Lun 12.12.2011
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MUSICA › SANTAIRES Y SU NUEVO DISCO, DE UNA

Al margen del canon folklórico

La agrupación coral-instrumental autoproduce los recitales, arma peñas, graba en su propio estudio y se la ve poco en los grandes festivales del género. En su quinto álbum propone, fundamentalmente, versiones de clásicos de la música popular latinoamericana.

› Por Cristian Vitale

“Para los rockeros somos indios y para los folkloristas somos rockeros.” No se entiende bien qué quiere decir Roberto Calvo con eso de “indios”, o por qué la patria rocker habría de leer a su grupo (Santaires) así. Tal vez sea un chiste mínimo, aleatorio, o una manera elíptica de acercar a los seis (él, más Diego Escudero, Juan Concilio, Javier Pérez, Horacio Felamini y Tato Angeleri) a la idea de malón. Así se manejan: todos juntos, siempre, irrumpiendo donde sea para defender su libertad, igual que los indios. Así entran al bar, piden café y se disponen a explicar de qué va De Una, quinto y nuevo disco del grupo. Y así se entiende el resultado: diez versiones de la música popular latinoamericana (con el acento puesto aquí, claro) que en ninguno de los casos se destacan por el brillo individual. Santaires, puede asentarse, comanda el concepto de grupo colectivo, horizontal, inclusivo dentro del amplio mundo de la MPA. Hace del ensamble de las partes un todo homogéneo, y ahí radica su sino. “Si bien es Roberto el que trae todos los arreglos, es como si lo hubiese traído alguno de nosotros... es difícil que nos canse o no nos cierre un tema”, sentencia Angeleri, voz, guitarra y cofundador de esta agrupación coral-instrumental.

Excepto “Tonada para Remedios”, la bella pieza del boliviano Willi Alfaro, y “El Mensú”, de Ramón Ayala –ambos arreglados por Concilio—, el resto es un combo de remakes del acervo popular, atravesado por el tacto distinto de Calvo, también cantante, también guitarrista, también fundador. Conviven cuecas (“Para mi cuyana”, de Ricardo Arancibia) con chacareras (“En la vía”, de Carlos Aguirre; “La vieja”, de Oscar Valles y los Hermanos Díaz) y una visita asombrosa a la danza-bambuco que Otilio Galíndez dio en llamar “Pueblos tristes”, todas recorridas por el ensamble de guitarras y voces, que marca la esencia de Santaires. “Creo que De una funciona como una síntesis de todos los discos que hemos sacado hasta ahora (Santaires, Capullo de esperanza, Dicho y hecho, Canción acorralada). Muestra cómo fuimos evolucionando de las cuatro violas, a las tres violas con guitarrón, a los vientos, y vuelta a las violas con arreglos pesuti”, sostiene Concilio.

–Con el agregado de la percusión. Su incorporación a través del Colo Belmonte sería “la” novedad sonora del nuevo trabajo.

Tato Angeleri: –Sí, y la sensación de que en ningún momento la percusión se sube por el resto de los instrumentos sino al contrario: empuja y sostiene los arreglos. Libera las bases y el grupo gana en ritmo y potencia. Estamos todos más blandos, más relajados. Digamos que se logró que el producto de las voces no sea invadido por lo instrumental: la suma de la percusión le dio un power diferente al del otro disco, que era básicamente acústico.

–¿Se consideran esencialmente un “grupo vocal”? Al menos así trascienden ante quienes no están tan empapados en la trayectoria de la agrupación.

Roberto Calvo: –Yo diría que, en general, en los grupos vocales la parte instrumental está descuidada, y nosotros siempre dijimos que somos instrumentistas que cantamos. Esto parece que no, pero influye mucho en el sonido general del grupo. Vos no te imaginás a Santaires sin los instrumentos o sin las voces. No es un grupo vocal o instrumental sino que ambas cosas se interrelacionan y dan un resultado general distinto.

Lo “distinto” de Santaires no es gratis. Saben que transitan por los márgenes de la industria de la música popular argentina. Se autoproducen los recitales, arman peñas, graban en su propio estudio y se los ve poco en los grandes festivales del género. Calvo lo ratifica: “No somos los únicos... hay muchos músicos hoy, en la Argentina, haciendo un laburo muy valiente, casi subterráneo, pero nosotros siempre estuvimos en la vereda de enfrente, somos como marginales de la industria de la música argentina, porque estamos siempre en el medio: para los festivales de folklore somos muy modernos y en una época ese ‘no estar’ nos traía conflictos”.

–¿Y ahora?

R. C.: –También (risas). Lo que pasa es que ahora ya sabemos que perdimos, y la verdad es que la diferencia que hay entre Canción acorralada y De una, es que ahora hacemos esto porque nos gusta. Cuando tenemos la sensación de que hay algo nuevo para decir, lo grabamos. No sabemos si va a vender 5 o 14 mil, lo grabamos porque sentimos que tenemos algo para compartir.

Juan Concilio: –Es duro decirlo, pero la industria de la música argentina de hoy nos pasa por el costado. La vemos pasar, porque no hay acceso a los medios grandes, a los canales de TV, a los circuitos de laburo de los grandes festivales, en fin... Es raro lo que pasa con el grupo: haya o no haya laburo, nos juntamos dos veces por semana, ensayamos y somos referencia para algunos grupos de la actualidad.

–Se habla de un florecimiento del género, de una resignificación de la música de raíz. ¿Adhieren?

J. C.: –Siempre hubo gente que fue por más, lo que pasa es que en este momento es fácil grabar o salir en los medios. Hace 20 años, si una gacetilla tuya salía en algún diario, casi descorchabas champagne. Ahora tenés un montón de medios: te tirás un pedo y sale por Facebook (risas). Digo, hace mucho que hay valores que están renovando la música argentina; la diferencia es que ahora se sabe un poco más.

R. C.: –Además, hoy los pibes tienen lugares donde aprender cómo se hace una chacarera con armonías raras, cosa que antes no: antes, o rasgueabas o aprendías armonías, o venías del palo santiagueño o ibas a estudiar a lo de un jazzero; ahora hay más acceso a la información, y eso tiene una gravitación: la música argentina no es sólo la que te venden en la tele o en la radio sino que, si chusmeás un poquito, encontrás un lenguaje que los pibes quieren hablar: el de Raúl Carnota, Lucho Hoyos o Juancito Falú. La monada está en condiciones de elegir, cuando antes era lo que venía enlatado o nada.

–Pero la lata sigue...

R. C.: –Bueno, lo que se ve por la tele es vergonzoso y el folklore en particular ha caído en una cosa paupérrima en lo que tiene que ver con la identidad. Vos te fijás el contenido de las letras o el formato de los grupos, y son todos iguales... hasta en el peinado. Hay una industria que formatea un producto que tiene que responder a determinadas características, y eso no tiene nada que ver con la música. Nosotros estamos fuera de eso, no voy a decir que no nos hubiese gustado llenar grandes estadios, pero ya sabemos que se nos pasó el tren y eso nos inyecta un relax importante, porque nos permite hacer lo que hacemos de una forma muy auténtica, sin condicionamientos.

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