MUSICA › TOMáS GUBITSCH, UN MúSICO QUE NO ESTá ANCLADO EN EL PASADO
Al guitarrista y compositor argentino, radicado en Francia desde hace 35 años, se lo recuerda por haber tocado con Spinetta y Piazzolla, entre otros. Pero su carrera actual es bien distinta. Dedicado a explorar el tango, quiere “sacar todo lo superfluo, ir a lo esencial”.
› Por Mónica Maristain
Desde México DF
Es una noche fría de octubre en el Distrito Federal. Oscurece en la avenida Reforma, y en la mítica Casa del Lago, aquella que fundara el no menos legendario escritor Juan José Arreola, muy cerca del zoo, enfrente del Museo de Antropología (una de las zonas más turísticas y, por qué no decirlo, más hermosas de la ciudad), comienza a sonar “Round midnight”.
Se trata del exquisito standard de Thelonious Monk ejecutado también prodigiosamente por Tomás Gubitsch, el guitarrista argentino nacido en Buenos Aires en 1957, radicado en Francia desde hace 35 años. El público rockero vernáculo recuerda por su trabajo en Invisible (El jardín de los presentes), el trío de Luis Alberto Spinetta que él hizo cuarteto y al que llenó de cuerdas espectaculares, fruto de un violero verborrágico y ansioso como se supone que debe ser un guitarrista cuando tiene, como tenía él entonces, 17 años.
Hoy, este Tomás que visita México acompañado por el poeta y amigo Jorge Fondebrider, es un hombre serio y seco, un instrumentista económico y profundo, un artista en el que no cabe la nostalgia. Al fin y al cabo, el músico que tocara con Rodolfo Mederos en Generación Cero (con ese grupo grabó el impresionante De todas las maneras), que formara parte de la gira europea de Astor Pia-zzolla en 1977 (con apenas 20 años participó también en el disco Olympia’77) y que se viera obligado a exiliarse en Francia porque la dictadura argentina de la época no garantizaba su seguridad luego de que hiciera unas declaraciones “peligrosas” a la prensa europea, tiene saldadas todas las deudas del pasado. Es el presente el que lo consume, dedicado como está a explorar el tango, una música nacional que sirve de inspiración a un artista politizado como él y a la que le rindió honores acompañado por el pianista Osvaldo Caló. Más de 50 discos con su Tomás Gubitsch Trío y con artistas de la talla de Stéphane Grapelli, Michel Portal, Steve Lacy, Glenn Ferris, Pierre Akéndéngué, Mino Cinélu, Nana Vasconcelos, Juan José Mosalini y la cantante Sapho, entre otros, son fiel reflejo de que su arte no se estancó en el ayer.
–¿Está cómodo con el mito que suele tejerse alrededor de su persona cuando se habla de la historia del rock argentino?
–Francamente, cuando me levanto todas las mañanas y me miro al espejo no veo un mito. Siempre que me entrevistan periodistas de Argentina me hablan de ese período que fue en realidad muy corto en mi carrera. Estoy muy halagado y a la vez muy sorprendido porque la gente lo recuerde, pero fue un año de mi vida, luego me fui a Europa con Piazzolla, hace 35 años que vivo en París y es en esa ciudad donde desarrollé más mi trayectoria. Ojo, estoy muy orgulloso de mi trabajo con Invisible, pero hablar de ello sería como estar en la Universidad y ponerse a recordar los episodios de la escuela primaria.
–¿Por qué no estuvo en el proyecto Spinetta y las bandas eternas?
–Porque no me interesa. Ya lo hice. Quiero hacer cosas nuevas.
–¿Es todavía un guitarrista virtuoso, con muchos dedos, muchos disparos al aire?
–¿Ves? Eso también es un mito. Lo del guitarrista virtuoso. Me considero un tipo normal. Es muy normal cómo toco. No me veo como un virtuoso ni nada que se le parezca. Además, lo que más me importa en la guitarra es todo lo que tiene que ver con lo emocional, donde por supuesto tiene que estar la técnica porque lo mínimo es tocar bien... De hecho, me parece más extraño la gente que se dedica a esto y toca mal. Pasan los años y cada vez me interesa menos demostrar. Lo que me gusta es lo emotivo, lo que me importa son las sutilezas del lenguaje de la música.
–Esta cosa que decía Paul Auster, de ir logrando una síntesis tal que lo último sea una página en blanco o el silencio, en su caso...
–Sí, algo así. Arnold Schönberg también decía que el mejor amigo de un músico era la goma de borrar. Hay que sacar todo lo superfluo, ir más a lo esencial, aunque a veces sea menos vistoso.
–De los discos en los que ha participado, ¿cuáles lo ponen más orgulloso?
–Todos los que han salido con mi nombre y reflejan un trabajo alrededor del tango. En realidad, se trata de algo que yo llamaría “mi tango”, porque no soy tanguero. Me tocó tocar con gente como Piazzolla, Mederos y Mosalini, pero no es mi cultura. Lo que sí me interesa es lo que se puede hacer a partir del género, es decir, esa música que soy yo. Acabo de terminar mi nuevo disco, Itaca, que está en esa línea. Paralelo a ello, hay laburo con las orquestas a las que les escribo y algunas de las cuales dirijo. A veces son trabajos por encargo, bandas de sonido para cine, teatro o danza.
–¿Cómo es Itaca?
–Lo grabé en París con unos músicos fabulosos. Estoy realmente contento porque es un disco grabado en vivo, sin auriculares, sin ningún artificio. Simplemente nos pusimos en círculo y tocamos. Suena a eso, a cinco músicos tocando juntos y cuando hubo una equivocación, ahí quedó.
–¿Cuál es el repertorio?
–Son casi todos temas míos, una pieza de Gerardo Jerez Le Cam, que es el pianista del grupo, otra de Juanjo Mosalini, el bandoneonista, y una versión de “Volver”.
–Entre los guitarristas contemporáneos, ¿sería Bill Frisell una referencia importante para usted?
–Debo confesar que lo que menos escucho son guitarristas. Sé quién es Frisell, por supuesto, sé quién es Pat Metheny, claro, pero oigo más música en general que la que hacen los que están dedicados a mi instrumento. De hecho, para mi técnica guitarrística me fijo mucho más en cosas que vienen del violín, del piano y del bandoneón.
–Entonces le gustó lo que hizo Gidon Kremer con Piazzolla...
–Me gustó más lo que hizo Gidon Kremer con Bach.
–¿Y qué opina del tango electrónico?
–Me causa gracia. Es un poco absurdo que alguna gente que lo hace lo presente como “el nuevo tango”.
–¿Qué tres discos de los que escuchó últimamente puede nombrar entre sus favoritos?
–Partitas for violin, de Gidon Kremer; La consagración de la primavera con la orquesta dirigida por Stravinsky a la que todo el mundo le dice que no, pero yo le digo que sí. Y sin duda el último disco de Björk.
–¿Es poesía y música lo que hace con el poeta Jorge Fondebrider?
–En realidad se trata de un encuentro entre amigos. Primero fue la amistad y después de leer su poesía, creo, es una opinión personal, que estamos frente a uno de los mejores poetas argentinos de la actualidad, lo que representó sin duda una linda sorpresa, porque si hubiera sido malo eso habría resultado algo complicado para mí. El espectáculo que hacemos juntos nace de la idea de una obra que engendra a otra, es decir, de su libro Standards, donde toma títulos de conocidas piezas de jazz y escribe poesía inspirada en esas músicas.
–¿Cómo se ve la música argentina sin usted?
–(Risas) De manera general, creo que la cultura argentina está muy bien. Me sorprendieron en mis últimas visitas a Buenos Aires las múltiples propuestas artísticas que hay, totalmente comparables en calidad y cantidad a las que existen, por ejemplo, en París. En mi área, descubrí a una nueva generación de músicos extremadamente talentosos, muy inspiradores.
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