la primera relación de amor incondicional es con tus padres. Mis viejos se separaron cuando yo era chico, y fui criado con la familia de mi mamá. El amor puro con tu madre se revierte y se instala en tus hijos, que son como ángeles contra la angustia. Igual, pese a las bendiciones, los hombres estamos en un estado deplorable a nivel espiritual.
–Pero la angustia también moviliza.
–Todo tiene una carga de angustia en lo que hago. Es parte de la vida reconocer lo que nos pasa. Cuántos en este mundo estamos estresados en el fondo y lo manifestamos de distintas maneras: con una gastritis alucinante o ataques de pánico. Eso tiene que ver con comerse angustias... es el tema que toco en Teta de amor.
–La gota de amor que sigue dando un país, al que se ha maltratado tanto, ¿no?
–Es una analogía con la leyenda de la Difunta Correa. En una parte de la historia, el personaje no sabe si quiere obedecer el mandato de Dios que le dice “venite”. “Yo no sé si quiero irme/ o tengo que seguir”. Lo que hay es un manto de locura, que cubre a los que caen, porque caen los que cubren su dolor. Y es verdad... vos te la tragás y la angustia termina haciéndote caer.
–¿Es recurrente decir que en la época de Almendra la esperanza de cambiar este estado de cosas era concreta?
–La esperanza siempre está. Pero los setenta fueron una época gloriosa en este sentido. Se plantó una semilla, aunque las cosas no han cambiado tanto.
–En el disco participan, entre otros, Adrián D’Argelos, Carca, Claudia Puyó, Gieco, y usted suele tocar con La Renga. Conclusión: ha influido a dos puntas del rock argentino actual: Babasónicos y La Renga.
–Es muy gratificante haber logrado esa amplitud. Ellos reconocen que yo siempre me tiré a la pileta en todo sentido. D’Argelos y Chizzo me dijeron que respetaban a Almendra, pero que les había tocado mucho más Color Humano. Creo que sigo teniendo personalidad buscadora, por eso me respetan.
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