Viernes, 28 de abril de 2006 | Hoy
MUSICA › AURELIANO MARIN, TANGUERO CON ACENTO CORDOBES
Después de curtirse en el terreno del rock, del cuarteto y hasta de la música infantil de Piñón Fijo, Marín armó un trío de impronta jazzera para Cool Tango, un disco donde intenta otra vuelta de tuerca. “Las sonoridades que pasaron por mi vida son muchas y muy variadas”, dice.
Por Cristian Vitale
Un simple dato fonético lo convierte de entrada en un personaje singular: al pronunciar la palabra tango, a Aureliano Marín se le resbala la tonada cordobesa. No es común escuchar que alguien la diga –varias veces y con conocimiento de causa– con ese patín vocal casi exclusivo de cuarteteros o folkloristas. Además, resulta simpático. Aunque, claro, la tonada no es lo que más y mejor identifica a este morocho de ojos claros, nacido hace 31 años en el Barrio Las Flores de Córdoba. Arreglador, compositor y multiinstrumentista, Aureliano es un talento que llegó a Buenos Aires hace apenas un año con “una loca idea” en las alforjas y, a contramano de sus predicciones, se ganó la reverencia de cierto público tanguero y conocedor. Tiempo atrás venía haciendo lo mismo allá –una particular fusión de jazz-tango, con piano, contrabajo y batería–, pero un mercado chico para el género y cierta resignación regional le activaron la neurona del éxodo. Entonces, llamó a su viejo amigo, el pianista Esteban Ochoa y al baterista Jorge Cid, grabó con ellos Cool Tango –una joyita– y se metió en la piel del Río de la Plata. “Me pareció que era el lugar indicado pasara lo que pasara... por suerte tuve feedback con la gente. Y me sorprendió, por lo novedoso de mi propuesta”, dice.
–¿Y qué es lo novedoso de su propuesta?
–Principalmente, evitar que el tango muera.
–¿Cómo?
–No repitiendo lo que se hizo en los ’40, sino apuntando a sonoridades nuevas, teniendo en cuenta el entorno social y cultural de hoy.
Puede gustar o no, pero es indiscutible que Marín hace lo que quiere en serio. Lo demostró en su disco debut –que seguirá presentando todos los sábados, hasta el fin de mayo, en Notorious– e insistiendo con una fórmula heterodoxa, poco fácil de encasillar: contrabajo, piano y batería. Sus “sonoridades nuevas”, como el Piazzolla época Mulligan, están en un punto medio exacto entre el tango y el jazz, y es muy difícil que prime alguno de los dos: más bien se sacan chispas. “Para mí, Salgán, Troilo y Pugliese ocupan el mismo lugar que Bill Evans y John Scofield”, asegura. Por eso, aunque versione –y cante– milongas y tangos hechos y derechos (Nieblas del riachuelo, Romance de barrio, Milonga sentimental o Pasional), o componga como un tanguero de ley (Los ojos de Palermo, El tatuaje), el trasfondo de búsqueda nunca pierde la esencia jazzera.
La versatilidad de Marín para llegar a convertirse en un músico casi fronterizo deviene de sus variadísimas experiencias. Durante su adolescencia, este muchacho que respeta puntos y comas para hablar, y calla entre palabra y palabra, tocó bajos y guitarras en bandas de rock. Después, rozando los 20, comenzó a trabajar profesionalmente y no le hizo asco a nada: se metió en proyectos de bossa nova, tango o jazz –pasó por el trío de Hermes Bálsamo–, con la misma energía que curtió salsa y cuarteto en Trulalá, La Barra y Chévere, y hasta grabó en un disco de Piñón Fijo. “Cuando sos sesionista y querés vivir de la música, tenés que tener varios recursos... sobre todo en un lugar como Córdoba, en el que hay sólo dos mercados que funcionan bien: cuarteto y folklore”, sostiene.
–¿Cómo fue su experiencia cuartetera?
–No la disfruté, pero tampoco tengo prejuicios. Hay dos formas de tomárselo: como un escalón o como un bajón. A mí me pasaron las dos, aunque hoy siento que aprendí bastante. No en términos musicales, pero sí la manera de organizar un grupo grande. Además, no acuerdo con quienes lo consideran un género menor, porque todas las músicas populares nacen de la misma manera... de la mugre y la pobreza, hasta que se desarrollan. En un principio, el tango fue como la cumbia villera o el cuarteto en sus primeros tiempos. Se tocaba para retener a los clientes en una casa de putas y las letras eran lo peor. Después creció y adquirió talentos: en la década del 40 los mejores músicos argentinos empezaron a hacer tango porque les dejaba plata. Viéndolo a trasluz, se puede pensar que un género popular es genuino cuando conserva la mugre en la que nació.
–¿Es lo que trata de hacer con su trío?
–Sí. Ni más ni menos.
–¿Y cómo lo logra con una formación bastante poco usual?
–Es que lo que busco tiene la pretensión de encontrar sonoridades que han pasado por mi vida, que me han conmovido y que son muchas y variadas.
–¿Por eso la impronta jazzera?
–Claro, porque es un estilo muy versátil. Aunque no es fácil de trabajar, porque si dejás las riendas sueltas, termina siendo un trío de jazz... siempre tenés que estar poniendo límites. Es entretenido empezar por cualquier lugar y, al final, decir “esto es tango”. Mi intención, con este disco, no es apuntar al público tanguero tradicional, sino a uno nuevo.
–¿Por eso le puso Cool Tango? Suena marketinero en términos de mercado juvenil o metatanguero...
–Más bien salió porque tenía que ver con el cool jazz. No fue muy meditado... y además los discos no se venden ni por la tapa ni por el título.
–Pero sirve para instalarlo en el imaginario.
–Mucha gente piensa que es un disco de tango electrónico. No importa, porque está bueno demoler fronteras y mostrar una música a alguien que en la puta vida le dio bola al tango, por lo menos para que se sorprenda.
–¿Cuánto influye el lugar de nacimiento para ser un músico de tal o cual género? En Córdoba debe haber un tanguero cada cien cuarteteros.
–Pienso que las fronteras están corridas, aunque es cierto que en el norte la gente está más predispuesta a escuchar folklore y la de Buenos Aires a escuchar tango. Córdoba es rara, porque, además de su esencia cuartetera, recibió ambos géneros: el folklore desde el norte y el tango desde el sur. Me sorprendí mucho cuando me enteré de que en San Francisco, un pueblo sureño, había una revista exclusiva de tango y una orquesta municipal. Al final, el tango no es sólo cosa de porteños.
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