MUSICA › NORA SARMORIA Y UNIóN ALTA, EL SEGUNDO DISCO DE LA ORQUESTA SUDAMERICANA
Al frente de una agrupación de 25 músicos focalizada específicamente en géneros sudamericanos, la pianista y compositora sostiene que hay “una idiosincrasia que tiene que ver con una raíz común, con Africa en América, y la pata europea en el medio”.
› Por Cristian Vitale
Nora Sarmoria serpentea un “Mirá qué lindo”, en medio de la charla. Es una melodía de Liszt que sale de un celular y ella la intercepta al primer sonido. Está hablando. Está desarrollando en una nota ciertos aspectos del segundo disco de la orquesta que dirige (Unión alta es el disco, Sudamericana, la Orquesta), pero las neuronas reservadas a la música en sí –más allá de palabras– no bajan la intensidad, su poder receptor. “Yo nunca puedo sacarme el chip –se ríe–. Ya estoy pensando en darle otra vuelta de rosca a la orquesta, otro de-safío, y es que sea dirigida por diversos compositores que hagan sus propios temas una vez por mes. Una onda ‘solistas para contrarrestar la polifonía orquestal’. Tengo comprometidos al Pollo Raffo, Guillermo Klein, Alan Plachta, Richard Nant y Marcos Archetti”, anticipa con la melodía de Liszt otra vez en escena.
El “ir a más”, la suma de de-safíos concatenados que son más o menos una constante en el devenir artístico de esta formidable compositora al piano, significa que hubo otros: primero, el de armar una orquesta de 25 músicos focalizada específicamente en géneros sudamericanos (cueca, landó, milonga, candombe, festejo, chacarera, baion) y no fallar en el intento. El segundo, editar un disco (el debut, hace dos años) y poder sostener un grupo tan numeroso en el tiempo (“con todo lo que cuesta”), y el tercero, la concreción de Unión alta, que Sarmoria y compañía expondrán esta noche en NoAvestruz (Humboldt 1857). “El objetivo fue siempre priorizar la música frente a la boludeces de los egos humanos”, sentencia.
–Alta unión,entonces.
–(Risas.) Además de lo puntual de haber compuesto con Quique (Sinesi) un tema que se llama así para Vuelo Uno, mi primer disco solista, es un poco así, sí... tiene que ver con la unión que tenemos las personas a través de las almas, que va más allá de todo lo terrenal. Esa sensación hermosa de estar unida con personas desde ese lugar, trascendiendo lo terrenal. Y también por el aprendizaje que resultó de funcionar con tantos músicos durante mucho tiempo, y encima con exigencias de discos, toques, ensayos, en fin.
–Y desgastes, se intuye. Es natural.
–Totalmente. Para este disco, lo principal no fue sólo sacarlo como el anterior, sino que suene mejor, y esto fue durísimo.
–¿Durísimo?
–Sí, porque se tuvieron que ir algunos músicos. Sucedieron una serie de cosas inherentes a seguir un proyecto que me posicionaron en un cambio de actitud con respecto al rol de directora. Muy clara no la tenía porque era la primera vez que dirigía un grupo tan grande, y el hecho de tener que focalizarme en que las cosas sonaran bien hizo que las personas involucradas, más allá de que fueran excelentes músicos o no, se valoraran por el nivel de entrega y éste era el máximo que se exigía para grabar el disco. El que no estaba a la altura de esto tuvo que irse. Fue duro para mí tener que decir no, pero es algo inherente a mi función. Asumir esto fue un terrible dolor de cabeza, pero me liberó de algunas cosas. Permitió que la orquesta sonara mejor, más afinada, más ajustada y esto les hizo bien a los que quedaron, y a los otros no, claro... desde ya. Mi interés nunca fue gustar a todo el mundo, aunque jamás quise generar una situación tensa. Hacer cosas siempre requiere de lo feo y lo agradable, y hay que asumirlas todas.
–Está claro pero, ¿le pesa el rol de directora?
–Me pesa, sí. Aparte, viró un poco el espíritu de la orquesta. Al comienzo era muy inclusivo... El objetivo con el primer disco era hacerlo y que saliera, pero si hacíamos un segundo, no tenía que ser el mismo, sobre todo por una cuestión de desgaste. También por una cuestión de sinceramiento personal: no puedo estar estimulada por un proyecto que sigue en el mismo nivel. Decir no, no es lindo, pero es necesario.
Sarmoria, prolífica compositora y ducha en sacar discos (solista o en banda) que agreguen, profundicen e indaguen en nuevas miradas sobre la música folklórica de la región, dijo sí a otras cosas. Por ejemplo, a “arreglárselas” con lo que había para acercar la orquesta al concepto de sinfónica. “La verdad es que yo quería una sinfónica, con más violines, con fagot y corno francés, pero es algo de difícil cobertura para nosotros. Igual, hay violines, flautas y clarinetes que se combinan bien con guitarras y bajo. La necesidad de llevar la orquesta a esta sonoridad tiene que ver con que yo ya lo tenía pensado para obras mías que tenía escritas para banda y orquesta sinfónica. Es un interés personal que va a la génesis de cada tema.”
–¿En qué sentido?
–A ver... Un tema puede ser intimista y yo pienso que puede servir como disparador para otra obra, pero con otra puesta y con distintas melodías que va creando la instrumentación. Por ejemplo, hacés un tema en piano, bajo y percusión y va a sonar determinada cosa. Ese mismo tema puede tener otros elementos en un grupo grande, y hasta pueden aparecer nuevas partes. Es otra manera de concebir la misma música.
El intento, en este caso, se dio en temas propios y ajenos. “Bolivian Buey”, “Poblado de duendes” o “Enamorada del muro”, entre los primeros; y versiones, entre los segundos, de Teresa Parodi (“Canto labriego”, cantado por su vieja amiga Liliana Herrero), Cuchi Leguizamón (“Corazonando”), Quique Sinesi (“Dos soles”) y Violeta Parra (“La jardinera”), entre ellas. “El tema de Violeta es una belleza absoluta. Le habla a cada flor de su jardín y hace una analogía de lo que le va a pasar con cada tipo de especie. Violeta es un icono de Latinoamérica, una artista impresionante, una mina tan pura y magistral que también se ve en los tapices que hacía. Plástica, circense, cantora, mujer sufriente. Impactante mujer, muy profunda, demasiado sensible para este mundo”, señala Sarmoria.
–Hay una pieza de Marcos Cabezaz (“Los chanchos correrán por las praderas”) que marca, tal vez más que otras, una tendencia a la apertura estética de la orquesta.
–Es un tema impresionante y tal vez el que hable mejor de las diversas procedencias de los muchachos de la orquesta. La mayoría tiene entre 20 y 30 años y viene del rock, del jazz, de la música clásica, y el mismo Marcos es un instrumentista que domina un montón de estilos. En algún sentido, este carácter inclusivo es la impronta de la orquesta... y la mezcla regional, también. Si yo hago una milonga le encuentro toda una conexión con el baion; si hago una cueca chilena se parece a la nuestra, en fin, hay una idiosincrasia que tiene que ver con una raíz común, con Africa en América, y la pata europea en el medio. No es una postura política, sino una postura estética que tiene que ver con lo real.
–¿A quién le compuso “Enamorada del muro”? ¿A Roger Waters?
–¡Ja! No. Es el nombre de una plantita. Ese tema es uno de los más viejos, tiene más de 20 años y lo hice en el estudio que tenía en la casa de mis viejos, donde la planta entraba y llegaba casi hasta el piano. Fue una inspiración visual, y además me pareció muy loco que una planta se llame así.
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